Rescatadas las crónicas inéditas del mítico reportero
sobre la defensa de Madrid - Se centran en la figura del general Miaja,
abandonado a su suerte por la República
JESÚS RUIZ MANTILLA - Madrid - 08/12/2011
El tramo infinito que suele existir entre los
despachos de los mandos militares y las trincheras es algo que tan solo está en
las botas de unos pocos elegidos. De algunos generales con arrojo, coraje y
decencia como Miaja. Y de periodistas insólitos, geniales y rigurosos, como fue
Manuel Chaves Nogales. Uno se erigió en protagonista de la defensa de Madrid
durante la guerra; el otro lo contó. Y aquel episodio fundamental para entender
uno de los tramos más dramáticos de la contienda aparece ahora editado por
Renacimiento, en un libro con aquellas crónicas recuperadas y otro volumen con
escritos sobre la Guerra Civil, hasta ahora desconocidos en España.
"Es un libro que quema entre las manos",
escribe Antonio Muñoz Molina en el prólogo de La defensa de Madrid.
Estamos ante la mejor crónica jamás escrita sobre la capital asediada junto a
las de Arturo Barea y Max Aub, a juicio del escritor. Una crónica perdida en
las hemerotecas ya que fue publicada con una apresurada traducción -a cargo de
Luis de Baeza, corresponsal de Ahora, en Londres- en el Evening
Standard y en español en la revista Sucesos para todos, de México.
Nada más. Hasta ahora. Y resulta sorprendente. Es
una obra desconocida, nunca editada en libro, pese a la coherencia de su relato
cerrado, con principio trágico y, paradojas de la vida, final feliz... Acaba el
día en que comienza a ser efectiva la resistencia, allá por noviembre de 1936.
Es también el testimonio de los inocentes y el
retrato de los culpables trazado por un periodista lúcido y comprometido que
acabó sus días en Londres en 1942, aquejado de una peritonitis.
¿Dónde estaba Chaves Nogales cuando estalló la
guerra? Su periplo fue un misterio. Pero Maribel Cintas, su gran biógrafa y
estudiosa, cree que no salió tan pronto de Madrid como se creía. "O que sí
lo hizo, como relataron, y luego regresó", afirma.
La información, los detalles y las descripciones de
las calles y sobre todo del búnker -la antigua capitanía general- desde donde
Miaja dirigía la defensa son tan nítidas, tan cristalinas, que solo pudo
haberlas conseguido de primera mano. "Creo que estuvo encerrado allí unos
cuantos días. No solo por el rigor que traslucen las crónicas, sino por el
retrato tan humano y cercano que hace de Miaja".
El general, abandonado a su suerte por el Gobierno
de la República huido a Valencia, es una de las claves del libro. Supone toda
una reivindicación de su figura. "Un triste personaje, un superviviente,
un ser anacrónico que no sabe aún por qué está allí y por qué está aún vivo si
sigue allí", narra el periodista.
Lo trata como a un héroe enfrentado a los elementos.
Su retrato es el de un hombre bueno, cabal, directo y valiente. Un hombre sin
miedo a la verdad, como demuestran los telegramas que envía. Un ejemplo: ante
el requerimiento por cable de que manden la vajilla a los ministros escondidos
en Valencia, Miaja se niega y responde: "Aquí también comemos".
Hasta ahí llega la información del reportero. Tiene
que ser directa, aunque también con fuentes más que fiables. "Como su
hermano Juan Arcadio, que trabajó para Miaja en aquellos días", comenta
Cintas. Días de tensiones y caos, de bombardeos, asedios y deserciones a
mansalva que el propio Miaja se encargó de frenar con su presencia, pistola en
mano, en las trincheras al grito de: "¡Necesitamos hombres que sepan
morir!".
El tono de las crónicas es tan vivo, tan moderno,
tan analítico y épico al tiempo que arrastra a la lectura. Pero no solo con los
mecanismos de la tensión, sino también por la distensión que le da un sentido
del humor tan deudor de Jardiel Poncela, de Mihura y de los hermanos Marx como
precursor de Gila, Berlanga y Azcona. "Siempre que aparecen aviones en el
cielo de Madrid hay un grupo de madrileños que se queda en las esquinas
siguiendo con la vista sus evoluciones con la esperanza de que sean de la
República y no de los franquistas:
-¡Son nuestros, son nuestros!-grita un optimista.
-¡Qué van a ser nuestros, si son seis!".
Es el Chaves Nogales insólito, magistral y
visionario, revolucionario de los géneros y del oficio, inventor del nuevo
periodismo treinta años antes que Truman Capote. El Chaves Nogales de sus
grandes obras, el de El maestro Juan Martínez que estaba allí, Juan
Belmonte, matador de toros, La agonía de Francia o A
sangre y fuego, que junto con estas crónicas de la guerra conforman una
obra fundamental para entender la España en llamas que aterró a este, según su
propia descripción, "pequeño burgués liberal".
Fue un testigo moderado de su tiempo, que quiso
prevenir la tragedia que engendraban los totalitarismos por haberlos sufrido en
sus viajes. Un enemigo acérrimo de fascismos y comunismos a quien no le dolían
prendas en criticar las divisiones y las disputas estériles de los suyos y
describir la mejor organización del ejército rebelde. Tan elegante y tan
demoledor. Capaz de destruir con el relato de una acción en una frase el seso
de políticos absurdos y militares despistados.
Pero sobre todo fue un hombre comprometido hasta el
fin con los ideales, la legalidad de la República y el destino de los inocentes
que pagaron el baño de sangre: "Ese hombre de España que ha sido asesinado
por el comunismo o por el fascismo, es lo único respetable de esta guerra
estúpida".
Galería de joyas
- Narraciones maravillosas y
biografías ejemplares de algunos grandes hombres humildes y desconocidos es el titular del primer libro de Manuel Chaves Nogales
(1920). Le siguieron, entre otras, Lo que ha quedado del imperio de los zares
(1931) y El maestro Juan Martínez que estaba allí (1934). Un año después salió
a la venta Juan Belmonte, matador de toros. En 1937 editó su obra más famosa,
los relatos de A sangre y fuego (1937). En 1941 en La agonía de Francia narró
el drama de la ocupación nazi.
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