El Pompidou rescata en una retrospectiva el compromiso y
la poesía del gran fotógrafo francés
MIGUEL MORA
Paris 11 FEB 2014 - 21:03 CET
Esperando para mercar ouro nos últimos días do Kuomintang, 1948 |
Vivió 96 años, entre 1908 y 2004, recorrió varias veces el mundo con su
Leica y combatió en primera línea por el surrealismo, el comunismo y el
reporterismo. Además de fotógrafo, Henri Cartier-Bresson fue pintor y
dibujante, cineasta y actor ocasional, reportero de hielo y militante de fuego,
poeta, antropólogo y emprendedor. Antes y después de cofundar la Agencia Magnum en 1947, retrató a los
miserables y a los olvidados, a sus mujeres y sus amigos, guerras y
revoluciones, el inconsciente y el fugaz instante decisivo. Sin
palabrería ni adornos, a base de instinto, generosidad y pulso de cirujano, dio
la espalda a los poderosos y puso el objetivo en los vencidos y la naturalidad.
China, Cuba, México, Costa de Marfil, India, Indonesia, Estados Unidos,
España, Italia, Francia... Nada parecía quedarle lejos. Equipado con su genio
para la composición y su gusto por los matices, se movió con igual facilidad en
lo íntimo y lo colectivo, del primer plano al paisaje baldío, en la sensualidad
de una cama vacía y el estallido de una rebelión. Trabajó apenas cuatro
décadas, pero siguiendo su lema ver es un todo narró como nadie, en su
blanco y negro nítido de grises y sombras, los dramas y las ilusiones —casi
todas perdidas— del siglo XX.
El Centro Pompidou ha
reunido 500 fotografías, pinturas, dibujos y documentales de Cartier- Bresson
en una
retrospectiva cronológica que estará abierta hasta el 9 de junio y
que divide su obra en siete etapas. La exposición, que se podrá ver en la
Fundación Mapfre de Madrid desde el 28 de junio hasta el 8 de septiembre, pone
el foco en sus fotos menos conocidas, sin olvidar algunos de sus clásicos.
Una de las sorpresas es la sala dedicada a su trabajo como cineasta, muy
vinculado a su militancia comunista entre 1935 a 1945 y a su amigo Jean Renoir,
de quien fue ayudante de dirección y figurante en tres películas. Ahí se puede
ver su documental propagandístico sobre la guerra civil, encargado por el
Centro Sanitario Internacional y titulado La victoria de la vida. Las
imágenes, de excepcional calidad e inspiradas en el expresionismo soviético que
había aprendido en Nueva York, enseñan varios hospitales del bando republicano,
el trabajo de los médicos y enfermeras, el trasiego de camillas y heridos, el
dolor, el miedo y la esperanza de los soldados españoles y extranjeros. Al
final, una voz en off pide: “Escuchen las llamadas que vienen de la
España martirizada”.
De joven, Cartier-Bresson quiso dedicarse al arte. En los años veinte se
inscribió en una academia de pintura, aprendió geometría y composición, y
experimentó con ceras y lápices antes de comprarse su primera Leica. Era el
momento de la Nueva Visión, escuela fotográfica heredera del constructivismo
ruso. En 1926 se hizo amigo de Breton y los surrealistas, sin llegar a formar
parte formal del club. Según cuenta el comisario de la exposición, Clément
Chéroux, “le marcó sobre todo la actitud surrealista: el espíritu subversivo,
el gusto por el juego, el lugar prestado al inconsciente, el placer de la
deambulación urbana, la fulguración”.
Su acercamiento al comunismo fue posterior; recorrió España en 1933 y 1934
y transmitió a su forma el sueño de la II República: niños en una barriada de
Sevilla, un gran terreno en obras y el barrio chino de Barcelona, un primer
plano del portero de toriles de Valencia...
Mientras firmaba sus primeros reportajes de prensa en el semanario del
Partido Comunista Francés Regards, dirigido por Aragon, iba afinando su
punto de vista: retrataba a la italiana Leonor Fini desnuda en un río, al poeta
Charles Henri Ford subiéndose la bragueta en un urinario público de París, a clochards
y gitanos durmiendo en la calle, a un grupo de obreros cobrando sus primeras
vacaciones pagadas. El día de la coronación de Jorge VI, en mayo de 1937, da la
espalda al rey y fotografía al pueblo que mira.
Con la llegada de la II Guerra Mundial, fue movilizado por el ejército en
la sección Película y Fotografía, aunque no pudo trabajar mucho: pasó tres años
preso antes de evadirse y de unirse a un grupo de comunistas. En 1944 y 1945,
filmó y fotografió las ruinas del pueblo arrasado de Oradour-sur-Glane, la
liberación de París y el regreso de los presos en Alemania: su serie sobre los
ajustes de cuentas a los colaboracionistas en Dachau sigue siendo
escalofriante.
Tras el conflicto y la retrospectiva que le dedicó el MOMA en 1947, nace
Magnum y con ella tres décadas del mejor fotoperiodismo de la historia: las
multitudes en los funerales de Gandhi, la fiebre del oro en Shanghái, la muerte
de Stalin, la Cuba que despide a Benny Moré en 1963, Mayo del 68... Y, en sus
ratos libres, los geniales retratos por encargo a Matisse, Giacometti, Capote o
Sartre; y sus reportajes de investigación: los Seis días ciclistas de París;
los cuerpos en Tokio, Indonesia, Israel o Kosovo, la sociedad de consumo...
Con la llegada de la publicidad y del color,
Cartier-Bresson se aleja de Magnum en los años setenta. Se dedica a la vida
contemplativa y a montar exposiciones y libros. Sigue disparando de vez en
cuando, y vuelve a la poesía de sus primeras fotos. Tras la vorágine, elige la
lentitud y el silencio. Como si ya estuviera todo dicho.
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