Por: Guillermo Altares
22/11/2011
En su último artículo, Javier Pradera no pudo evitar recordar lo que el hombre fue capaz de hacer al hombre durante la primera década del siglo XX y en los años treinta. "La capacidad del mundo de avanzar hacia el abismo y sumergirse en sus honduras parece marchar en contra de las posibilidades racionales; sin embargo, hace un siglo sucedió algo muy parecido", fueron las últimas palabras que escribió en EL PAÍS en un texto titulado precisamente así, Al borde del abismo. Pradera, como siempre, sabía de qué hablaba y qué temía: la posibilidad de que una gran crisis degenere en un conflicto es real. Sin embargo, en Europa, gracias a la tan denostada UE, resulta ahora mismo casi imposible concebir un conflicto de las dimensiones de las dos guerras mundiales. La Unión puede tener muchos defectos, puede que haga agua por muchos flancos, pero ha alejado de manera casi definitiva la posibilidad de un enfrentamiento atroz. Sin embargo, ahí está, como un recuerdo permanente de lo que puede ocurrir si bajamos la guardia y avanzamos de nuevo hacia el abismo. Por eso, quizás, nunca dejan de publicarse (y venderse) libros sobre lo que el historiador Max Hastings llama "el mayor acontecimiento que jamás haya conocido el hombre".
En las últimas semanas, hay que sumar al menos tres nuevos títulos: HHhH, de Laurent Binet (Seix Barral), el relato del asesinato en Praga del jefe de la Gestapo, Reinhard Heydrich, una de las acciones más osadas de la Resistencia en todo el conflicto (que Mario Vargas Llosa recomendó con pasión en las páginas de este diario); Combate Mortal, de Michael Burleigh (Taurus, editorial que ya había publicado otro importante libro del mismo autor sobre este periodo, El Tercer Reigh, una nueva historia) y Se desataron todos los infiernos, la última entrega sobre el conflicto de Max Hastings, publicada por Crítica, como sus libros anteriores.
Es curioso que muchos lectores al encontrarse con un buen tocho de cientos de páginas que relata horrores sin fin, en vez de salir corriendo se abalancen sobre el volumen. En este caso, está muy justificado, sobre todo para aquellos que hayan devorado menos libros sobre la II Guerra Mundial. Primero por la indudable calidad de Hastings, que ya ha demostrado en otros títulos como Armagedón. La derrota de Alemania o Némesis. La derrota de Japón, por su estilo fluido y eficaz, y segundo, porque este libro trata de resumir en un solo ensayo todo el conflicto, desde las arenas de Iwo Jima hasta las estepas rusas, desde Birmania hasta París. Mi compañero Jacinto Antón ha escrito a menudo sobre sus libros y le hizo una memorable entrevista en el semanal de este diario, el EPS. "Nuestra obligación es explicar la experiencia de la guerra", dijo entonces Hastings, que ha predicado con el ejemplo ya que, como reportero, estuvo en el frente en las Malvinas como enviado especial del vespertino Evening Standard. De todos sus libros, éste es el que tal vez exprese mejor esta idea de la narración histórica.
Tengo que confesar que no he tenido tiempo todavía de leer el libro entero (son más de 700 páginas de letra pequeña, sin contar la bibliografía y notas) pero le he hecho unas cuantas catas y todas me han dejado con ganas de seguir. Para atreverse a trazar una perspectiva global de la II Guerra Mundial, hay que dominar el tema porque es un conflicto infinito, es una fuente interminable de historias y horrores sin fin. Por ejemplo, las páginas que Hastings dedica al conflicto en China provocan un escalofrío porque, más allá de la matanza de Nanking, es un frente del que apenas se habla en Europa. Sólo en combate, sin contar el infinito número de civiles asesinados, murieron 3,2 millones de soldados nacionalistas chinos, 580.000 comunistas y 202.958 japoneses. Su relato del calvario de dos esclavas sexuales hace daño, acerca al lector a lo que representó en realidad la II Guerra Mundial: un sufrimiento inimaginable para millones y millones de personas en todo el planeta.
Y, en el plano de la estrategia, también utiliza ejemplos concretos y claros. La victoria en Italia refleja, a la vez, la fuerza y la debilidad de Estados Unidos y Reino Unido en el conflicto. Desalojaron a los nazis, fueron avanzando a trancas y barrancas, aunque ganaban las batallas pero no la guerra. "La repetida incapacidad angloestadounidense de aniquilar los Ejércitos de Hitler, por mucho que lograran ir desplazándolos de forma progresiva en territorio ocupado, significó que, hasta 1945 -y desde 1941- el motor principal de la destrucción del nazismo no fue otro que el Ejército Rojo". Se desataron todos los infiernos es un obra que consigue aunar lo particular y lo global y contar lo que no se puede contar: el abismo más profundo en el que se lanzaron los seres humanos.
Ningún comentario:
Publicar un comentario