Laurence Rees analiza en su nuevo libro el “oscuro
carisma” del líder nazi
Creemos saberlo prácticamente todo de Adolf Hitler, pero quedan secretos
irreductibles de su personalidad y su liderazgo. Para el célebre historiador y
documentalista británico Laurence Rees (Ayr, Escocia, 1957), ninguno como de
qué manera consiguió arrastrar tras de sí, en la terrible espiral de la guerra
y el genocidio, a millones de alemanes. A tratar de dilucidar eso y a explicar
las claves de la fatal atracción del líder nazi, el autor de Auschwitz, El
holocausto asiático, Una guerra de exterminio y A puerta cerrada, ha
dedicado su nuevo libro, El oscuro carisma de Hitler (en Crítica, como
todos los anteriores). Rees destaca en los rasgos de Hitler "su ilimitada
capacidad de odio". Y advierte: "El poder del odio está
infravalorado. Es más fácil unir a la gente alrededor del odio que en torno a
cualquier creencia positiva".
Como persona, señala Rees, Hitler era bastante lamentable. Un tipo
psíquicamente “muy dañado”, incapaz de amistades y afectos verdaderos, bañado
en odio y prejuicios. “Solitario y con una visión de la vida como lucha y de
los seres humanos como animales". Pero tenía carisma. "Solemos creer
que el carisma es un valor positivo, pero lo pueden poseer personas
despreciables", reflexiona. Rees "Lo más importante que hay que
entender del carisma de Hitler es que dependía de la gente. El carisma no
existe sin conexión. No se puede ser carismático en una isla desierta. Buena
parte lo pone el otro". Vaya, como el amor. "Sí, la idea es que
cuando sentimos una conexión especial con alguien creemos que depende de ese alguien
pero en realidad depende en parte de nosotros. El carisma de Hitler procedía
tanto de la gente que lo seguía como de él. Por eso ahora no lo percibimos en
fotografías o películas. No nos habla a nosotros. No somos de su tiempo. Lo que
ha cambiado no es él, sino la percepción que tenemos de él".
Rees explica cómo entre los propios alemanes fue cambiando la influencia
del carisma de Hitler. "Personas que lo veían como un personaje ridículo o
perturbado en 1928 pasaron a considerarlo un salvador en 1933". Siempre
hubo, sin embargo, gente inmune a su carisma. Philipp Von Boeselager, que se
conjuró para matarlo, lo encontraba indigno y decía que era repugnante verlo
comer: un patán. "Bueno, pero hay que recordar que para muchos alemanes
los políticos educados eran los que les habían llevado al Tratado de Versalles
y al desastre: tiempos no convencionales requerían líderes no
convencionales".
Había que estar predispuesto para seguir a Hitler, dice Rees, aunque él, el
líder, aportaba su intransigencia, su absoluta seguridad de su papel como
figura providencial, su habilidad para conectar con las esperanzas y los deseos
de millones de alemanes, su descontrolada emotividad y, sobre todo, su
contagioso odio. “Una de las cosas más difíciles del mundo es asumir las culpas
y responsabilidades propias, todos estamos predispuestos a proyectar nuestras
frustraciones sobre el otro, en forma de odio”.
¿Dependía el carisma de Hitler del éxito? "Sí, ese aspecto fue vital.
Si alguien dice que va a hacer algo extraordinario y lo hace, la siguiente vez
es más fácil tenerle fe. Hitler jugaba fuerte, al todo o nada, y cada triunfo
fortalecía su carisma. Muchos militares, por ejemplo, que lo miraban con
suspicacia, se rindieron a su genio, a su intuición, el famoso Fingerspitzengefühl,
tras la larga serie de victorias que parecían inexplicables. Aunque hoy
retrospectivamente no lo veamos así y Montgomery dijera que la regla número uno
de la guerra era no invadir Rusia, para la mayoría parecía mucho más increíble
vencer a Francia que a la URSS".
Entonces, ¿cómo sobrevivió su carisma a las derrotas a partir de
Stalingrado? "Al revés que Mussolini, Hitler desmanteló las estructuras
del estado, así que era más difícil apearlo del poder, además, a los alemanes
se les había inculcado el miedo al Ejército Rojo y su venganza, que se iba a
producir con la derrota aunque se deshicieran de Hitler, y por supuesto, Hitler
incrementó el terror de su aparato represivo en proporción directa a la pérdida
de su liderazgo carismático".
Hitler cultivaba su carisma. "Absolutamente, de muchas maneras
pequeñas incluso. Usaba gafas pero nunca se dejaba ver y retratar con ellas.
Cargaba una lupa. Hasta fabricaron una máquina de escribir especial con
caracteres muy grandes para escribirle los textos que tenía que leer, la Führeschreibmaschine.
También estudiaba mucho su imagen en el espejo y practicaba su famosa mirada
penetrante”.
Rees señala las diferencias entre Hitler y Stalin en términos de carisma.
"Stalin practicaba el carisma negativo, toda la imagen de Hitler le
parecía una sandez. Con Stalin no había reglas para evitar ser asesinado. Nadie
estaba seguro. En la Alemania nazi estaba claro quienes iban a ser perseguidos
por el régimen, en la URSS estalinista no. Stalin unía con el miedo como Hitler
con el odio".
Rees es un hombre afable, acostumbrado a tratar con la
gente. Ríe y bromea a menudo pero debajo de esa capa alegre y aparentemente
desenfadada se percibe la profundidad de un hombre que lleva años, toda su
carrera, enfrentándose a lo peor del ser humano. Para sus libros y famosos
documentales de la BBC ha entrevistado a innumerables personas que vivieron la
II Guerra Mundial, soldados y civiles, víctimas y verdugos. Cuando le pregunto
cuál de todos esos testigos de la barbarie le ha impresionado más, pensando que
me dirá que algún miembro de Einsatzgruppen o Kenichiro Oonuki, el piloto
kamikaze fracasado, se ensimisma un buen rato antes de contestar: "Toivi Blatt,
un judío polaco deportado en 1940 al campo de exterminio de Sobibor, donde toda
su familia fue asesinada. Blatt participó en la revuelta de prisioneros de 1943
y logró escapar con un balazo en la mandíbula. Hablábamos sobre lo que son
capaces de hacer los seres humanos, y le pregunté qué había aprendido de su
experiencia. Me contestó: ‘Solo una cosa, nadie se conoce de verdad a sí
mismo'”.
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