Desde 1945, unos 60.000 norcoreanos lograron huir del país más hermético y
aislado del planeta
MANUEL ANSEDE Enviado especial a Pyongyang 23/11/2010
Es de noche
en la Plaza del Símbolo del Partido en Pyongyang. Las autoridades de la capital
de Corea del Norte acaban de cortar la luz a todos los edificios para dejar el
distrito a oscuras. La plana mayor del último régimen estalinista del planeta
asiste a un espectáculo de fuegos artificiales con motivo del 65 aniversario de
la fundación del Partido de los Trabajadores y la reelección del dictador Kim
Jong-il como su secretario general. Por megafonía, una voz proclama que
"el pueblo coreano es invencible" y que el espectáculo es
"una prueba de que la voluntad de Kim Jong-il es hacer feliz a su
pueblo".
Durante
media hora, el público, unas 5.000 personas, observa el alarde pirotécnico
sobre el monumento a la hoz, el martillo y el pincel, el símbolo del comunismo
a la coreana. Cuando termina, se hace el silencio. Un grupo de 20 personas
aplaude durante unos segundos hasta que frena de golpe. Después, otro grupo
hace lo mismo en la otra punta del graderío. Y, finalmente, otro más. El resto
calla. Sólo aplauden los que son enfocados por las cámaras de televisión
oficial. Cuando acaba la pantomima, todos vuelven en fila india a sus casas.
Esto es
Corea del Norte, un país de 24 millones de habitantes resignados a rendir un
culto delirante al Querido Líder Kim Jong-il. Si no lo hacen, les espera la
tortura, los trabajos forzados o el fusilamiento. Público entró en el
país más hermético del planeta con la Asociación de Amistad con Corea, una
organización de occidentales que apoyan la dictadura. Los periodistas están
prohibidos, así que este reportero entró como veterinario.
Los
anfitriones muestran un país donde reina la felicidad. "El Querido Líder
garantiza una vivienda y alimentos básicos para todos, aquí no hay robos, ni
McDonald's, ni prostitución, ni drogas, ni disidentes. Todo el mundo daría la
vida por el líder", explica Jo Chol-ryong, del Comité de Relaciones
Culturales con Países Extranjeros. ¿Y las informaciones que hablan de campos de
prisioneros y ejecuciones? "Mentiras fabricadas por los medios
occidentales".
Desde 1945,
sólo 60.000 personas consiguieron escapar de la dictadura, la mayoría hacia
China o Corea del Sur. Sus testimonios son diferentes a los de la propaganda,
como explica el ruso Andrei Lankov, profesor en la Universidad Kookmin de Seúl
y uno de los mayores expertos en las cloacas del régimen norcoreano. "Como
regla, desde la década de 1960, los discapacitados no tienen derecho a residir
en Pyongyang. Sólo los que sufren un accidente durante la mili reciben permiso
para seguir viviendo en la capital. La mayor parte de los discapacitados son
realojados en el campo", señala. Los ciegos, las personas con síndrome
de Down o en silla de ruedas son expulsados a pueblos vetados a cualquier
observador. Nada puede manchar el escaparate de la sociedad perfecta:
Pyongyang.
Condenados a
talar árboles
En uno de
sus últimos informes sobre Corea del Norte, publicado en agosto de 2009,
Amnistía Internacional denuncia la situación de unas 200.000 personas
encerradas en campos de prisioneros y condenadas a talar árboles y picar piedra
diez horas al día durante años. En 2007, la organización surcoreana Good
Friends divulgó el fusilamiento en un estadio del encargado de una fábrica ante
150.000 personas. Su delito consistió en hacer llamadas internacionales, algo prohibido
en un país desconectado del mundo. Internet no existe y los medios de
comunicación sólo informan de las actividades de Kim Jong-il. Ni una sola
imagen sobre lo que ocurre en el resto del planeta.
"Las
ejecuciones públicas son escasas y se llevan a cabo en el campo. Las víctimas
no son presos políticos, sino criminales comunes, como asesinos o traficantes
de droga. Nunca oí hablar de ejecuciones públicas de presos políticos, aunque
algunos, la mayor parte conspiradores, fueron ejecutados delante de unos
escogidos", matiza Lankov. La mayor parte de los asesinatos se lleva a
cabo en secreto, ante un pelotón de fusilamiento o en la horca. "Pintar
un grafiti contra el Gobierno basta para ganarse la ejecución", añade
el profesor.
La
supervivencia del régimen es fruto de la suma de una historia cruel a lo largo
del siglo XX y de la creación de un sistema de represión. En 1905, Japón ocupó
la península de Corea durante 40 años. Según la versión oficial, Kim Il-sung,
padre de Kim Jong-il, aplastó a los invasores en 1945 para crear una nueva
patria, pero la propaganda omite un detalle: Japón se rindió después de que
EEUU borrara del mapa Hiroshima y Nagasaki con bombas atómicas. La URSS y
Washington se repartieron la península tras la Segunda Guerra Mundial, y en
1950 llegó la guerra entre las dos Coreas. La propaganda asegura que Kim
Il-sung barrió al ejército enemigo. Los historiadores cuentan otra película:
tras dos millones de muertos, las dos partes firmaron un armisticio en
1953. Nunca se selló la paz. Oficialmente, Corea del Norte sigue en guerra con
EEUU y Corea del Sur.
Refugiados
ilegalmente en China
Varias
estimaciones coinciden en que 30.000 norcoreanos fugados viven en China de
manera ilegal. Otros 20.000 alcanzaron Corea del Sur y 10.000 norcoreanos están
en otros países. La Alemania comunista parece un coladero comparada con la
jaula de Corea del Norte. Entre 1961 y 1989, 700.000 personas escaparon de la
RDA. En más del doble de tiempo, sólo 60.000 norcoreanos lograron salir de su
país.
El
historiador Pierre Rigoulot cree que algo está cambiando. "Hace diez
años, muchos de los que intentaban llegar a China acababan ejecutados. La
cosa ha mejorado. Si los atrapan, los torturan y pasan unos meses en
prisión", explica. Rigoulot escribió en 2000, junto a Kang Chol-hwan, Los
acuarios de Pyongyang, uno de los primeros testimonios en Occidente de la vida
en los campos de concentración de Corea del Norte. Kang, que escapó del país
tras pasar diez años en un gulag, fue encerrado a los 9 años porque su padre había
sido acusado de traición.
"No
hay que exagerar la situación. Hay una tendencia a rebajar el número de campos de
concentración, quedan siete u ocho de gran tamaño. Someten a los presos a una
reeducación, les recuerdan las hazañas de Kim Il-sung y Kim Jong-il, y les
obligan a trabajar sin descanso, pero ya no hay la violencia de antaño",
matiza. Rigoulot nunca entró en Corea del Norte.
El
historiador mira al futuro con esperanza. Los modernos aparatos de radio
empiezan a entrar con relativa facilidad en el país. La población comienza a
saber qué ocurre en el mundo gracias a las emisoras chinas y surcoreanas.
También se introducen ordenadores portátiles y unos pocos pueden ver películas.
Y cada vez más personas cruzan el río Yalu, la frontera norte del país, hacia
China. "El aislamiento no puede durar siempre", reflexiona Rigoulot.
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