El RRV fue una especie de caricatura musical de un momento social explosivo
en el que se dirimieron conflictos políticos de largo alcance
Ahora el libro El estado de las cosas de Kortatu: lucha, fiesta y
guerra sucia solapa los aspectos musicales de RRV con un análisis
riguroso de su contexto histórico
Da cuenta de la heroína, jeringuillas, terrorismo de Estado y reconversión
industrial de los 80's
César Rendueles 27/01/2014 – eldiario.es
Este verano mi sobrina de veinte años apareció con una camiseta en
la que se leía “Keep the 80s alive” en letras doradas. Aluciné. Si pienso en
los años ochenta, la imagen que se me viene a la cabeza es la de un montón de
jeringuillas. “Chutas, chutas everywhere” pondría la camiseta si la hubiera
diseñado yo. Estaban por todos lados, en la calle, en los parques, en los baños
de los bares, en la playa… A un vecino de mi edificio se le cayeron las llaves
por el hueco del ascensor. Cuando fueron a recogerlas vieron que el fondo
estaba cubierto de jeringuillas, como en Saw 2. Era cosa de otro
vecino, que era yonki. Sus padres le echaron de casa y él instaló una especie
de chavola en la escalera del edificio. Vivía allí. Lo de tirar las
jeringuillas en una papelera le debía parecer una molestia excesiva.
Me he acordado porque Roberto Herreros e Isidro López acaban
de publicar El estado de las cosas de Kortatu: lucha, fiesta y guerra
sucia (Lengua de Trapo, 2013). Forma parte de la colección Cara B,
que dirige Víctor Lenore y en la que cada libro está dedicado a un disco. Una
vez Lenore me dijo que escuchando la música indie que suena, por
ejemplo, en Radio 3, nadie podría hacerse una idea del momento que está
viviendo el país. Con el rock radical vasco (RRV) pasó exactamente lo
contrario. Fue una especie de caricatura musical de un momento social explosivo
en el que se dirimieron conflictos políticos de largo alcance. Precisamente, el
gran acierto de El estado de las cosas es solapar los aspectos musicales
de RRV con un análisis riguroso de su contexto histórico. La reconversión
industrial, la heroína, el terrorismo de Estado o la aparición de nuevos
movimientos sociales se entreveran con los aspectos musicales, como la ruptura
del RRV con la tradición de cantautores políticos.
Hay gente que cuando se emborracha canta canciones de Alaska o la sintonía
de La Abeja Maya. Yo me sé de memoria la mayor parte del repertorio de la
primera hornada del RRV, desde Escupe de Cicatriz a Sr. Juez
de Zer Bizio? pasando por Ruido de sables de MCD. Creo que
incluso a los quince años, cuando era prácticamente la única música que
escuchaba, me daba cuenta de que eran canciones bastante cutres. Aún así, para
mí esa música fue importante y no puedo dejar de pensar que había un buen
motivo para ello.
Un discurso musical contradictorio
Tal vez la razón de esa contradicción sea que el RRV se pensó a sí mismo
como el hilo musical de la revolución pero fue más bien el ruido de fondo de la
desmovilización. Fue ultrapolítico en el momento en el que comenzaba el
derrumbe de los movimientos de izquierda. Como explica El estado de las
cosas el RRV, por un lado, fue un espacio de resistencia a eso que Guillem
Martínez ha llamado la cultura de la transición. Cuestionó el consenso hegemónico
acerca de lo que era aceptable política y culturalmente.
Abordó, a menudo con más rabia que inteligencia, asuntos de los que nadie
hablaba: el plan ZEN, el nacionalismo español, el consumismo, la degradación de
los barrios obreros, la violencia policial, el sexismo… La consecuencia fue una
exclusión sistemática del RRV de los medios de comunicación. Grupos que vendían
cientos de miles de discos eran completamente invisibles en las televisiones,
radios y periódicos.
Pero, por otro lado, como también se apunta en El estado de las cosas
, el RRV pronto se convirtió en un discurso musical conformista con importantes
aspectos consensuales. Los bilbainos Doctor Deseo lo resumieron muy bien
ya en 1985: “El RRV no es lo que era, se ha convertido en una institución,
parece algo sagrado que no se puede mover. Además, en realidad son muy poco
radicales, musical y estéticamente son muy conservadores, y sus letras son
relativamente radicales, amén del panfleto. Hay tres temas fundamentales:
meterse con los modernos, contra la iglesia y contra la policía. Si se nombra
la palabra “maderos” es éxito seguro en Euskadi”.
Es verdad: las palabras y los lemas se van momificando hasta volverse
inservibles. Pero no está muy clara cuál es la alternativa. En el instituto tenía
un amigo que siempre me decía que para él las letras de La Polla Records
eran auténtica filosofía. Yo, que me creía muy listo, me reía un poco de él.
Cuando empecé a estudiar la carrera de filosofía me topé con Volver a pensar
(Akal, 1989), un libro muy importante para entender la década de los ochenta en
el que Carlos Fernández Liria y Santiago Alba Rico decían
literalmente eso.
Contraponían las letras de La Polla Records, que se atrevían
a repetirse una y otra vez, con las filigranas de la filosofía postmoderna. El
RRV nos enseñó a ser pesados, a no caer en la tentación de la originalidad, a
decir lo mismo porque aquí siempre ganan los mismos. Los originales son esos
que nos aseguraban que estábamos todos en el mismo barco y que si estudiábamos
mucho, protestábamos poco, aprendíamos inglés y pedíamos una hipoteca todo iría
bien. Y, por cierto, a veces las palabras y los lemas no mueren, sólo hibernan.
Como cuando Javier
Gallego nos recordó un día de mayo de 2011 que la banda sonora
de nuestras plazas se había compuesto en 1990.
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