Ben Macintyre rastrea la increíble historia de los
superespías que desorientaron a los nazis el Día D
No eran soldados, sino un abigarrado grupo de personas extravagantes y
exasperantes, en su mayoría de moralidad escasa y de lealtad dudosa, y costaban
mucho dinero. Pero se jugaron la piel y contribuyeron decisivamente a ganar la
guerra. La alambicada historia de los agentes dobles empleados por el servicio
secreto británico para engañar a los alemanes en la II Guerra Mundial y
distraer su atención de las playas de Normandía ha sido contada muchas veces,
pero nunca hasta ahora de manera tan completa y apasionante (y con tanto
sentido del humor) como lo hace en su nuevo libro el notable especialista en el
espionaje en esa contienda Ben Macintyre.
Considerado por su popularidad como el Antony Beevor de la II Guerra
Mundial librada en las sombras, el autor de otros títulos de referencia sobre
el tema como El agente Zigzag y El hombre que nunca existió
publica ahora en España, también en Crítica, La historia
secreta del Día D, subtitulado La verdad sobre los
superespías que engañaron a Hitler. El libro está dedicado especialmente a
los cinco espías que formaron el núcleo de la Doble Cruz, un alambicado sistema
de agentes dobles creado para confundir a los alemanes y que fueron los que
consiguieron que los nazis creyeran a pies juntillas que la verdadera invasión
de Europa se realizaría en Calais y no en Normandía.
Esa singular “arma secreta” de agentes que trabajaban para unos (los
británicos) haciendo creer a los otros (los nazis) que lo hacían para ellos
eran, describe Macintyre, Elvira Chaudoir (peruana bisexual, jugadora e
inestable), Roman Czerniawski (ex piloto de caza polaco, fervorosamente
patriota e inconsciente), Lily Sergeyev (francesa voluble), Dusko Popov (serbio
seductor) y Juan Pujol (catalán excriador de pollos). ¿Fueron realmente tan
decisivos? “No hay duda de que marcaron la diferencia. Es difícil calcular
cuántas vidas aliadas salvaron, pero fueron muchas”, explica en Madrid
Macintyre, un hombre tan inteligente y simpático como sus libros. “Eisenhower,
Montgomery, los propios mandos alemanes, todos admitieron la relevancia de esos
agentes en el éxito de la invasión del Día D”.
Le pregunto cuál es su personaje favorito de los cinco agentes dobles.
Sonríe encantado. “Diré dos: Chaudoir, alias Bronx, es la más intrigante y
fascinante, playgirl, bisexual, se mete en el espionaje por accidente y
luego casi traiciona los planes por la muerte de su perrito. El otro, por
supuesto, es Pujol, alias Garbo, por su bravado y por su uso de la
inteligencia y de la palabra como armas, es un loco genial que decide por sí
solo aplastar a los alemanes con el engaño”. Las técnicas de espionaje de la II
Guerra Mundial, con sus palomas (Macintyre dedica un capítulo inolvidable a su
uso), radiotransmisiones, túneles y tintas invisibles, “nos pueden parecer
ahora algo amateurs y hasta inocentes”, continúa el autor. “Pero los
británicos, Churchill
el primero, se tomaban el asunto muy en serio. Estaban muy interesados en la
contrainteligencia y el uso de gente con mentalidades retorcidas como
sacacorchos que pudieran mirar al otro lado de la esquina”.
Los servicios secretos ingleses, señala Macintyre, se dieron cuenta de que
la inteligencia alemana era muy vulnerable al contraespionaje. “Los alemanes
eran muy literales, pensaban en línea recta y era fácil engañarles, tendían a
aceptar datos de sus agentes sin cuestionarlos”. Había, continúa, otras razones
por las que era fácil que los alemanes creyeran las mentiras. “Había una enorme
corrupción en el seno de muchas de las secciones de la Abwehr, el servicio
secreto militar alemán. Por otro lado, parte de la Abwehr trabajaba también
contra Hitler”. Macintyre
considera que los británicos contaban con otras ventajas para el
contraespionaje: el sentido del humor y la capacidad de asimilar a gente
extravagante en sus filas. “Definitivamente, algo muy peculiar de la
inteligencia británica es su virtuosismo para reclutar y aprovechar a gente sin
aparente valor y hasta muy rara. Eso tiene que ver con el gusto británico por
la teatralidad y lo melodramático. Además, nos encanta la mentira. Es muy
británico vivir vidas dobles”.
El escritor recuerda que muchos de los personajes del servicio secreto
británico eran novelistas frustrados y grandes espías fueron novelistas: Graham
Greene, Somerset Maugham, Ian Fleming… “En Madrid en 1941 los agentes
británicos eran dos novelistas con obra publicada, tres no publicados y un
poeta”.
El investigador está de acuerdo en que las grandes batallas —Stalingrado,
El Alamein, Kursk, Midway— han dejado en segundo plano la historia del
espionaje en la II Guerra Mundial. “Pero hay una nueva corriente de estudios
que está sacando a la luz mucha nueva información de esa guerra secreta librada
lejos de los tanques y los cañones. Sin menospreciar a los hombres del frente,
la batalla del espionaje es apasionante y está llena de difíciles decisiones
morales, es muy humana en ese sentido”.
Macintyre se muestra muy comprensivo con la inmoralidad de esa guerra. “A
mí me enseñaron que Gran Bretaña ganó la guerra porque éramos nobles y buenos.
Actualmente sé que ganamos en buena medida porque éramos malos y mentíamos”.
¿Llevamos todos un espía dentro? “Todos somos dobles agentes, unos más que
otros. Todos tenemos una sombra, y amamos la idea de estar en medio de la gente
escondiendo un secreto. Por eso nos gustan las historias de espías”.
El libro subraya la belleza del engaño. “Adoro el ensamblaje de una mentira
complicada como la que se tejió para desviar la atención de Hitler de
Normandía, hay una estética indudable en una buena mentira”.
En las historias de los cinco superespías, como en
general en ese mundo, el espionaje va de la mano con las relaciones amorosas.
“Son experiencias muy similares. Un doble agente en el fondo es como un amante
infiel, traiciona a su controlador con otro secreto, es igual que un amor
adúltero. La traición, la lealtad, la honestidad, la conveniencia, son temas
que se pueden aplicar a los dos mundos, el amor y el espionaje”.
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