El
mayor acceso a los tratamientos reduce la transmisión materno-filial en
África.-La falta de fondos amenaza los logros
EMILIO DE BENITO | Accra
01/12/2011
Regina es casi una adolescente. A sus 19 años, se la ve frágil, cansada
pero entregada al cuidado de su hija Jessica, de dos años. Ellas pueden ser el
símbolo de lo que, poco a poco -demasiado lentamente, según muchos-, se está
consiguiendo en los países más castigados por el VIH. En la enorme sala de
espera del hospital Korle-bu de Accra (Ghana), Regina y Jessica esperan para
ser atendidas. Y para ser entrevistadas por los periodistas invitados por el
Fondo Mundial contra el Sida, la Malaria y la Tuberculosis. Hace falta que una
de las enfermeras haga de intérprete. Regina casi no habla inglés. Ambas
simbolizan un éxito parcial en la lucha contra la enfermedad. A Regina le
transmitió el VIH su madre. "La conocemos desde pequeña", dice una
enfermera. "Tomo los antivirales desde los nueve años", afirma la
joven. Pero ella ha conseguido ser madre sin transmitir el virus a su hija,
rompiendo así la cadena por uno de sus eslabones más débiles.
Madre e hija representan el pasado y futuro de un continente donde vive el
70% de los más de 30 millones de personas con VIH que hay en el mundo, según el
último recuento de Onusida, la agencia de las Naciones Unidas creada para
tratar esta pandemia. También su feminización: de las 260.000 personas con VIH
que viven en el país, el 60% son mujeres.
A Regina, el padre de la niña la abandonó justo después de dar a luz. Ella
vive en casa de una tía. "No puedo trabajar", se queja. Cada dos
meses tiene que ir al hospital a por pastillas. En Ghana, un país donde el 2%
de la población adulta está infectada (en España la tasa es del 0,5%), solo el
60% de las personas que lo necesitan reciben el tratamiento. Y eso se considera
un éxito de los programas de ayuda, ya que la media mundial está en el 47%,
según Onusida. Además, Regina, por ser madre, lo recibe gratis, algo que muchos
de los otros afectados que van a la misma clínica, como Richard Adzati, no
pueden decir. A él le cuesta unos 2,5 euros al mes. Nada comparado con lo que
tendría que pagar un español por la misma medicación (alrededor de 580 euros
mensuales), pero una cantidad que para este hombre de 44 años con tres hijos a
su cargo puede resultar prohibitiva.
El éxito del caso de Regina y Jessica está en un cambio de las pautas de
tratamiento, que explica la enfermera Joyce Dodoo. "A todas las mujeres
que vienen a la clínica se les hace la prueba del VIH. Si están embarazadas y
dan positivo, el tratamiento empieza a las 14 semanas de gestación. Y se
mantiene durante un año después del parto. Así se consigue que la carga viral
se reduzca, y que puedan amamantar a sus hijos seis meses, que es lo que
recomienda la Organización Mundial de la Salud", explica.
No es un método perfecto, ya que un 6% de los niños acaban infectados, pero
es mejor que lo que había antes, y tiene la ventaja de que permite mantener la
lactancia, que es la manera más barata, segura y efectiva de alimentar a los
bebés en países como Ghana, donde ni siquiera el agua de los mejores hoteles es
segura para el consumo humano. Todo este trabajo, sin embargo, se enfrenta a
una amenaza. Con la crisis y una campaña de boicoteo, algunos países, como
España, han cancelado o recortado sustancialmente su ayuda al Fondo Mundial. La
situación ha llegado a un extremo que la organización Aids-free World, que
lidera Stephen Lewis, ha calificado de homicidio los recortes en unos programas
que han conseguido llevar tratamientos a más de 2,5 millones de personas,
evitar 800.000 casos de transmisión materno-fetal del VIH y repartir 1.800
millones de preservativos. Sin contar los 6 millones de personas con
tuberculosis tratadas o los más de 100 millones de casos de malaria.
Y eso se nota hasta en las afueras de Accra, donde Sam Boateng, presidente
de la ONG International Peace Advocacy Association y portavoz de los pacientes
del hospital Korle-bu, se queja de que no hay repuestos para las máquinas del
laboratorio, de que de vez en cuando escasean medicamentos y de que falta
dinero para programas para los grupos de autoapoyo. "Y si la gente no se
reúne, los datos muestran que aumentan las infecciones", insiste.
Richard Adzati, que pertenece a uno de los grupos de
pacientes -y también lidera una ONG, Phoenix Foundation, porque él, como el ave
mitológica, ha renacido de sus cenizas- apunta otro aspecto "mejorable si
hubiera dinero": la comida que se da en los hospitales. "Mucho
decirnos que debemos comer bien, que tomemos verduras, y cuando estás ingresado
no te las dan", dice. Claro que el enfado se le pasa algo cuando se entera
de que ese tipo de menús se da en todos los hospitales del mundo.
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