El psiquiatra Juan Sánchez revela que en el psiquiátrico sevillano de
Miraflores muchos carecían de ficha y "no menos de un 10 por ciento"
ingresaban con el diagnóstico en blanco: no estaban locos, eran sencillamente
republicanos
RAFAEL GUERRERO Sevilla 27/01/2014 publico.es
La
asistencia psiquiátrica durante el franquismo era "pervertida y
deshumanizada" y estuvo marcada por una "sordidez extrema", en
palabras de Juan Sánchez Vallejo, médico psiquiatra que ha escrito el libro ‘La
locura y su memoria histórica' (Ediciones Atlantis), en el que analiza la
evolución de la especialidad en España desde el franquismo hasta hoy, al tiempo
que recuerda a los enfermos mentales a quienes la dictadura arrinconó en
manicomios como desechos humanos desprovistos de derechos. El autor se formó
como médico y psiquiatra en los años 60 y 70 en la Universidad de Sevilla y en
el manicomio de Miraflores, donde comprobó cómo el régimen utilizó también
estos hospitales para encerrar de por vida a muchos republicanos que podían
causarle molestias.
Juan Sánchez
recuerda la enorme influencia académica y profesional entonces de Antonio
Vallejo Nájera, director de los servicios psiquiátricos del Ejército, el
"psiquiatra del régimen" que importó de Alemania las demenciales
técnicas nazis para detectar y desactivar el inexistente "gen rojo"
sobre mujeres republicanas. El Mengele español promovió la separación de los
hijos de sus madres, su ingreso en orfelinatos y su posterior adopción por
"familias de orden" para evitar así la propagación generacional de
una "ideología contaminada". Vallejo Nájera -según Sánchez Vallejo, a
quien no le une ningún parentesco- abrió la puerta así a las tramas de bebés
robados que tanto han conmovido a la sociedad española hasta el día de hoy.
La
psiquiatría evolucionó poco en España por culpa del franquismo, que impidió a
través de su estructura de poder universitario que penetraran las modernas
corrientes internacionales que entroncaban la enfermedad mental con el contexto
social, frente al biologismo imperante que se apoyaba en los hospitales
psiquiátricos para aparcar a los enfermos, tranquilizarlos y desactivarlos como
personas a base de cruentos tratamientos -lobotomía, electroshock, coma
insulínico, abscesos de trementina, etc.- y de atiborrarlos con potentes
fármacos.
"El
sistema manicomial era lo más parecido a una condena de por vida por no hablar
de una muerte en vida", afirma Juan Sánchez, precisando que "era peor
que la cárcel, ya que de esta se acaba saliendo y no se pierden los
derechos". En ese contexto, no resulta extraño que el régimen se aprovechara de ese
oscuro túnel del sistema manicomial como instrumento complementario de
represión política. Otro más, pero con la ventaja de dejar a los elementos
molestos desactivados para siempre hasta su muerte, convirtiendo a opositores
marginales en locos irrecuperables.
Durante su
dura experiencia como médico alumno en prácticas de psiquiatría en el manicomio
sevillano de Miraflores -un inmenso edificio donde en los años sesenta
vegetaban entre 1.200 y 1.500 enfermos mentales-, Juan Sánchez Vallejo pudo
comprobar no sólo que muchos internos carecían de ficha, "como si no
existieran", sino que había un "nada despreciable porcentaje nunca
inferior al 10 por ciento" de fichas con la casilla del diagnóstico en
blanco.
"Mosqueado
por este hecho -escribe textualmente en el libro-, le pregunté a uno de nuestros
profesores adjuntos de cátedra por aquel detalle aparentemente menor y que,
inicialmente, achaqué ingenuamente a algún descuido en la transcripción de la
historia clínica. Pero la respuesta que me dio, me dejó helado. El profesor me
vino a decir queno tenían diagnóstico porque no entraron al manicomio como
enfermos, sino como medio delincuentes y medio vagabundos del otro banco de la
guerra civil y que les habían metido allí por no saber a dónde llevarles".
No
estaban locos, eran sencillamente republicanos, pero los encerraban en el
manicomio. "Te lo decían ellos", dice Sánchez Vallejo que recuerda a uno
que le comentó: "Mire usted, yo estaba vagabundeando porque no tenía donde
caerme muerto. Un día la Guardia Civil me recogió, se enteró de quien era, de
cuál era mi ideología y me trajo aquí. Y aquí llevo veintitantos años".
La paradoja
es que la dictadura se sirvió de la legislación republicana para encerrar de
por vida a esos opositores en situación personal marginal y para desactivarlos
como personas. Concretamente, del decreto sobre asistencia a enfermos mentales
de 1931 -"que permitía internamientos manicomiales involuntarios de
personas locas o cuerdas, mediante una simple orden judicial o gubernativa, un
mandato de un alcalde o comisario, o simplemente por indicación médica o
familiar"- y de la tristemente famosa ley de vagos y maleantes de 1933. Es
decir, normas que fomentaron la discrecionalidad y el abuso, arruinando la vida
a miles y miles de españoles.
Muchos de
ellos acabaron sus días en el manicomio tras décadas de internamiento,
adaptados a la fuerza a aquella sórdida vida, colaborando en labores de
limpieza y otros menesteres. "Diríase que habían conseguido galones y un
extraño estatus al que ya no querían renunciar".
El autor de ‘La locura y su memoria histórica', Juan
Sánchez Vallejo, se vio forzado a emigrar y tuvo que buscarse trabajo fuera de
Andalucía hasta que se estableció a comienzos de los años setenta en el País
Vasco. ¿El motivo? Porque fue represaliado - junto a otros compañeros- por
las autoridades académicas de la Universidad de Sevilla tras haberse atrevido a
fotografiar -con la discreta complicidad de algunas monjas enfermeras- y a
denunciar públicamente el trato inhumano y vejatorio que padecían los
enfermos mentales del manicomio de Miraflores.
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