China, India, México o Marruecos son destinos cada vez
más atractivos
Los países ricos competirán con los emergentes por atraer
población
MARIANGELA
PAONE Madrid 29 ENE 2014 -
21:57 CET
Migrante haitiano en Haití falando por teléfono coa súa muller |
España debate sobre si las cuchillas de
la valla de Melilla son o no un “método de disuasión” aceptable
frente a la inmigración; Grecia levanta
un muro en la frontera con Turquía; Bulgaria diseña otro para frenar la
llegada de refugiados sirios... Y mientras los Estados intentan
protegerse con armaduras varias, el epicentro de los movimientos migratorios se
está desplazando poco a poco.
Los países ricos del Norte siguen siendo destino prioritario para muchos
ciudadanos que buscan un futuro mejor. Pero la brújula de los inmigrantes
empieza a girar rápidamente hacia otros destinos. “Europa, EE UU y Canadá
seguirán recibiendo inmigrantes, pero muchos irán a otros países emergentes”,
señala Demetrios Papademetriou, presidente del Migration Policy Institute, un think tank
internacional, con sede en Washington. “Los protagonistas de estos nuevos
movimientos serán China, India o Turquía, pero también países como Marruecos,
México o Indonesia. No hace falta mirar una bola de cristal para saberlo. Es
algo que ya está sucediendo. El problema es que aún no somos plenamente
conscientes de ello en los países occidentales. Donde sí lo son es allí donde
se está produciendo este fenómeno; Turquía, Brasil o Marruecos…”, añade.
Es evidente que los países tradicionalmente receptores de inmigrantes aún
piensan que todo sigue igual. Se aprecia en el discurso político imperante, en
el que priman expresiones como oleadas, avalancha, asalto o llegada masiva de
extranjeros, y muchas de las medidas anunciadas recientemente tienen que ver
con el levantamiento de nuevos límites, físicos o normativos. Pero un repaso
detallado a los datos de los últimos años deja entrever que los flujos
migratorios ya no son lo que eran. Y cambian a un ritmo más rápido del que
cabría imaginar.
Los desplazamientos desde el Sur —desde los países de renta baja y media—
hacia el llamado Norte desarrollado ya no predominan en las grandes corrientes
migratorias internacionales. Pablo Lattes, investigador de la División Población del
Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU, lo detalla
así: “Si se mira el total de las últimas décadas, la ruta más importante es
entre México y EE UU. Pero si analizamos los últimos años vemos cómo
destacan Asia y África. Por ejemplo, si en la década de 1990 a 2000 el
incremento del contingente de extranjeros se debió en un tercio a las llegadas
a Europa y dos tercios a América del Norte, entre 2000 y 2010 un cuarto se
debió a Europa, un cuarto a América del Norte y casi el 40% de los
desplazamientos fueron a Asia”. Cuando el periodo que tomamos como referencia
se circunscribe solo a los últimos tres años, “un 30% corresponde a Europa, un
18% a EE UU y un 50% a Asia”, añade Lattes. “Si simplificamos, podemos decir
que entre 1990 y 2000 el crecimiento del número de extranjeros se registraba
100% en el Norte y ahora es de poco más del 50%, mientras el resto son
movimientos Sur-Sur. Y creemos que el Sur va a ser cada vez más importante”.
Los expertos en migraciones alertan de que una Europa cada
vez más envejecida podría encontrarse en 2030 con un déficit
demográfico que dificulte el mantenimiento de su tradicional Estado de
bienestar, ya vapuleado por la crisis económica última. El viejo continente
podría necesitar más inmigrantes justo cuando estos se encuentren mirando hacia
otro lado. “Si Europa continua con sus políticas restrictivas, existe el riesgo
real de que no sea capaz de atraer la inmigración cualificada que necesita en
un contexto de competición global”, afirma Catherine de Wenden, socióloga
francesa y directora de investigación del CNRS, el equivalente francés del
CSIC. De Wenden, que ha dedicado gran parte de su actividad académica durante
los últimos 20 años a investigar las migraciones internacionales, está
convencida de que en el futuro habrá tanta gente que se va hacia el Norte como
hacia el Sur del mundo, “pero el Norte seguirá teniendo necesidad de atraer más
inmigrantes”.
El equívoco del actual debate está, según De Wenden, en no reconocer que
“la inmigración es un factor de crecimiento económico, un dinamismo frenado por
las trabas puestas a la movilidad”. Para esta experta, no se trata de una
cuestión económica, sino política: “Todos hablan sobre cómo cerrar más las
fronteras, sobre medidas de disuasión, mientras Europa necesita políticas de
circulación. Hay que abrir el acceso que ahora tienen diplomáticos,
empresarios, etcétera, a otras categorías laborales, como los jóvenes que
cubren trabajos no cualificados, para que tengan la posibilidad de trabajar de
manera legal y no se expongan a la muerte o a la explotación de los
traficantes”.
Sin embargo, las señales que llegan desde el Viejo Continente no auguran
cambios a corto plazo. Tras la conmoción y el intenso debate suscitados el
pasado octubre por la muerte de centenares de migrantes en las costas de la
isla italiana de Lampedusa, la urgencia por actuar se ha ido desvaneciendo y la
discusión sobre los cambios de las políticas migratorias comunitarias ha sido
postergada hasta después de las elecciones europeas de junio. La única
respuesta ha sido, una vez más, el reforzamiento de las operaciones militares y
la petición de un papel más
incisivo para Frontex, la agencia europea creada en 2004 para el
control de las fronteras exteriores de la UE.
“Europa está, y seguirá estando, muy confundida en materia de inmigración
debido a la retórica de una derecha que más que extrema es oportunista”, señala
Papademetriou, presidente del Migration Policy Institute. “El descenso de
inmigrantes supondría una pérdida para Europa, que tiene en estos momentos una
demografía negativa, y seguirá teniéndola. La inmigración es inevitable. La
masiva no es necesaria, pero siempre los necesitaremos”, añade.
Posponiendo el debate sobre una nueva regulación, los dirigentes europeos
han elegido no poner sobre la mesa un tema que consideran demasiado arriesgado
ante los comicios de junio. Esto sucede en un momento en el que los líderes de
la extrema derecha, y también los conservadores británicos, han puesto el
control de la inmigración en el eje central de su discurso político. Los
argumentos son a menudo parecidos y tienen que ver con la presunta “carga
económica” que supuestamente tienen los inmigrantes para el Estado de bienestar
de los países de acogida. El primer ministro británico, David Cameron,
se ha convertido en uno de los paladines de esta tesis, que
recientemente ha sido desmentida por diversos estudios sobre migraciones en
Reino Unido.
Una investigación del University
College London publicada en el mes de noviembre reveló que en los
últimos 10 años los inmigrantes procedentes del área económica europea (los
Estados miembros de la UE más Islandia, Liechtenstein y Noruega) han aportado
una contribución neta a las finanzas del país de casi 30.000 millones de euros,
pagando en impuestos el 34% más de lo que han recibido en términos de
prestaciones sociales. Un estudio similar elaborado en 2012 por el Instituto Nacional de Investigación Económica y Social de
Reino Unido, tomando como base los inmigrantes no comunitarios
—migrantes económicos y estudiantes—, concluía que los extranjeros residentes
se beneficiaban menos de los servicios públicos que los nacionales, y que el
balance relativo entre costes y beneficios era positivo tanto para la economía
como para las finanzas públicas.
La Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) también se
centró en este aspecto en su último informe sobre migraciones, y la conclusión
general del estudio de impacto fiscal fue que el efecto es menor: “Generalmente
no rebasa el 0,5% del PIB, ya sea en términos positivos o negativos”. “Sin embargo”,
se lee en el texto, “los inmigrantes normalmente tienen una situación fiscal
neta menos favorable que los nacionales, en gran parte debido a que suelen
pagar menos en impuestos y en cuotas a la Seguridad Social, y no porque tengan
una mayor dependencia de las prestaciones sociales”.
¿Qué pasaría si las políticas migratorias se restringieran aún más? Le
preguntamos a Joel Oudinet, del Centro de
Investigación Económica de la Universidad de Paris Norte, coautor de
un estudio realizado en el marco de un proyecto europeo sobre los desafíos a
los que se enfrenta Europa de aquí a 2030. En él se analizan distintos
escenarios sobre la base de la mayor o menor apertura de los países a la inmigración
y sus consecuencias en términos económicos. El peor escenario para el
crecimiento y el mercado de trabajo de los países de destino es el de
“migración cero”, marcado por políticas que buscan reducir al mínimo los flujos
migratorios. “Harían falta políticas proactivas para alimentar la inmigración y
para pensar en una gestión multipolar de los flujos migratorios”, explica
Oudinet. “Tenemos una necesidad real de inmigrantes, aunque hay que afrontar
problemas de integración y aceptación por parte de la población nacional”,
añade. En su opinión, se debería empezar por desmontar mitos que se
retroalimentan de la actual situación de crisis económica: “Como el de que nos
roban el trabajo, que es falso. En todos los países de inmigración los puestos
de trabajos en determinados sectores —manufactura, limpieza, vigilancia— son
cubiertos mayoritariamente por inmigrantes”.
Otro de los mitos está relacionado con los llamados flujos mixtos
(inmigrantes económicos y refugiados). Cuando llegan las pateras a las costas
europeas, el relato oficial los presenta habitualmente como inmigrantes. Sin
embargo, cada vez más se trata de personas que llegan a las costas europeas
huyendo de guerras y persecuciones políticas. Un fenómeno que ha crecido sobre
todo a raíz de las convulsiones posteriores a la llamada primavera árabe.
En ese caso se trata de refugiados, no de inmigrantes.
Un fenómeno en el que tampoco es el Norte el que soporta un mayor peso. “En
contra de la percepción general, la mayoría de los refugiados no solo procede
del Sur, sino que vive también en esa región”, señala el último informe de la
Organización Internacional para las Migraciones. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los
Refugiados (Acnur), los países en desarrollo hospedan a cuatro de
cada cinco refugiados. El Norte da acogida a menos del 20% del total, pero
también genera un número mucho más limitado de refugiados (menos del 1% del
contingente a escala mundial). Y en el futuro el Sur podría asumir una carga
aún mayor. “Otro riesgo muy grave es el crecimiento de la emigración forzosa
causado por factores climáticos. Que en principio afectará sobre todo a los
países limítrofes (y del Sur)”, añade Oudinet.
Ante la complejidad de los escenarios futuros, la socióloga Catherine de
Wenden cree que sería necesario establecer “una gobernanza mundial (en materia
de migraciones)”. No parece tarea fácil. “Por un lado está la ONU, que pide
hacer más seguras las vías de emigración y que se garanticen los derechos de
los inmigrantes; por otro, los Estados que reclaman el control de sus
fronteras”.
Para Pablo Lattes, de la división de la ONU sobre población, resultaría más
factible establecer acuerdos a nivel regional, porque la gran mayoría de los
desplazamientos se producen entre dos o tres países. Y pone como ejemplo a los
países del Mercosur, que han adoptado políticas más abiertas: “Se fomenta la
posibilidad de salir y entrar, porque si los inmigrantes puede volver a sus
países sin trabas son más propensos a hacerlo. Las trabas hacen que la gente no
se vaya, porque entrar ha costado mucho esfuerzo. En Suecia también se está
viendo algo parecido”.
Los expertos coinciden en que el problema no es la falta
de soluciones, sino de voluntad política para aplicarlas. “Hay muchos
instrumentos que los Gobiernos tienen y pueden usar, pero parece que es cada
vez más difícil hacerlo de una forma racional”, señala el presidente del
Migration Policy Institute. “Y no es solo un problema europeo. También pasa
aquí, en EE UU, donde la reforma migratoria se encuentra en un impasse.
Parece que es cada vez más difícil gobernar”, concluye Demetrios
Papademetriou.
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