Por: David Alandete | 02 de diciembre de 2011
¿Qué fue del petróleo de Afganistán? ¿O era oro? Porque, si no era un
material valioso, ¿qué podía llevar a EE UU a una guerra tan larga y con tantas
bajas? Perdonen que recurra a teorías de la conspiración. Pero es que el otro día,
hablando aquí en Washington con un empresario norteamericano, de afiliación
republicana, me dijo: “Usted que es periodista, ¿sabe si ya estamos
explotando aquel material tan valioso por el que estábamos en Afganistán?”.
No sabía de qué me estaba hablando, por supuesto. Más tarde me acordé del
famoso informe del litio.
No se preocupen. Puede que ustedes no hayan oído hablar jamás del informe
del litio. Pero aquí en Washington, donde se respira política, es un informe
bastante conocido. En junio de 2010, el Pentágono quiso regalarse con una pequeña
dosis de optimismo filtrándole a
la prensa de EE UU un memorando en el que aseguraba que había en
Afganistán materiales minerales por valor de un billón de dólares. Se trataba
de acero, cobre, cobalto, oro y, sobre todo, litio, mucho litio (un material
muy usado para baterías de ordenadores y móviles).
Permítanme insistir: el informe era
del Pentágono, y su filtración no era una casualidad. Creaba la ilusión de que
un día el ejército norteamericano se podría ir de Afganistán tranquilamente y
aquel país podría ser una nación estable y hasta rica.
Lo novedoso en esta anécdota es que, normalmente, son los detractores de EE
UU -o Michael Moore- quienes que ven oscuros intereses en todas las misiones bélicas
del Pentágono. No hace falta repetir la teoría de que en Irak nunca hubo uranio
enriquecido (algo que es cierto) y de que George Bush derrocó a Saddam Hussein
para obtener crudo barato (algo que no parece plausible, dado que Irak es aun el séptimo
país en importaciones de petróleo de EE UU, con 403.000 barriles al
día, muy por debajo de Canadá, Arabia Saudí o Venezuela).
Pero lo cierto es que, con 1.846 soldados fallecidos y un coste de 444.000 millones de dólares,
hay norteamericanos que esperan algo a cambio de la guerra, aunque muy pocos lo
admitan abiertamente. Sus esperanzas pueden verse ahora truncadas.
La primera gran
licencia para explotar esos materiales, en un abundante yacimiento
en Hajigak, cerca de Kabul, se la ha llevado, esta semana, el gobierno indio.
Un consorcio de siete empresas, aglutinadas por Nueva Deli, invertirá 14.000
millones de dólares en explotar la mina de hierro, algo que comenzará a hacer
dentro de los próximos cinco años. La mina de Hajigak es la joya de la
corona de los recursos afganos y es sintomático que el presidente Hamid Karzai
se la haya concedido a India, enemigo eterno de Pakistán en la región. Hace
cuatro años, Kabul ya le concedió la explotación a otra mina, en Mes Aynak, a
China, el máximo antagonista de EE UU en la escena mundial.
En 2001, nada más comenzar la guerra, todo tipo de
medios, incluidos los más serios, se preguntaron si la invasión de
Afganistán obedecía a la voluntad de construir oleoductos o gaseoductos que
comunicaran Azerbayán con el océano Índico. Muchos analistas (los más
razonables) llegaron a la conclusión de que esa teoría rayaba en el absurdo.
Primero, porque Afganistán no tiene salida al mar, y las supuestas tuberías
dependían, también, de Pakistán, un país que no fue aliado nominal de EE UU
hasta 2001. Segundo, porque precisamente ese era el mismo argumento con el que
los teóricos de la conspiración criticaban a Washington antes de los ataques
del 11-S: por no actuar ante el régimen tiránico de los talibanes y ver si les
arañaba permisos para construir tuberías.
¿Recuerdan 1997? Aquel año una delegación de talibanes visitó
Washington con mucha pompa. ¿Saben quién les trajo? Unocal, una
empresa energética. ¿Y qué quería Unocal de los talibanes? Su permiso para
construir un gaseoducto para transportar gas natural de Turkmenistán a Pakistán.
Los representantes del emirato afgano llegaron a visitar el Departamento de
Estado. Ya había hablado sobre el asunto, un año antes, Robin Raphel, la
Subsecretaria de Estado para el Sur de Asia:
"Tenemos una empresa americana que está interesada
en la construcción de un gaseoducto desde Turkmenistán a Pakistán. Este
proyecto de gaseoducto será muy bueno para Pakistán y Afganistán, ya que no sólo
ofrecerá oportunidades de trabajo, sino también energía a Afganistán".
Aquellos oleoductos y gaseoductos nunca se
materializaron. Lo cierto es que poco hay que ganar en Afganistán.
Su producto interior bruto es de 8.000 millones de euros (el de EE UU es de
10’8 billones). Sólo el 20% de las carreteras están asfaltadas. No hay más que
200 metros de vías de tren. La industria nacional es casi inexistente, después
de tantas décadas de guerra. La esperanza de vida es de 44 años. Y el Banco
Mundial acaba de anunciar que le viene una recesión encima. ¿Qué se puede
extraer de un país en ese estado?
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