Se ultima en el sur de Francia la construcción de un
museo en un antiguo campo de concentración que acogió a judíos y españoles
republicanos
A diez kilómetros de Perpiñán, en la región del Languedoc-Rousillon, más
conocida como la Cataluña del Norte, hay un lugar donde se cruzan todas las
memorias, los exilios y los dramas franceses del siglo XX. Es el campamento
militar Joffre, aunque se conoce más como Campo de Rivesaltes, y lo conoce
mucha menos gente de la que parecería sensato. Situado en una llanura de 612
hectáreas, entre el mar y los Pirineos, y es un lugar abandonado, agreste y
ventoso.
Aunque ayer brillaba el sol y se veía al sur la montaña triste del exilio
de Pau Casals, el Canigó, la sensación al recorrer su tierra naranja y entrar
en las ruinas de los barracones y sus letrinas (un simple cajón con un agujero
sobre el suelo) era de emoción, miedo y respeto: entre 1941 y 1965, este campo
de concentración sirvió a Francia —y a Alemania— para internar a todo tipo de
extranjeros “indeseables”.
Bajo mandato de Vichy, entre 1941 y 1942, Rivesaltes albergó a 21.000
personas en total: fue el centro regional donde ingresaron 6.500 judíos de la
zona no ocupada, de los que 2.300 fueron enviados a Auschwitz a través
de Drancy. Con ellos convivieron muchos republicanos
españoles, huidos y en espera de un destino mejor, y miles de
gitanos sin patria atrapados en la trampa bélica.
Hasta 1948, ese campo dividido en siete islotes de 80 barracones cada uno,
los muros construidos con cemento ligero, sin cimientos, y con tejados de
madera a dos aguas, dio cobijo a prisioneros de guerra de 16 nacionalidades
distintas, incluidos soldados alemanes y colaboracionistas franceses.
Una vez acabado el conflicto, Francia no lo cerró, y
entre 1956 y 1968 Rivesaltes fue campo de concentración y tránsito para cientos
de familias de harkis, las unidades de civiles argelinos movilizados por
París para luchar contra la independencia de su propio país.
Tras unos años en los que funcionó como campo militar, el Estado francés
volvió a dar a este gran agujero negro de su historia una utilidad represora:
en 1986 una parte del área N se convirtió en Centro de Retención de
Inmigrantes. Permaneció abierto con esta misión hasta 2007.
Como escenario de tantos horrores, y recuerdo de infamias inconfesables, la
historia de Rivesaltes se sumió en un silencio espeso durante décadas. Pocos
querían hablar de ese sitio insalubre, húmedo y lleno de mosquitos, donde los
presos eran subalimentados, maltratados, esclavizados en trabajos, y donde el
cólera se cobró docenas de vidas en los años de la guerra.
Pero varias ONG interesadas en la memoria mantuvieron vivo el recuerdo, y
en 1998 un político decidió dedicar su carrera a convertir ese sitio
innombrable en el Memorial del Campo de Rivesaltes. El presidente regional,
Christian Bourquin, que es además senador socialista, ideó el proyecto para
construir un museo dedicado a las víctimas y pidió ayuda al Estado francés. Sin
éxito. “Nicolas Sarkozy me negó ayuda varias veces, creo que tiene serios
problemas con la memoria”, ironizaba ayer Bourquin ante media docena de
periodistas extranjeros. “Ahora espero que Hollande nos ayude un poco más,
aunque de momento no hemos tenido más que buenas palabras”.
Sin ayuda, pero con tenacidad, la región y la provincia se pusieron a
trabajar, y hoy la construcción del Memorial de Rivestaltes tiene incluso fecha
de apertura: el 14 de enero de 2015. Primero, la región salvó el campo, que
pertenecía al Ejército, de la destrucción total, comprando 45 hectáreas de
terreno. Luego, abrió un concurso de ideas para construir el museo de la
memoria que ganó el arquitecto Rudy Riccioti: su edificio es un rectángulo de
220 metros de largo por 20 de ancho y 4.000 metros cuadrados que se mete en la
tierra entre los barracones: sobrio, hecho en hormigón, será amueblado con
vidrio y madera.
Valorado en 23 millones de euros, el Memorial tendrá una exposición
permanente con tres partes: objetos, archivo y testimonios. El gran ataúd
tendrá tres lucernarios en el techo, pero ninguna ventana. La idea de Riccioti,
según explica su ayudante Romain Passelac, es hacer “un espacio de recogimiento
que renuncia a imponerse al campo y que permita al visitante compartir y
comprender el dolor y el peso de la historia que se ha vivido aquí”.
“Por este campo ha pasado toda la historia francesa y europea desde 1939
hasta 2007”, resume el historiador Denis Peschanski, presidente del comité
científico del Memorial, que lleva 16 años trabajando en el asunto.
“La guerra civil española, la II Guerra Mundial, la
guerra de Argelia y todos los desplazados forzosos de Francia pasaron por
Rivestaltes. Es el emblema de la exclusión, del rechazo, del odio al diferente
y también de la participación francesa en muchos episodios terribles que no
podemos olvidar. Por eso es tan importante recuperar su memoria ahora que en
Europa resuenan otra vez los peores ecos del populismo”.
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