María García Torrecillas tenía 97 años y en 2007 volvió a España por última
vez para recoger la Medalla de Andalucía a su excepcional labor humanitaria. La
maternidad de Elna salvó la vida a centenares de mujeres republicanas y judías
y a sus hijos, bajo el implacable acoso de la ocupación nazi
RAFAEL GUERRERO Sevilla 09/02/2014 publico.es
Esta semana
ha fallecido en Monterrey (México) una mujer excepcional, de físico menudo pero
con un inmenso corazón, que como medio millón de españoles tuvo que exiliarse
para huir del franquismo a comienzos de 1939. María García Torrecillas
murió a sus 97 años el pasado lunes, 3 de febrero, después de haberse entregado
a los demás allí donde estuvo. En 2007 regresó a Andalucía después de medio
siglo en el exilio mexicano para recibir no sólo el cariño de sus paisanos del
pueblecito almeriense de Albanchez, sino también el reconocimiento oficial del
Gobierno andaluz, cuyo presidente Manuel Chaves la distinguió con la Medalla de
Andalucía.
María García
Torrecillas salió entonces del modesto anonimato con el que tantas personas de
bien restan importancia a la excepcional labor humanitaria que han realizado en
su vida. Sus méritos para el reconocimiento fueron sobrados por lo mucho que
entregó a los demás, especialmente en la Maternidad Suiza de Elna, en el sur
de Francia, donde su incansable trabajo como enfermera voluntaria sirvió
para salvarle la vida a cientos de niños y a sus madres, entre refugiadas
republicanas españolas y mujeres judías que a duras penas podían huir del
implacable acoso de los nazis. También la Cruz Roja almeriense la condecoró por
dar tanto cariño y amparo a madres y niños en aquella emblemática clínica
montada y dirigida por la enfermera suiza Elizabeth Eidenbenz, su gran amiga.
María García
Torrecillas nunca imaginó que sin quererlo iba a pasar a la Historia por su
labor como enfermera. Pero la vida da muchas vueltas y más si los tiempos son
difíciles y te traen y te llevan sin poder evitarlo. Pero María tenía un
espíritu aventurero, heredado de su padre que, perteneciente a una clase
acomodada rural almeriense, había recorrido varios países latinoamericanos a
principios del siglo XX. Consciente de la apertura de miras que da el viajar,
el padre de María se mostró comprensivo cuando su hija le pidió autorización
con 20 años para irse a Barcelona a comienzos de 1936, donde ya estaba
establecido otro hermano mayor.
Los
bombardeos de Barcelona
Del campo a
la gran urbe. Fueron pocos meses hasta que se produjo el golpe militar que
desencadenó la Guerra Civil. De trabajar en el textil, María tuvo que
adaptarse a trabajar en una fábrica de armamento para la defensa de la
República. Entonces aprendió a convivir y a sortear los bombardeos de la
aviación italiana, hasta que el cerco sobre la Ciudad Condal se estrechó y
Barcelona cayó. Entonces se produjo la penosa huida hacia Francia, cuyas
autoridades recibieron a esa legión de exiliados de la peor manera imaginable. Campos
de concentración en las playas pasando mucho frío y rodeados por alambradas
vigiladas por soldados a caballo que atemorizaban a los españoles.
"Eran
lo peor que se puede imaginar. Allí no teníamos nada: arena, agua y alambre.
Teníamos triple alambrada de púas y los gendarmes, allí parados riéndose cuando
te echaban un caballo encima. Eso era el campo de concentración. Mucha
miseria, mucha hambre, mucho frío y muchos parásitos que ya no sabías cómo
quitártelos".
En ese
contexto tan inhóspito, María quedó embarazada de su compañero Teófilo. No era
el escenario ideal para experimentar la maternidad, pero un ángel se cruzó en
su camino. Un ángel llamado Elizabeth Eidenbenz, la enfermera suiza que al
comprobar el drama humano de tanta población refugiada se lanzó a buscar
recursos para montar un hospital maternal hasta que lo consiguió en una antigua
mansión en Elna, cerca de Perpignan.
El encuentro
casual con la suiza que le ofreció su centro para dar a luz le cambiaría
la vida a María, ya que de simple paciente se convertiría en activa enfermera y
mano derecha de Eidenbenz en su gran labor humanitaria.
Mientras su
compañero Teófilo emprendía rumbo al exilio de ultramar, nació Felipe, su único
hijo. Y a partir de entonces, María comenzó a trabajar cuidando recién nacidos
sin mirar el reloj y animando a las madres, porque esta almeriense no se
limitaba a una atención aséptica ni al horario tasado. "Allí no había
horas. A las seis de la mañana yo ya estaba en las cunas, preparando los
pañales para que a las siete las mamás empezaran a darles de comer". Lo
suyo se convirtió en una pasión vocacional de servicio para salvar vidas y para
dar mucho cariño.
Elizabeth
dirigía la maternidad de Elna con pulso firme y se apoyaba en María como su
mano derecha, convertida en cómplice para jugársela engañando muchas veces a la
Gestapo que perseguía sin piedad todo rastro de judías y también de rojas. Dos
años y medio estuvo María en Elna, donde nacieron en unas aceptables
condiciones higiénicas alrededor de 600 niños que, de otra manera, habrían
tenido muchas dificultades para sobrevivir.
El exilio
definitivo en México
María quería
reencontrarse con su compañero Teófilo en México y decidió marcharse, no sin
antes recibir de Elizabeth y sus compañeras de la maternidad una emotiva despedida.
Tras una larga y penosa travesía en el Serpapinto, un barco portugués
lleno de españoles hambrientos, María y su pequeño Felipe llegaron a México
en 1942, pero nadie les espera en el puerto de Veracruz, al contrario del resto
del pasaje. Tras días de incertidumbre, apareció su compañero y le espetó que
vivía con otra mujer a la que también había dejado embarazada. María, con el
corazón roto, decidió cortar por lo sano y afrontar un futuro incierto en un
país lejano, sola y con un hijo pequeño.
Sin embargo,
pronto salió a relucir su coraje y no tardó en recibir el apoyo de la creciente
comunidad de exiliados españoles que le facilitó trabajo como enfermera en una
maternidad, donde volvería a asistir a cientos de madres españolas, y sería
felicitada por la introducción de métodos de gestión ágiles y efectivos
aprendidos en Francia y desconocidos en México. Entretanto, su hijo Felipe
fue escolarizado y bien atendido, como un ejemplo más de la excelente
acogida que el Gobierno mexicano de Cárdenas ofreció a los españoles que habían
huido de la represión franquista. "En México nunca tuvimos problemas.
Quizás algún antiguo emigrante, de los que había de antes que, al tener otras
ideas, podía pensar que éramos criminales, que éramos gente malísima. Pero sólo
esos antiguos emigrantes españoles, porque los mexicanos nos recibieron de
maravilla".
María
estabilizó su vida así en la capital federal de México, donde conoció a otro
exiliado español mayor que ella, José Fernández, con quien acabó casándose
y conviviendo felizmente durante medio siglo. María se fijó entonces como
objetivo traer a México a sus hermanos, cosa que fue consiguiendo poco a poco.
Especial mención merece el reencuentro con su hermano Juan, que había sido
condenado a muerte por luchar en el Ejército republicano y que con la pena
conmutada y tras haber pasado bastantes años entre rejas, recibió una
autorización especial de las autoridades franquistas para cumplir una promesa y
visitar el Santuario de Lourdes, lo que aprovechó para liarse la manta a la
cabeza con su mujer y viajar a París, desde donde volaría poco después rumbo a
México.
María estuvo
a punto de morir junto a su marido Pepe en el catastrófico terremoto que
asoló la capital mexicana en 1985. Por eso, harta de tener el alma en vilo cada
vez que temblaba la tierra en el distrito federal, decidió trasladarse a
Monterrey a una casa cercana al domicilio de su hijo Felipe, donde residió y
disfrutó de la proximidad con su familia: su hijo, su nuera, sus nietos y sus
bisnietos.
María García
Torrecillas lamentó no haber podido acompañar a sus padres en su vejez vivida
en su pueblo natal almeriense de Albanchez, ni haberlos podido abrazar antes de
su muerte. La última vez que los vió fue cuando se despidió de ellos para irse
a Barcelona con 20 años, en enero de 1936. Regresó a España en cuatro
ocasiones y la anterior al merecido homenaje recibido en Sevilla fue en
2005, con motivo de un homenaje tributado en Barcelona a su buena amiga
Elizabeth Eidenbenz, la directora de la maternidad de Elna, fallecida en 2011
con 97 años.
Como
tantos represaliados, perseguidos y exiliados por causa del franquismo, María
García Torrecillas decidió publicar en México en 2006, a sus 90 años, un
libro con sus memorias titulado Mi Exilio. Descanse en paz este
longevo ejemplo de mujer luchadora y solidaria.
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