Por: Tereixa Constenla | 06 de
febrero de 2014
En el segundo viaje de Colón figuraban mujeres, un hecho casi desconocido
fuera del ámbito académico. Fue el inicio de un flujo creciente e incesante de
españolas hacia América. Algunas protagonizaron aventuras asombrosas y otras
actuaron con crueldad. Sin embargo, ni figuran en la Historia ni
conocemos sus nombres. Solo algunos empeños pugnan por arrancar a estas
mujeres, con sus luces y sombras, de las tinieblas. El más reciente es el de Eloísa
Gómez-Lucena, que ha publicado Españolas del Nuevo Mundo
(Cátedra), donde recompone 38 biografías femeninas. Contra el runrún
popular, ni todas fueron monjas o prostitutas. Los investigadores han
constatado que se trató de un fenómeno significativo y transversal. Su perfil fue
tan diverso como la sociedad de la que partían: desde humildes costureras hasta
hidalgas con vocación pedagógica. Al llegar allí, un mundo
fascinante y peligroso que solapaba la destrucción de lo existente con la
construcción de lo nuevo, se convirtieron en capitanas, guerreras, maestras,
exploradoras… “Engrosaron las filas de los expedicionarios y, como ellos,
desbrozaron selvas, atravesaron cordilleras y desiertos y navegaron por los
grandes ríos. Hazañas y penalidades femeninas en raras ocasiones reconocidas
por la Corona española o comentadas por los historiadores de la época”, escribe
Gómez-Lucena en el ensayo introductorio. A cada una de las vidas reseñada le
sobran argumentos para un guion cinematográfico. Hollywood no las habría
desaprovechado. Acaso alguien se anime si lee la obra. De momento, ahora que la
ficción histórica está de moda en televisión, se ha estrenado El corazón del
océano, la serie que narra la odisea de Mencía Calderón, la
extremeña que sobrevivió junto a una veintena de mujeres a una expedición de
17.000 kilómetros y seis años hasta llegar a Asunción (Paraguay). Estas son
cuatro historias recogidas por Eloísa Gómez-Lucena.
María de Estrada. Combatiente
a las órdenes de Cortés. Cofundadora de Puebla de los Ángeles y Tetela del
Volcán. (¿Sevilla, 1480?-Puebla de los Ángeles (México), 1535). La biógrafa
avisa de que “nada se sabe de los años españoles y poco de los americanos” de
esta mujer que participó en la expedición de Hernán Cortés a Nueva España
(México). Aparece citada con tacañería por el cronista
Bernal Díaz del Castillo, que reparó más en los caballos. “Describe
hasta los 16 équidos que los acompañaban, pero se olvidó de anotar el nombre de
las mujeres embarcadas o, al menos, mencionar el número”, se queja la autora
del libro. De las hazañas de María dan fe otros cronistas, como el historiador
mestizo Diego Muñoz Camargo que, en 1591, concluyó una obra donde se
recogían los sucesos tras la Noche Triste, cuando los españoles huían de
Tenochtitlan el 1 de julio de 1520: “Se mostró valerosamente una señora llamada
María de Estrada, haciendo maravillosos y hazañeros hechos con una espada y una
rodela en las manos, peleando valerosamente con tanta furia y ánimo que excedía
al esfuerzo de cualquier varón”. Gómez-Lucena también da por cierto que la
conquistadora es la figura femenina que cabalga junto a un capitán saliendo de
Tenochtitlan, en un grupo comandado por Pedro de Alvarado, que figura en el
Lienzo de Tlaxcala, un códice realizado en 1552 por encargo del Cabildo para
narrar la conquista del imperio mexica. María de Estrada volvería a guerrear
contra los indios tetelecas cerca de Puebla de los Ángeles, en cuya fundación
participó junto a su primer marido, Pedro Sánchez Farfán.
Catalina Bustamante. Primera
maestra de América. (Llerena, c.1490-Texcoco (México), ¿1546?). De probable
origen hidalgo y con formación humanista, partió el 5 de mayo de 1514 de
Sanlúcar de Barrameda junto a su marido, sus hijas y sus cuñadas hacia Santo
Domingo, la primera ciudad europea del Nuevo Mundo. Durante 15 años se pierde
su rastro “hasta que resurge en México a través de una protesta que la
dignifica”. Escribe una carta a Carlos I en 1529 “exigiendo justicia por el
atropello del que habían sido víctimas dos alumnas indígenas y, por extensión,
el colegio de Texcoco que ella dirigía”. Para entonces Catalina Bustamente
había enviudado y se ocupaba de la educación de las hijas de los capitanes de Hernán
Cortés. Era terciaria, lo que la obligaba a una existencia decorosa y pía,
una condición que la favoreció para ser nombrada directora del colegio de niñas
indígenas de Texcoco. Aprendían a leer y escribir, cantaban oraciones,
aprendían cuestiones domésticas y, las mayores, se iniciaban en algún oficio. “Catalina
Bustamente fue inculcando en las adolescentes indígenas el derecho a
formar una familia monógama e indisoluble, lejos del arbitrio paterno donde,
hasta ese momento, las hijas eran mercancía para sellar alianzas con caciques o
capitanes españoles. Animó a estas jóvenes a formarse una nueva conciencia
regida por el derecho a elegir esposo y a vivir en sintonía con la moral
cristiana”. Una noche de 1529 un grupo de indios asaltó el colegio para raptar
a Inesica, hija de un cacique, y su criada por orden de un alcalde
español encaprichado con la joven. La directora del colegio denunció al
secuestro ante el obispo, que exigió la devolución de Inesica y su criada. “No
conforme con eso, Catalina Bustamante denunció al alcalde por el atropello a la
honra de las doncellas y el allanamiento del colegio para que sirviera de
escarmiento ante los desmanes de otros altos cargos del virreinato”. No
prosperó la vía judicial porque el presidente de la Audiencia de México era el
hermano del regidor que había ordenado el secuestro. Fue entonces cuando
Bustamente escribió a Carlos I, enredado por entonces en los detalles de su
coronación como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. La misiva
acabaría en manos de su esposa, Isabel de Portugal, que se indignó ante
la ofensa y ordenó reclutar “mujeres letradas de conducta ejemplar” para
instruir a las niñas de Nueva España. A las elegidas les pagó el pasaje, la
manutención y un ajuar. Catalina Bustamente regresó una vez a España, con 45
años, para denunciar ante la Corona la falta de apoyos a su labor pedagógica. Isabel de
Portugal volvió a respaldarla con fondos y con el reclutamiento de
tres terciarias maestras. La instrucción de niñas indígenas se expandió
–también a las hijas de familias pobres- por México hasta que la peste de 1545
la truncó abruptamente. Entre los 800.000 fallecidos se incluyeron las alumnas
y sus maestras, incluida Catalina Bustamante. Un monumento en Texcoco la honra
como la “primera educadora de América”.
Ana de Ayala. Exploradora del Amazonas.
(Trujillo, 1525-Panamá, finales XVI). Contra esa versión que la identifica como
una prostituta, Gómez-Lucena afirma que Ana de Ayala, de origen humilde, se
casó a los 19 años en Sevilla con Francisco de
Orellana, mientras él preparaba la expedición para remontar el
Amazonas desde el delta. La Corona le autorizó a llevar 100 hombres a caballo,
200 a pie, algunas esposas e hijos y solteras, ocho esclavos y otros tantos
religiosos. En la práctica, cuando zarpó de Sanlúcar el 11 de mayo de 1545,
“tuvo que incluir en la tripulación algunos individuos de malos antecedentes,
prófugos de diversa condición: ladrones, bellacos, quizá algún homicida, pero
también maridos que huían de sus mujeres, a quienes las Leyes de Indias
prohibían pasar a América sin ellas”. Partieron entre 300 y 500 personas en
cuatro naves. Cuando llegaron a Brasil para iniciar propiamente la aventura
solo habían sobrevivido 150 y dos naves. Los infortunios siguieron
acumulándose: faltaban alimentos, un nuevo naufragio, enfrentamientos con los
indios… Finalmente, Orellana decidió continuar solo con el bergantín junto a
Ana de Ayala, Juan de Peñalosa, el piloto Juan Griego y apenas medio
centenar de tripulantes. “Vagaron en el bergantín durante 27 días, perdidos por
afluentes o brazos muertos del Amazonas”. Regresaron a buscar a la isla donde
habían dejado otros compañeros. No estaban. “Durante unos meses los buscaron
río abajo. Ya todos iban enfermos o heridos y, con tan solo un puñado de maíz
para cada pasajero, echaron el ancla en un recodo del río al distinguir un poblado
en un claro del bosque. Revolvían las chozas y las empalizadas en busca de
alimentos y animales cuando los emboscados indígenas, avisados de su llegada,
flecharon a 17 hombres y a Orellana le atravesaron el corazón. Desconocemos el
lugar y la fecha de su muerte. Sin embargo, por las declaraciones de su mujer
Ana de Ayala y de los otros supervivientes, sucedió en los primeros días de
noviembre de 1546, tal vez en Macapá, a unos 200 kilómetros del mar abierto. Lo
enterraron al pie de un soberbio castaño de Brasil, tan pródigo en la
Amazonía”. Dos semanas después, solo 26 personas de entre los centenares que
zarparon de Sanlúcar arribaron a la isla Margarita. Ana era la única mujer
superviviente. Tras la recuperación se fue a Panamá con el capitán Juan de Peñalosa
aunque no volvió a casarse. Según Gómez-Lucena, lo desaconsejó una razón
práctica: “Ana de Ayala habría interpuesto querella al Consejo de Indias con el
propósito de reclamar los derechos de explotación de los territorios
descubiertos por su marido, o bien, habría solicitado a la Corona española que
le asignara encomiendas de indios con las que mantenerse, en consideración a
los servicios de su marido y a los suyos propios”. El único rastro documental
que dejó Ana de Ayala ocurrió en marzo de 1572 ante un tribunal de Panamá que
debía valorar los servicios prestados por Peñalosa en la expedición de
Orellana. Ella declaró como testigo. En el libro se recoge un extracto de sus
respuestas que certifican las calamidades que afrontaron todos los expedicionarios:
“Llegó a tanto la dicha hambre que se comieron los caballos que llevaban y los
perros en 11 meses que anduvieron perdidos en el dicho río; en el cual dicho
tiempo murió la mayor parte de la gente y, juntamente con ella, el dicho su
marido; y sabe este testigo que solamente escaparon 44 hombres, uno de los
cuales fue el dicho capitán Juan de Peñalosa”.
Isabel Barreto
(Pontevedra, 1565-Castrovirreyna, Perú, 1612). Adelantada de los Mares del Sur
(Melanesia). La familia Barreto Castro, acomodada y erasmista (lo que propició
una esmerada instrucción a sus hijas), se instaló en 1585 en la Ciudad de los
Reyes (actual Lima) en el séquito del virrey. Un año después Isabel se casó con
el almirante Álvaro
de Mendaña, descubridor de la islas Salomón, y contribuyó a
buscar financiación para una nueva travesía a los mares del Sur. Zarparon en
1595 con una dotación formada en buena parte por soldados conflictivos. La
expedición al completo estaba integrada por cuatro naves, con 280 hombres y 98
mujeres y niños. Durante los 35 días de navegación hasta las islas Marquesas,
cuenta la biógrafa que se celebraron 15 bodas. Pero la travesía fue más pródiga
en dificultades: enfrentamientos con indígenas, escasez de víveres y agua,
desesperanza para encontrar las islas ansiadas. El retrato de Isabel Barreto
que legó a la posteridad el cronista Pedro Fernández de Quirós (el
piloto portugués) es el de una mujer manipuladora y dura. Este relató que, para
resolver el enfrentamiento entre su marido, el adelantado Mendaña, y su
maestre, ordenó su ejecución: “Señor, matadlo, o hacedlo matar: ¿qué más
queréis, pues os ha venido a las manos?, y si no, yo le mataré con este
machete”. Poco después se sucedería una sangría entre partidarios de uno y
otro. El propio Mendaña fallecería poco después dejando como heredera a su
esposa, que se convertiría en la gobernadora de los Mares del Sur. La almiranta
decidió entonces enfilar hacia Manila en condiciones precarias y ambiente
tenso. “Isabel Barreto prohibió desembarcar bajo pena de muerte. En la noche,
un soldado casado y con un bebé fue en una barca hasta el poblado en busca de
leche para su hijo. Al regresar, Isabel Barreto mandó ahorcarlo por no ser
obedecida”. El 11 de febrero de 1596 arribaron a Manila. La adelantada
rehízo su fortuna con el comercio de telas de China y se casó de nuevo con Fernando
de Castro, que defendió sin éxito ante el rey Felipe III los derechos de su
esposa como gobernadora de las islas Salomón. La Corona otorgó, por el
contrario, el beneplácito a Fernández de Quirós para organizar una nueva
expedición a los mares del Sur.
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