La violencia en la transición llegó a su cénit con los
ataques a Joan Fuster y Sanchis Guarner
ESPERANÇA
COSTA Valencia 13 ABR 2013 -
20:49 CET
En 1978, más de la mitad de la población valenciana actual no había nacido
o era menor de edad. Así que difícilmente tendrá referencias directas de los
acontecimientos vividos aquel año. A la inestabilidad y conflictividad propias
de la Transición española, se sumó la denominada Batalla de Valencia,
una disputa motivada por cuestiones meramente simbólicas: el origen de la
lengua de los valencianos, la bandera (la señera con o sin franja azul) y el
nombre del territorio (País Valencià frente a Regne de València). Una disputa
que no se entabló en foros de diálogo, sino que alcanzó un altísimo grado de
violencia en las calles, protagonizada por grupos anticatalanistas (los
llamados blaveros, defensores de la señera con franja azul y el
secesionismo lingüístico) como el Grup d’Acció Valencianista (GAV), y grupos
ultraderechistas como Fuerza Nueva.
Ese año, el larguísmo listado de pintadas y llamadas telefónicas
amenazantes, y los ataques contra personas, instituciones y organizaciones de
carácter progresista y valencianista culminaron con los atentados contra dos
eminentes intelectuales: Joan Fuster y Manuel Sanchis Guarner, autores,
respectivamente, de Nosaltres els valencians (1968) y La llengua dels
valencians (1933), dos obras clave para el valencianismo político y
cultural.
La noche del 17 al 18 de octubre, la explosión un
artefacto casero situado junto a una ventana del domicilio de
Fuster, en la calle de Sant Josep de Sueca, produjo “vidrios rotos, unas
puertas desencajadas, unos cuantos libros deteriorados”, según describió el
propio escritor en un artículo, en el que mostraba su perplejidad
por el ataque. “No ignoro que entre mis compatriotas soy un personaje
«conflictivo».¿Tanto? Quiero decir: ¿para merecer ese trato? Al fin y al cabo,
lo único que he hecho en esta vida ha sido leer y escribir, que son operaciones
notoriamente apacibles y que tienen la ventaja de ser enfrentadas al mismo
nivel: el de la persuasión”.
“En 1978”, recuerda el escritor Jaume Pérez Montaner, “el blaverismo
actuó de forma especialmente virulenta”. Él, que también sufrió amenazas y
agresiones, fue tres años más tarde testigo de la explosión de
un segundo artefacto en la casa de Fuster, mucho más potente y
destructivo, durante la madrugada del 11 de septiembre de 1981.
“Ahora que está de moda eso del
escrache… Bueno, aquello no era escrache, era terrorismo puro y duro”, afirma
Pérez Montaner. El escritor recuerda su participación en un debate en el plató
de Aitana (por entonces la delegación en Valencia de TVE) junto al poeta Pere Gimferrer,
autor de una antología bilingüe de Ausiàs March. “Allí dije que March era un
poeta valenciano que escribía en catalán”. Una afirmación, hoy indiscutible en
el ámbito académico internacional, que le valió a Pérez Montaner una largo
acoso. “Aparecieron pintadas en mi casa y recibía constantemente llamadas
telefónicas amenazantes, hasta que decidí no coger más el teléfono”, recuerda.
En una de esas pintadas, junto al dibujo de un cerdo se leía: “J.P. Montaner,
traïdor, venut a l’or català”.
Pocas semanas después del primer atentado contra Fuster, el lingüista e
historiador Manuel Sanchis Guarner fue el
destinatario de otro paquete-bomba. El cinco de diciembre de 1978,
un día antes del referéndum convocado para aprobar la Constitución, un joven
entregó en el domicilio del lingüista un paquete que parecía un regalo de
Navidad. “Afortunadamente, mi madre no lo abrió”, relata su hijo, Manuel
Sanchis-Guarner Cabanilles. “Cuando llegó mi padre, apenas desenvolvió el papel
de regalo vió unos cables y advirtió de inmediato a la policía”. El paquete
contenía medio kilo de pólvora y metralla, suficiente para causar grandes daños
materiales y personales. “El comisario me contó que se lo llevaron a un solar
cercano al estadio del Levante, y allí lo explosionaron”.
Curiosamente, al igual que Pérez Montaner, el hijo de Sanchis Guarner
también menciona de forma espontánea la palabra escrache. “El primer escrache
lo sufrió mi padre”, afirma. “Además de pintadas en la fachada y en el buzón,
recibía constantemente cartas amenazantes, que mi padre ocultaba para no
asustar a mi madre”. “No sólo no supimos nunca quién envió la bomba”, se
lamenta, “sino que se insinuó que mi padre había organizado un autoatentado”.
“Aquello le afectó mucho, estaba abatido”, recuerda.
Poco después, en diciembre de 1981, Sanchis Guarner falleció a la edad de
70 años. De camino al cementerio, la comitiva fúnebre pudo contemplar una
última pintada dedicada: “Sanchis Guarner, per fi has caigut”. El
entonces alcalde de Valencia, Ricard Pérez Casado, todavía se indigna al
recordar los hechos. “Nos insultaron hasta en su entierro. Sanchis Guarner
sufrió una violencia sin límites”, asegura.
Los atentados a Fuster y Sanchis Guarner fueron los más relevantes en el
goteo constante de intimidaciones y agresiones contra libreros y editores,
maestros, cines, bares, gentes del espectáculo, escritores, periodistas,
sindicatos, algunos sectores de la Iglesia… todos aquellos que propugnaban el
diálogo social y la normalización del valenciano.
En la calle de Sorní de Valencia, unos jóvenes Ferran Belda, Emilia
Bolinches, Miguel Ángel Villena, Javier Valenzuela, Rosa Solbes o Jaime Millás,
entre otros colaboradores, practicaban el periodismo de investigación en la
revista Valencia Semanal. Una pintada en la fachada alertaba: “Cuidado,
puerta 6, ¡catalanistes!”, a pesar de que la revista se editaba en castellano.
A finales de agosto de 1978, un paquete situado a la puerta del edificio fue
retirado por un robot artificiero de la Policía Nacional. El examen oficial
determinó que se trataba de una falsa alarma. “Si era verdad o no”, señala Rosa
Solbes, “lo que está claro es que existía una estrategia para amedrentarnos”.
Según Solbes, aunque coincidían en medios y objetivos, había una clara
diferencia entre los organizadores de las algaradas. “Una cosa era la violencia
estrictamente blavera, más o menos espontánea, no muy organizada pero sí
muy manipulable, formada mayoritariamente por personas mayores y mujeres como
las rebentaplenaris, que empuñaban como única arma el palo de la señera
con franja azul”. “Pero la realmente peligrosa”, añade “era la violencia de la
ultraderecha, estaban perfectamente organizados, adiestrados en artes
marciales, y muchos de ellos iban armados”.
Y si nadie se libraba de la intimidación, mucho menos los políticos que
constituyeron el Consell del País Valencià, el ente preautonómico germen de la
actual Generalitat. Tanto en las sesiones previas y en el acto de constitución
del Consell en abril de 1978, como en la celebración del Día del País Valencià
en octubre, una masa enfurecida asedió el Palau de la Generalitat, insultando
especialmente al presidente del Consell, el socialista Josep Lluís Albinyana.
El delito: haber elegido como bandera institucional la tradicional
cuatribarrada de la Corona de Aragón con el escudo real en el centro, y
utilizar la denominación “País Valencià”.
Aunque 1978 fue un annus horribilis, los actos violentos abarcaron
las décadas de los 70 y 80 y alcanzaron a otras localidades. Por ejemplo, el 16
de octubre 1977, el estudiante Miquel Grau, miembro del Moviment Comunista del
País Valencià, murió en Alicante mientras pegaba carteles del Día del País
Valencià a causa del impacto de un ladrillo lanzado por un militante de Fuerza
Nueva.
En 1979, el presidente del Consell, Josep Lluís Albiñana, y el primer
alcalde democrático de Valencia, Fernando Martínez Castellano, sufrieron sendos
ataques con explosivos en sus domicilios.“También se produjeron
altercados ante la Diputación y se hizo una quema de libros en la plaza”,
recuerda el entonces presidente de la entidad, el socialista Manuel Girona, “y
la procesión cívica del 9 d’Octubre de ese año fue muy violenta”. Tanto, que
Girona y Ricard Pérez Casado, nombrado alcalde sólo dos días antes, fueron agredidos
por la multitud. “A mí me sacaron una navaja y una pistola”, dice Pérez Casado.
“De eso hay fotografías, y algunos de los que participaron en los altercados
son hoy militantes del PP y tienen cargos públicos”, añade sin dudar. “Aquello
fue bestial, una auténtica violencia civil contra instituciones absolutamente
democráticas”. “Pero lo que no perdonaré jamás”, asegura el ex alcalde de
Valencia, “es que le dijeran a mi hijo, con sólo cuatro años de edad: ‘a tu
padre lo vamos a matar’”.
Prácticamente nadie fue identificado ni detenido por la policía por los
hechos aquí descritos. ¿Consiguieron estos grupos violentos sus propósitos? “El
acoso personal a mí no me afectó”, asegura Pérez Montaner, “pero su objetivo,
que era desplazar a la izquierda, especialmente a los socialistas, benefició
claramente a la derecha”. La periodista Rosa Solbes comparte esta opinión.
“Aquello fue una estrategia perfectamente aprovechada por personajes de la
derecha como Abril Martorell [de UCD]”. Con el fantasma del catalanismo,
“consiguieron restar votos a la izquierda, y, es más, fomentaron la división
dentro de los partidos de izquierda”, concluye Solbes. Más positivo es el
balance de Pérez Casado: “pese a las amenazas y agresiones, no pudieron
echarnos, nos quedamos, resistimos, y [los socialistas] volvimos a ganar las
elecciones”.
Algunos estudiosos comparan los efectos de la Batalla de Valencia en
el devenir político y cultural con el que tuvo el golpe de estado del 23-F de
1981 a nivel estatal, favoreciendo concesiones y forjando una alianza de
mínimos para evitar la vuelta atrás en el proceso democrático. El Estatut d’Autonomia
de 1982 consagró finalmente la señera tricolor (con franja azul, otra roja, y
coronada) como bandera oficial de la Comunidad Valenciana (nombre pactado para
evitar el de País Valenciano), y la lengua se rige oficialmente por las Normes
de Castelló (aquellas que Sanchis Guarner contribuyó a fijar). Nadie
cuestiona ya públicamente que el valenciano sea una variante del catalán,
aunque, en la práctica, la Generalitat incumpla empecinadamente las numerosas
sentencias judiciales que homologan los títulos universitarios de filología
valenciana y catalana.
Pero la sombra de aquella violencia asoma de vez en cuando. No hace mucho,
en julio de 2011, durante la presentación en la Fnac del libro Noves glòries
a Espanya. Anticatalanisme i identitat valenciana, de Vicent Flor, un grupo
de ultras, como salidos del túnel del tiempo, reventaron el
acto. En esta ocasión sí fueron identificadas por la policía 15
personas.
Un calendario estremecedor
E. C., VALENCIA
• Enero de 1978: Medio centenar de personas irrumpen
y obligan a suspender una mesa redonda sobre Iglesia y Autonomía en el Ateneo
Mercantil, organizada por la revista Saó.
• Marzo: Manifestación de grupos anticatalanistas
ante el Palau de Benicarló durante la reunión de la Asamblea de Parlamentarios
que preparaban la formación del Consell del País Valencià.
• Abril: Grupos de ultraderecha y anticatalanistas
se concentran, causando incidentes y agresiones, durante el acto de
constitución del Consell del País Valencià (ente preautonòmico). Editores y
libreros sufren amenazas y agresiones en la Fira del Llibre de Valencia por
parte de miembros de Fuerza Nueva y el Grup d’Acció Valencianista (GAV).
• Mayo: Una manifestación capitaneada por el
presidente de la Diputación de Valencia, Ignacio Carrau, finaliza con pintadas
en la fachada de Aitana (sede de TVE en Valencia) y en el domicilio del
lingüista Manuel Sanchis Guarner (“Judes traidor”) por la emisión de un
programa sobre la identidad valenciana. Intento de agresión a Sanchis Guarner
en la Universidad.
• Julio: Ataque del GAV y Fuerza Nueva durante la
celebración, en el barrio de Campanar, de la Escola d’Estiu. Cinco personas
resultan heridas.
• Agosto: Aparición de un falso paquete bomba en la
sede de la revista Valencia Semanal, en la céntrica Calle Sorní de Valencia.
Una pintada, firmada por B.P.C. (Ballester del Centenar de la Ploma), señalaba
la fachada: “Cuidado, puerta 6, ¡catalanistes!”.
• Octubre: El presidente del Consell, Josep Lluís
Albiñana, interrumpe su discurso en el Dia del País Valencià ante el boicot e
insultos de grupos anticatalanistas y ultraderechistas. Un artefacto estalla en
los lavabos de la Plaza de Toros de Valencia durante la celebració del Aplec
del País Valencià. Un paquete bomba causa desperfectos en el domicilio de Joan
Fuster, en Sueca. Ataque con cócteles Molotov a la librería Tres i Quatre
(Valencia) un día después de la celebración de los Premis Octubre.
Manifestación de un millar de personas desde la puerta del Ayuntamiento hasta
el Palau de la Generalitat, que intentaron asaltar el Palau y amenazaron a los
políticos allí refugiados si no se retiraba del edificio la bandera
“catalanista” (la senyera de la Corona de Aragón con el escudo del Consell).
• Noviembre: Estalla un artefacto en el cine Goya de
Alcoi por la proyección de la película “La portentosa vida del Pare Vicent”,
del cineasta valenciano Carles Mira. Valencia Semanal publica un reportaje
sobre el entrenamiento paramilitar de miembros de Fuerza Nueva en un paraje de
Xàtiva.
• Diciembre de 1978: Envío de un
paquete con medio kilo de pólvora prensada y metralla al domicilio del
lingüista Manuel Sanchis Guarner. Poco después, decenas de personas boicotean
en la Universidad de Valencia un ciclo de conferencias sobre Vicente Blasco
Ibáñez y acorralan a los ponentes Alfons Cucó, Sanchis Guarner y Jaume Pérez
Montaner.
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