El 70º aniversario del Holocausto se convierte en una
polémica sobre el papel de los colaboracionistas. La principal organización
judía boicotea los actos
A Viktor Orbán se le está
torciendo por minutos el plan para conmemorar del 70º aniversario del
Holocausto. Su Gobierno lleva meses publicitando los actos que organizará a lo
largo de este año, que además pueden servir para neutralizar las reiteradas
acusaciones de no hacer lo suficiente para atajar el auge del antisemitismo.
Lejos de eso, el ejercicio de memoria se ha convertido –y 2014 acaba de
arrancar— en una tensa bronca sobre la responsabilidad de Hungría en el
asesinato de medio millón de sus ciudadanos en 1944.
El conflicto empezó a finales de enero con una estatua. O más bien, con un
proyecto de estatua que el Gobierno populista de derechas pretende colocar en
la capital para recordar “a las víctimas de la ocupación nazi”, según lo
definió Orbán. En el boceto, un águila con las alas extendidas se lanza sobre
el arcángel San Gabriel. En el reparto de papeles, el brutal Tercer Reich ataca
a una inocente Hungría.
Historiadores y representantes de la comunidad judía húngara ven en el
monumento un afán de
reescribir la historia. De contar el cuento de una Hungría que no
tenía nada que ver con los nazis, y que tras la ocupación no pudo hacer nada
por evitar la deportación a Auschwitz de medio millón de húngaros. El Gobierno
de Orbán se expone al absurdo de recordar a las víctimas de la Shoah sin el
apoyo de la principal organización judía del país, la federación
Mazsihisz, que decidió el domingo boicotear el programa de eventos a
menos que el Ejecutivo deseche, entre otras cosas, la idea de erigir la
estatua. Está previsto que el propio primer ministro dé una respuesta esta
semana.
Antes ya había habido protestas muy sonoras, como la de Randolph L. Braham,
una eminencia en el estudio del
Holocausto húngaro. El profesor emérito de la Universidad de Nueva
York mostró su indignación por la “campaña de limpieza de la historia llevada a
cabo en los últimos años” para “absolver a Hungría por el papel activo que
desempeñó” en el Holocausto. Sus padres y muchos miembros de su familia fueron
asesinados por los nazis. Como superviviente e historiador, devolvió hace dos
semanas una alta distinción del Estado húngaro y pidió que retiraran su nombre
de la biblioteca del Centro en recuerdo del Holocausto de
Budapest. Dice en una carta abierta que el monumento es la gota que
ha colmado el vaso, “un cobarde intento de distraer la atención de la
implicación del régimen de [Miklós] Horthy [el regente entre 1920 y 1944] en la
destrucción de los judíos (...)”, y recuerda que la ocupación alemana “no solo
no tuvo oposición, sino que fue generalmente aplaudida”.
Este gesto ha debido de doler en el Gobierno de Orbán, al que hace dos años
otro reconocido superviviente del Holocausto, el escritor y
nobel de la Paz Elie Wiesel, devolvió otra condecoración por similares razones.
Solo un día más tarde, y durante la jornada internacional en memoria del
genocidio, el presidente húngaro, János Áder, había reconocido la
responsabilidad de su país en las deportaciones. Fue un discurso claro e
inusitado, igual que el del embajador húngaro ante la ONU, que dijo: “Debemos
una disculpa a las víctimas porque el Estado húngaro fue culpable en el
Holocausto”.
Esta aparente contradicción —querer hacer un monumento criticado por
exculpar el papel de Hungría en el Holocausto y al mismo tiempo pedir perdón
por el papel del Estado en la matanza— no es extraña en el Gobierno y su
partido Fidesz, que controla dos tercios del Parlamento. Por eso Orbán habla de
"tolerancia
cero" con el auge del antisemitismo siempre que tiene ocasión,
pero no condena el enaltecimiento de Horthy —aliado de Hitler, promulgó leyes
antisemitas y es el responsable último de las deportaciones— o nombra director
de un instituto histórico, Veritas, a un profesor que en enero calificó de
“acción policial contra extranjeros” la deportación de
Kamenets-Podolskii, cuando miles de judíos fueron enviados, ya en 1941, a Ucrania
y luego fueron asesinados. Días después, Sándor Szakály se disculpó
por sus palabras y sigue en su puesto.
A dos meses de las elecciones legislativas, el debate
puede ser un guiño más de Fidesz —que encabeza los sondeos— a los votantes de la
extrema derecha
de Jobbik, la tercera fuerza política, racista y antisemita. Pero es
un fenómeno más amplio. “En Hungría hay en marcha una revisión de la historia
por parte de Fidesz desde hace tiempo”, explica el historiador
Julián Casanova, que conoce bien el país ya que, durante seis meses
al año, da clase en la Central European
University de Budapest. Además, no solo se trata de estatuas o
símbolos aislados: “Es una operación cultural que se extiende también a los
libros de texto y en los medios de comunicación afines”, indica Casanova.
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