Por: Miguel Mora | 05 de abril de
2013
La imagen de arriba fue tomada el pasado 15 de febrero en el campamento
gitano de Ris-Orangis, a media hora de París. Los inmigrantes rumanos
recibieron ese día al artista sevillano Israel Galván y a sus compañeros
Bobote y Caracafé (en la imagen), que bailaron para ellos en
solidaridad por el apartheid que sufrían 13 de los niños que vivían en
el campamento, obligados por el alcalde socialista a dar sus clases en un anejo
del gimnasio del colegio municipal, separados de los alumnos franceses -o no
gitanos-.
Gracias a la generosa mediación del periodista de la revista Mouvement
Jean-Marc Adolphe, bloguero de la web Mediapart, el Teatro
de la Ville donde actuaba Galván invitó a algunas mujeres del campo a ver el
espectáculo Lo Real, una mirada del bailaor al exterminio de los gitanos
-Porraimos- y un homenaje nada complaciente a la alegría vital que ayuda a los
romaníes a soportar sus fatigas. Un par de días después, EL PAÍS publicó un
reportaje titulado "Apartheid gitano
cerca de París", en el que se contaba la historia y la fiesta
que organizaron los espléndidos voluntarios de la Asociación Perou, que habían construido
una iglesia-escuela de madera en el campo para ayudar a integrarse a
los gitanos.
El 1 de abril, al amanecer, la policía derribó el campo de Ris-Orangis con
su iglesia-escuela incluida, y desalojó a sus más de 200 habitantes, incluidos
40 niños. Muchos de ellos
tuvieron que buscar refugio en una iglesia cercana ante la negativa del
ministerio del Interior a facilitarles un alojamiento alternativo. Así quedó el
campamento tras la visita de la policía, que invocó razones sanitarias para
desmantelar las chabolas, que a diferencia de otros lugares tenían agua y luz
(foto Mouvement).
El desalojo no es casual ni un hecho aislado. Ris-Orangis era un lugar simbólico,
un proyecto de integración que funcionaba con la ayuda de la sociedad civil.
Tras la visita de Galván, los niños apartados fueron inscritos en el colegio
gracias a la presión del ministerio de Educación. En las últimas semanas, el
ministro barcelonés Manuel Valls ha ordenado aumentar la intensidad de
las políticas represivas contra los gitanos, y ha habido desalojos forzosos -y
algunos incendios dolosos- de campamentos en varios puntos del país, seguidos
de un aumento de las expulsiones forzadas. En 2014 los rumanos podrán trabajar
legalmente en Francia y al parecer alguien tiene prisa por echarlos antes de
que eso suceda.
Como pasa desde hace siglos, la minoría rom y sinti es el chivo expiatorio
preferido de los gobernantes, se consideren estos a ellos mismos progresistas y
socialistas o no, sobre todo cuando las cosas vienen mal dadas. En este caso,
el ministro que más presume de defender los valores de la República ha
ordenado, al revés, la violación institucional de los más elementales derechos
humanos de los niños, mujeres y hombres gitanos que vinieron hasta Francia -y
en algunos casos, nacieron aquí- buscando un trato mejor que el que reciben en
sus países.
Este recurrente olvido de los valores republicanos -igualdad, libertad,
fraternidad- tampoco es nuevo en la segunda economía de la zona euro, que lleva
décadas mostrándose incapaz de encontrar una solución decente a un problema de
integración que la Unión Europea financia con fondos nada desdeñables desde
hace décadas. Pese a las condenas del Consejo de Europa, Francia prefiere pagar
el precio de sufrir ese -pequeño- escarnio público que ponerse a trabajar seriamente
en hallar una solución civilizada al "problema".
Quizá por cálculo político, quizá por convicción ideológica, o tal vez por
ambas cosas, la fórmula elegida por Valls calca la adoptada por Nicolas
Sarkozy en 2010, cuando empezaba su declive final. Pero ahora resulta
especialmente llamativa -y dolorosa- porque la decisión lleva el sello del
presidente socialista François Hollande, que siempre prometió que su
Gobierno no haría explusiones de masa, sino caso por caso, y jamás repetiría la
estigmatización de las minorías a la que se entregó sin filtros su antecesor.
Claro que, hace unos días, Hollande dijo en televisión que ya no era un
presidente socialista sino "el presidente de todos los franceses"
(olvidó añadir payos).
Con los sondeos batiendo uno tras otro récords del descontento social, la
"solución gitana" siempre resulta provechosa y rentable, sobre todo
si la ejecuta la supuesta izquierda. Da una -falsa y patética- imagen de
autoridad y seguridad; tiene asegurado de antemano el aplauso de la derecha;
calma y colma la vena populista de los exasperados alcaldes, sean estos del
signo que sean, y desvía la atención de la realidad que viven los restantes 65
millones de habitantes.
Que la solución resulte indigna de un país avanzado, próspero y democrático,
que recuerde mucho al peor fantasma de la segregación racial que precedió al
exterminio organizado de los años treinta, y que constituya una vergüenza y una
ignominia para Europa entera, todo eso a los gobernantes parece importarles
menos. Al fin y al cabo, el más débil, si es extranjero y más aun gitano, no
vota ni votará nunca.
Para los que quieran saber más, resulta muy revelador el último informe de
Amnistía Internacional Francia, que se puede leer en línea aquí.
Y para los que vivan en París y no tengan estómago para soportar esta
barbarie, el sábado a las 14.30 AIF ha convocado una manifestación en la plaza
de Bastilla para protestar por el maltrato a la comunidad romaní y decir basta
a las expulsiones forzosas. Estarán la actiz Fanny Ardant, el actor Yvan
Le Bolloc'h, la violonista Sarah Nemtanu y la fanfarria balcánica
Haidouti Orkestar.
Que suene la música, que se muevan las caderas. Como decía
Lorca, lo que importa es el espíritu. Y los políticos incompetentes no
podrán jamás con el espíritu.
Ningún comentario:
Publicar un comentario