Una exposición en la Casa del Lector descubre la faceta
como fotógrafo del periodista polaco durante los últimos años de la URSS
Han pasado más de seis años de su
muerte y sigue siendo el principal maestro de varias generaciones de
reporteros, pero la figura del polaco Ryszard Kapuscinski sigue
deparando sorpresas. Hace tres años, una biografía ponía en duda la
veracidad de las historias que documentaba en todo el mundo y abría
la posibilidad a un incierto pasado como espía. El último motivo de asombro que
rodea su figura estuvo escondido durante años en sobres marrones: su faceta
como fotógrafo, que, durante años, a la vez que escribía sus crónicas, escondió
escrupulosamente. Una treintena de estas instantáneas, las que documentan los
años del ocaso de la Unión Soviética, se exhiben ahora en la Casa del Lector de Madrid.
Viajaba siempre acompañado por su cámara fotográfica, que le ayudó a
retratar, sobre todo, la realidad de los países africanos y de América Latina;
aunque el Kapuscinski de El ocaso del
imperio, muestra abierta hasta el 2 de junio, no se veía como un
escritor que hace fotos. Ni tampoco veía en sus instantáneas meras
ilustraciones que acompañaban a sus textos. “Siempre marcó una división muy
clara. Y un principio: no unir esas dos facetas. A Kapuscinski le embargaban
emociones distintas cuando trabajaba como periodista y otras cuando lo hacía
como fotógrafo”, dice en la inauguración Karolina Maria Wojciechowska,
presidenta de la Fundación Kapuscinski y comisaria de la exposición, encargada
de dejar claro, en todo momento, que estas no son las fotografías con las que
asociar las páginas de El Imperio, el libro que recoge las crónicas de
estos años convulsos en el régimen soviético.
Pero las imágenes dejan entrever algo que también tiene el Kapuscinski
escritor: ambas facetas comparten la misma mirada, la del que se acerca,
comprende lo que pasa a su lado y lo muestra sin ambages, ya sea la desolación
de un cementerio moscovita o las manifestaciones de agosto de 1991 que
precedieron el fin de la URSS.
Al Kapuscinski fotógrafo, igual que en sus textos, le interesa poner el
foco en la historia de la persona que encuentra frente a él. Ellos son quienes,
en último término, captan el protagonismo. Según la comisaria de la muestra,
“en todas sus fotos el punto central es el ser humano”. “Me he fijado en que a
estas mujeres que extienden sus brazos para enseñar las fotografías de sus
hijos muertos les gustaría que la gente se parara ante ellas”, dice Kapuscinski
en un pasaje de El Imperio.
La misma dureza documenta una de sus instantáneas: en plena manifestación
ciudadana, una mujer porta sendas fotos de su hijo como soldado y en un ataúd.
junto a ella, una pancarta que reza “mataron a mi hijo en el ejército”. “Casi
todas las fotos que hizo eran de África. En ellas se ven miradas felices. Creo
que en estas no”, opina la comisaria.
Sabedor de que era, esencialmente, un escritor, ¿para qué hacía estas
fotografías? ¿Le servían como trabajo de campo que ayudaba a su ocupación
principal? “Estas imágenes quizá funcionaran como un diario de apuntes
mentales. No usaba las fotografías a diario, pero las tenía guardadas en algún
lugar de su cabeza”, afirma la comisaria.
La pulsión por dar cuenta de lo que acontece a su
alrededor le hizo cruzar la frontera desde Polonia para recorrer el –extenso–
país vecino. Y el suyo, al fin y al cabo: un cartel solitario en medio de una
carretera que anuncia su localidad natal, Pinsk (actual Bielorrusia), es una de
las instantáneas que tomó cuando regresó a su tierra natal. Ya sea en el fulgor
de una muchedumbre encendida en las calles de Moscú o a través de los ojos de
un niño en Azerbaiyán. En negro sobre blanco o a través del objetivo de una
cámara. Todo se trataba de contar lo que ocurre.
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