Un montaje une las imágenes de su intervención en la
capital catalana con el sonido original
De
pie, con la cabeza alta y sin leer papel alguno, el presidente de la República,
Manuel Azaña, se
dirige a los políticos y personalidades congregados el 18 de julio de 1938 en
el Ayuntamiento de Barcelona. Se cumplían dos años del intento de golpe de
Estado que estalló en Guerra Civil. Azaña pronunció ese día su discurso más
célebre, el de las tres pes, "paz, piedad y perdón". Fue una
intervención de 71 minutos que intentó, de manera estéril, parar la sangría
nacional. De aquel acto se conservaban, por separado, el archivo sonoro y unas
pocas imágenes, apenas unos segundos, que grabó ese día la BBC para un
reportaje sobre Barcelona. Ahora, 74 años después, la Universidad de Alcalá de Henares y la
asociación cultural Foro del Henares
han ensamblado ambas piezas en un conseguido montaje, inédito, de aquellas
históricas palabras.
Jesús
Cañete, estudioso de Azaña y coordinador de actos culturales en la Universidad
de Alcalá, explica que las imágenes las localizó en la Filmoteca Nacional, en
Madrid, mientras preparaba un trabajo sobre la historia de la ciudad complutense.
Por otro lado, recuperó el audio, "que estaba remasterizado en
el archivo de Radio Nacional". El resultado es un vídeo que se presentó en
las jornadas sobre Azaña y Cataluña celebradas a finales de octubre en Alcalá,
lugar de nacimiento de Azaña.
Para
el historiador Santos Juliá,
autor de la biografía Vida y tiempo de Manuel Azaña (editorial Taurus,
2008), este discurso, "el último que pronunció en su vida" el
presidente de la República, fallecido en el exilio francés en 1940, abordó
"la guerra entre españoles pero con la dimensión internacional que el
conflicto había adquirido". Para el historiador, "Azaña pensó desde
el principio que, sin la intervención de Francia y Gran Bretaña, la República
no podía triunfar. Él no entendía la neutralidad de las democracias mientras
Alemania e Italia ayudaban a Franco. Estaba convencido de que la derrota de la
República sería el preludio de la derrota de Francia en la guerra europea que
se avecinaba".
Avance
franquista
A
finales de 1937, meses antes de este discurso, el Gobierno republicano se había
trasladado a Barcelona ante el avance de las tropas franquistas. El territorio
controlado por el Ejecutivo estaba dividido en dos. La situación para la
República era por lo tanto de "derrota inapelable", por eso Azaña
habla de la necesidad de "una suspensión de armas bajo control
internacional, que debía derivar en un plebiscito para que el pueblo español
votara el régimen que quisiera", añade Juliá. "Este pensamiento le
granjeó acusaciones de derrotista, cuando lo que buscaba era una rendición con
garantías, aunque en aquel momento era algo ingenuo y muy complicado".
Siempre
con una dicción impecable y gran riqueza léxica, Azaña hizo a continuación
"una llamada moral a que se reflexionara sobre el daño que estaba causando
la guerra". Finalizó sus emotivas palabras con la conocida invocación a
los muertos y su petición de paz, piedad y perdón.
Azaña
pronunció aquel discurso sin llevarlo escrito. Tenía las ideas claras porque
las había redactado en sus diarios y también había una parte importante de
improvisación. Santos Juliá asegura que los discursos de Azaña son "un
monumento a la oratoria". "Era impresionante la facilidad que tenía
para desarrollar un pensamiento tan elaborado. Era un hombre que llegaba a la
gente porque rompía con el tradicional discurso de los políticos, barroco y
recargado". En su estilo, "unía el análisis político a la emoción por
sus llamadas a la unidad y a la patria. Lo suyo no eran juegos florales".
Al
día siguiente de aquel 18 de julio de 1938, la prensa contó lo vivido en el
ayuntamiento barcelonés y "causó un impacto tremendo". Sin embargo,
aquellos 71 minutos dramáticos no tuvieron ningún efecto político. "No
paró la intención de Juan Negrín [el presidente del Gobierno], que pensaba que
había que resistir y que si se lograba una victoria decisiva se cambiaría el
curso de una guerra". Faltaban solo unos meses para el derrumbe de la
República, certificado el 1 de abril de 1939. El hombre que había proclamado en
la capital catalana: "A pesar de todo lo que se hace para destruirla,
España subsiste", pasó a Francia el 7 de febrero de 1939, dimitió de su
cargo veinte días después y falleció en Montauban el 4 de noviembre de 1940.
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