Por: José Andrés Rojo | 23 de abril
de 2013
En septiembre de 1975, el periodista polaco Ryszard Kapucinski se instaló
en el Hotel Tívoli de Luanda. Quería contar qué pasaba en Angola poco antes de
que el país declarara su independencia. Y lo que pasaba era una guerra
civil. Los acuerdos de Alvor, de enero de ese año, establecieron que los
últimos contingentes portugueses iban a abandonar el país el 11 de noviembre y
que, hasta entonces, estaría al frente un gobierno provisional con
representación de los distintos grupos que llevaban tiempo luchando y
preparándose para ese momento: el Movimiento para la Liberación de Angola
(MPLA), de tendencia comunista; y el Frente Nacional para la Liberación de
Angola (FNLA) y la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola
(UNITA), escorados hacia la derecha. No duraron mucho juntos: a los cinco
meses, los dos últimos grupos abandonaron el gobierno, cuando las grescas entre
unos y otros ya habían empezado. Cuando llega Kapuscinski, Luanda y la mayor
parte del territorio de Angola están en manos del MPLA, pero tanto las fuerzas
del FNLA como de UNITA combaten para arrebatarles ese dominio. Un día más
con vida (Anagrama, 2003; traducción de Agata Orzeszek), que muchos
consideran el mejor libro del reportero polaco, sintetiza en tres partes y una
coda aquellos vertiginosos días. En la primera, Kapuscinski describe Luanda,
una ciudad casi fantasmal, medio abandonada a la deriva, donde miles y miles de
portugueses hacen sus cajas para irse para siempre, y donde cada vez escasea
más la comida y los servicios indispensables dejan de funcionar (policía,
bomberos, basureros). En la segunda va al frente: primero al más próximo, donde
ya advierte que buena parte de los combatientes son niños, y luego al sur. Es
allí donde se entera de que fuerzas sudafricanas van a invadir el país para
echar al MPLA. La tercera parte recoge lo que va pasando durante las últimas
semanas: el avance sudafricano, la llegada de los cubanos, la fiesta de la
independencia. Kapuscincki abandona Angola poco después. Su trabajo ha
terminado: "Ganarán los del país pero la cosa aun durará lo suyo, y yo
estoy al límite de mis fuerzas", escribe en un telex que envía a la PAP,
la agencia polaca para la que trabaja. La coda del libro aporta algunas pistas
para acercarse a aquella terrible guerra, que se prolongaría aún muchos años.
No hay en el libro ningún análisis detallado sobre las fuerzas políticas
que se baten, ni tampoco le preocupa a Kapuscinski dibujar las líneas
internacionales que gravitan sobre lo que está ocurriendo. Lo que quiere
transmitir es lo que está pasando sobre el terreno, cómo son los hombres y las
mujeres que se están batiendo a muerte para romper con el círculo infernal de
la colonización (en la imagen, una fotografía que Kapuscinki hizo durante su
estancia en Angola en 1975, y que formó parte de la exposición África en la
mirada, de la Asociación de Periodistas Europeos), cuán duro es el
terreno, de qué pertrechos disponen, cómo un par de
tipos pueden ser indispensables en una situación desesperada. La guerra
en estado puro. "Sólo puedes sobrevivir si no te apartas de la carretera,
aunque si vas por ella, te expones a morir", le explica uno de sus
acompañantes. "Hay que aferrarse a la carretera a pesar de que,
evidentemente, es ahí donde se puede caer en una emboscada. Así es, pero no hay
otra salida, es decir, las salidas ideales, perfectas, no existen".
Los adversarios solo se reconocen en el último momento, no hay información,
se puede morir de la manera más estúpida, reina el desorden. Así que cualquier
puesto de control puede ser fatal. Los destacamentos son minúsculos, hay
lugares que se toman y se pierden varias veces en unas cuantas jornadas, la
violencia es brutal. "En Europa", le cuenta al periodista otro de los
jefes, "me enseñaron que el frente significa trincheras y alambradas que
marcan una línea clara y nítida". Y luego le dice que en esa guerra
"el frente está en todas partes y en ninguna", que "no forma
líneas sino puntos, que además son móviles". "Ahora somos un frente
potencial de tres personas que se dirige al norte", añade.
"Una guerra pobre, ataviada con una traje de percal barato", así
la definió Kapuscinski. Un día más con vida tiene la intensidad del
relato de un superviviente: las cosas pudieron ocurrir de una manera más
trágica. Ahora que en la Casa del Lector
se exhiben las fotos del
reportero sobre su viaje a la antigua Unión Soviética, no viene mal
volver sobre este y otros de sus libros. "Uno de sus rasgos más
característicos", dijo sobre el reportaje de guerra en una entrevista,
"es que exige de su autor un enorme grado de implicación personal".
Es decir: "Para poder escribir sobre la guerra, el reportero tiene que
hallarse en el centro de la misma y, por consiguiente, exponerse a todas sus
consecuencias. A las situaciones de gran tensión, al fragor de las batallas,
etc., se añade la incuestionable necesidad de 'escoger bando', con lo cual su
objetividad queda excluida por definición. Es cuestión de vida o muerte".
Seguramente ese es el precio que hay que pagar para acercarse al corazón del
infierno.
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