| 06 de febrero de 2013
Por Susanna Oliver (@SusOliverP), Directora de Programas de World
Vision España. Hoy se celebra el Día
Internacional de Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina.
¿Qué tiene una madre en la cabeza cuando lleva a su hija a una comadrona
para que le extirpe parte de sus órganos sexuales, sin anestesia y en
condiciones sanitarias precarias? Esto es lo que llevo años intentando
comprender para poder luchar contra la ablación genital, porque pienso
sinceramente que no podemos cambiar lo que no entendemos.
En el camino he aprendido y comprendido varias cosas. Como la importancia
de las tradiciones en África, que en parte tienen su razón de ser en el hecho
de que en países donde conviven decenas de etnias distintas obligadas a
entenderse y compartir gobierno, ven en el respeto a sus mayores, a los líderes
tradicionales, a la lengua y a las costumbres propias la única forma de no
perder su identidad. También aprendí que las razones por las que se practica la
ablación son muchas y que, en algunos casos, el por qué se practica en una
comunidad puede ser no sólo distinto, sino incluso contradictorio a los
motivos por los que se practica en otra. Comprendí que no está vinculada a
ninguna religión, y que en momias egipcias de hace más de 4.000 años, mucho
antes de la aparición del islam, se observa que ya se practicaba la
infibulación (la forma más cruenta de ablación que consiste en estrechar la
apertura vaginal, cosiendo los labios internos y a veces también los externos;
en esta práctica puede también extirparse el clítoris), y que las etnias que la
practican abrazan todo tipo de religiones. Y comprendí algo que me impactó
mucho: son las propias mujeres las que dan más importancia a que se siga
practicando el rito, y las primeras que no asocian o minimizan la importancia
de los efectos secundarios de la práctica, que (no lo olvidemos) en muchos
casos llega a causar la muerte de las mujeres mutiladas en el momento del corte
o años después, frecuentemente por complicaciones en el parto.
Pero todas estas aproximaciones son muy racionales, y la aversión que
siento contra la ablación muy visceral. Quizá por eso una de las
experiencias que más me ha hecho comprender por qué se perpetúa el rito fue el
momento en que mi cuñada holandesa me miró con cara de espanto al ver que mi
hija recién nacida llevaba pendientes. De acuerdo, las condiciones en que se
hacen los agujeros en las orejas a las niñas y las consecuencias que tiene la
práctica en su salud no se pueden ni comparar, pero, al fin y al cabo, estamos
dando por sentado que es normal “quitar” un trocito de su cuerpo a una niña que
aún no puede decidir.
Solo desde la humildad de saber que todos seguimos tradiciones que no nos
cuestionamos, y sabiendo que en los contextos multiculturales la preservación
de la identidad tiene una importancia capital, podemos llegar a comprender
mejor a las mujeres que practican este rito. Desde la comprensión es como
trabajamos para hacerles entender que es una agresión a los derechos a la
salud, la seguridad y la integridad física y trabajamos con ellas para llegar a
erradicar la práctica. Complementariamente, hay que trabajar a nivel
legislativo y con los gobiernos estatales y locales para que apoyen la
erradicación de esta práctica, e integrar la lucha contra la ablación en otras
acciones de protección infantil y defensa de los derechos humanos y de
desarrollo de las comunidades. Es importante integrar en la lucha a las
personas que practican la ablación y darles alternativas que sean
respetuosas con sus tradiciones. Éste es, obviamente, un proceso difícil y lento,
pero es el único camino que nos llevará al cambio definitivo.
Más información sobre el trabajo que hacemos de
prevención de la ablación en www.stopablacion.org.
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