Las cartas de Heinrich Himmler a su esposa muestran la
banalidad con que el genocida vivía la guerra y el holocausto de los judíos que
él mismo diseñó
Sobre la presunta “banalidad del mal” han corrido ríos de tinta desde que
Hannah Arendt formuló la expresión en 1961. Banal era, sin duda, la
preocupación de Heinrich Himmler el 7 de julio de 1941: “He lamentado tanto
haberme olvidado de nuestro aniversario por primera vez”, le escribió a su
esposa Margarete. Uno de los principales responsables de las monumentales
carnicerías de la II Guerra Mundial, el jefe de las policías nazis, el
Reichsführer-SS y arquitecto del Holocausto se excusaba ante su señora
comentando que “los combates son duros estos días, también para la SS”.
El contraste entre la rutina del asesino de masas Heinrich Himmler y el
contenido de las cartas íntimas que el domingo comenzó a publicar el diario
alemán Die Welt se resume en una despedida de 1942 que hiela la sangre.
“Viajo a Auschwitz. Besos: tu Heini”.
Comentó el filósofo Michael Foucault que el matrimonio entre Heini y Marga
—Heinrich y Margarete Himmler— fue una suerte de síntesis sacramental de la
ideología nazi: un granjero casado con una enfermera. La maquinaria de matar
personas puesta en marcha a las órdenes de Adolf Hitler se entiende algo mejor
si se equipara a éstas con gallinas.
Para los nazis, la humanidad se dividía en categorías “raciales”, de las cuales
la peor era la de los judíos. La contraponían al grupo “ario”, que se tenía por
lo más selecto. Ser judío no era, para ellos, una cuestión religiosa ni
nacional, sino “racial”. Un judío no podía ser alemán, así que los nazis fueron
robándoles sus derechos, poco a poco, hasta que se pusieron a asesinarlos a
todos con método e higiene.
La enfermera Marga se quejaba en una carta de 1938 a su “buen lansquenete
[literalmente servidor del país, término que designaba a mercenarios alemanes
en el XV y el XVI] salvaje” Heinrich Himmler: “¿Cuándo nos dejará esta banda de
judíos para que podamos disfrutar de la vida?”. Cuesta tachar de banal una
ocurrencia en cuya realización él se aplicaría en cuerpo y alma. Los nazis
asesinaron a seis millones de judíos europeos hasta 1945. A muchos, en cámaras
de gas.
Die Welt tiene unas 700 cartas manuscritas
de los Himmler fechadas entre 1927 y 1933 y entre 1939 y 1945. Además, el
rotativo berlinés dice tener fotos inéditas del genocida, así como los diarios
de Marga Himmler, su libreta del partido nazi NSDAP y un cuaderno de recetas
escrito a mano. Según cuenta el director Jan-Eric Peters en un editorial,
llegaron a sus manos a través de la cineasta israelí Vanessa Lapa.
La descendiente de supervivientes del Holocausto las obtuvo de su padre,
quien a su vez se las había comprado en 2007 a un judío de Tel Aviv llamado
Chaim Rosenthal “por una suma más bien simbólica”. Las había escondido en una
caja debajo de su propia cama. Dicen que Rosenthal estuvo “obsesionado” durante
cuatro décadas con los manuscritos hasta que por fin se los dio a su hijo al
cumplir 90 años.
No se sabe cómo llegaron a sus manos después de que unos soldados
estadounidenses las encontraran en la localidad bávara de Gnmund, residencia de
los Himmler. Lapa ha rodado un documental sobre las cartas que se estrenará en
febrero en la Berlinale.
El filme se titula El decente, en referencia a un discurso que dio
Himmler a puerta cerrada para otros nazis en octubre de 1943. Defiende en él
“el exterminio del pueblo judío” y se vanagloria de que la SS estaba
manteniendo la “decencia” en la consumación del crimen. La “decencia”, dice
Lapa en Die Welt, “era lo más importante para Himmler, que buscó por eso
maneras decentes” de asesinar.
Su letra es afilada y resuelta. No le contaba a su esposa Marga en qué
consistían sus labores. Le enviaba fotos y comentarios sobre sus viajes, pero
no mencionaba los pogromos ni las ejecuciones. En otros asuntos sí se
sinceraba. Por ejemplo, se queja a su “dulce, querida y pequeña mujer” sobre el
“viejo y asqueroso Berlín” y las “aburridísimas” sesiones parlamentarias en el
Reichstag de 1931.
Hitler no sería canciller hasta 1933, pero las SS de Himmler ya eran
entonces uno de los principales engranajes del terror callejero nazi. No hay
nada de eso en la carta a Marga, a la que pide que le dé “un beso extra de
papá” a sus hijos antes de enviarle a ella “saludos y besos”, con un “te
quiero”.
Himmler tuvo una amante fija a partir de 1938. Las cartas reflejan un
cambio a partir de entonces, porque el jefe de la SS rebaja un tanto sus
efusiones cariñosas. Justificaba la “decencia” de su relación extramatrimonial
con la “obligación” de los “arios” de reproducirse cuanto fuera posible. Con
Marga tuvo solo una hija, Gudrun, y luego adoptaron a Gerhard von Ahe, hijo de
un oficial fallecido antes de la guerra.
En 1942, Himmler viajó a la Polonia ocupada para visitar
Auschwitz, que se ha convertido en el símbolo del Holocausto. Envía, como era
su costumbre, besos a los niños y a su esposa. Comenta su “curiosidad” sobre el
funcionamiento de las líneas telefónicas entre el nuevo cuartel alemán en
Polonia y Gmund, donde estaba la familia. A fin de cuentas, razona, “serán unos
2.000 kilómetros de distancia”. Aquella visita le serviría a Himmler para
satisfacer otras curiosidades relativas a su trabajo: asistió por una mirilla
al envenenamiento y asfixia de varios cientos de judíos en cámaras de gas.
Quedó contento y siguió considerándose “una persona decente”.
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