Odiaban en igual grado el comunismo y trabajaron juntos
para combatirlo contribuyendo a la derrota de la Unión Soviética en Afganistán
ANTONIO CAÑO
Washington 8 ABR 2013 - 17:37 CET
Margaret
Thatcher y Ronald Reagan formaron una alianza personal y
política que revitalizó el movimiento conservador en el mundo entero, potenció
la cooperación estratégica entre Estados Unidos y el Reino Unido y, en última
instancia, contribuyó de forma determinante a poner fin al comunismo y
ratificar el predominio universal del capitalismo.
Thatcher y Reagan coincidieron en un periodo histórico en el que el
proyecto de la izquierda languidecía después de varias décadas de disputas
internas. Mientras en el Reino Unido Thatcher resucitaba los valores
conservadores frente a un laborismo sindicalizado y burocratizado, en EE UU
Reagan devolvía la dignidad a la derecha tras el escándalo del Watergate y
contra un Partido Demócrata aún anclado en la ideología estatista de los años
cincuenta y sesenta.
Thatcher y Reagan promovieron la misma agenda reformista: bajos impuestos,
reducciones del gasto social, todo el poder al mercado, máxima libertad para la
iniciativa privada y constantes restricciones a la actividad del sector
público. El estado era, para ambos, el problema, no la solución.
Su coincidencia en el poder fue decisiva para que esa política prosperase y
se consolidase como doctrina universal prácticamente hasta la reciente crisis
de 2008. Thatcher, más atrevida y mejor instruida, sirvió de argumento al
presidente norteamericano para impulsar su propio proyecto. Reagan, con más
poder y más carisma, fue un apoyo vital para que la primera ministra británica
consolidara su posición.
La conexión personal entre ambos contribuyó a extender los efectos de su
alianza más allá de las fronteras de ambos países y, en realidad, a marcar una
época. Ambos aceptaban ser de extracción popular y presumían de conectar con el
sentimiento de los ciudadanos comunes. Odiaban al intelectualismo y todo lo que
éste tiene de elitismo y artificialidad.
Odiaban en igual grado el comunismo y trabajaron juntos para combatirlo,
contribuyendo, por ejemplo, a la derrota de la Unión Soviética en Afganistán.
Confiados, sin embargo, en su instinto y en el valor de las relaciones
personales –ambos creían en las personas y aborrecían a la sociedad-, tanto
Thatcher como Reagan establecieron un buen entendimiento con Mijail Gorbachov.
Ese trío acabó rediseñando Europa en los años ochenta.
Thatcher y Reagan tuvieron un momento de fricción durante la guerra de las
Malvinas. El presidente norteamericano, defendiendo al mismo tiempo los
intereses de su país en su propio continente, pidió a su amiga una actitud más
prudente, a lo que ella se negó. El episodio, no obstante, no dejó heridas en
la relación. Al contrario, el Reino Unido, robustecido en su viejo papel de
potencia militar, estrechó su relación con Washington y, posteriormente, fue
una pieza vital en varias operaciones de EE UU en el exterior, entre ellas las
dos guerras del Golfo.
Thatcher y Reagan se admiraban mutuamente y da la impresión de que llagaron
a quererse. Se ha contado que la muerte del presidente norteamericano en 2004
fue un mazazo para la anciana gobernanta, que entonces ya vivía sus horas
tristes de enfermedad y soledad.
Hoy ambos son mitos que trascienden su obra y su tiempo. El viejo vaquero
cinematográfico y la hija del tendero forman parte de la simbología de sus
respectivas naciones y serán por siempre reconocidos por ello. Sus políticas
causaron sufrimiento a millones de personas abandonadas por el estado del
bienestar y provocaron un fanatismo mercantilista que, con los años, llevó al
sistema a su peor crisis en cerca de un siglo.
Son, por tanto, figuras discutidas y claramente discutibles. Pero, al mismo
tiempo, seguramente necesarias en la era en que les tocó vivir y, sin lugar a
dudas, excepcionales. Ni Thatcher ni Reagan han encontrado aún sucesores a la
altura de su memoria. Desde que ella salió, por el 10 de Dowing Street solo han
pasado conservadores de segunda fila, y fue quizá un laborista, Tony Blair,
quien más se ajustó a la talla de sus zapatos. Tampoco por la Casa Blanca han
desfilado republicanos que hayan hecho olvidar a Reagan, ni que se le hayan
aproximado en liderazgo o popularidad. Reagan sigue siendo la estrella que guía
a su partido y el espejo en el que se miran los candidatos a la presidencia.
Hasta Barack Obama elogió la personalidad de Reagan en su
campaña de 2008. Obama también despidió este lunes a Thatcher con fanfarrias
sobre ese inolvidable matrimonio político de los ochenta: “Aquí en EE UU,
muchos de nosotros nunca olvidaremos que Thatcher, hombro a hombro con el
presidente Reagan, recordaron al mundo que no tenemos que conformarnos con
seguir los acontecimientos de la historia, sino que podemos decidirlos, con
convicción moral, coraje ilimitado y voluntad de hierro”. De hierro.
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