Cuatro subsaharianas expulsadas de Argelia dejan a sus
bebés en Orán por temor a que mueran durante una travesía de 2.400 kilómetros a
través del Sáhara
IGNACIO CEMBRERO 11/12/2011
Nos transportan como a corderos; medio centenar de
personas hacinadas durante horas en cada camión!". Laure Kottin Mbibo,
camerunesa de 27 años, levanta primero el tono para expresar su indignación,
pero a renglón seguido se le quiebra la voz cuando recuerda a Brunette, su hija
de cinco meses a la que abandonó, acaso para siempre, el 24 de noviembre pasado
en Orán (Argelia). "Me gustaría apretujarla en mis brazos, comerla a
besos", afirma entre sollozos. "La tuve que abandonar para
salvarla".
Laure habla, a través del teléfono móvil, desde un
centro de retención de inmigrantes irregulares en Tamanrasset, a casi 1.600
kilómetros al sur de Orán, en pleno Sáhara argelino. Está allí, cuenta, con
otras 140 personas, 14 de ellas mujeres, a la espera de ser expulsada a Malí.
"Dentro de unos días nos dejarán tirados del otro lado de la frontera, en
el desierto", vaticina. La arena del desierto, a 2.300 kilómetros de Orán,
en lugar de las costas de España, a tan solo 200 kilómetros de donde estaban.
Concluirá así su expulsión de Argelia, y la de otras
tres mujeres camerunesas, que reviste tintes dramáticos porque todas ellas se
han visto obligadas a desprenderse de sus cinco bebés en Orán y entregárselos a
familiares o a otros subsaharianos que ni siquiera son allegados. Su historia
ha sido reconstituida y narrada en un informe por Fouad Hassam y Mechri Salim,
dos voluntarios del sindicato autónomo de la función pública (SNAPAP), una
central tolerada por las autoridades de Argel. La denuncia del SNAPAP y de la
Liga Argelina de Derechos Humanos, reproducida por los principales diarios, no
ha sido desmentida por el Ministerio del Interior argelino.
El 12 de noviembre, la policía irrumpió en la
maternidad del hospital universitario de Orán para detener a Michelle Gono, que
la víspera había dado a luz a una niña, Jouana. Madre e hija permanecieron
cinco días en un calabozo antes de comparecer ante el juez que la condenó a
seis meses de cárcel -una pena que no conlleva el ingreso en prisión- por
estancia ilegal y a ser expulsada. Justo después el juez impuso la misma pena a
Aminattou Diolo, otra camerunesa que había acudido al mismo hospital con su
bebé de cinco meses porque tenía dificultades respiratorias. No llegó a ver al
médico. Fue detenida y acabó con el niño en un sótano de la comisaría central
de Orán.
El 13 de noviembre, otras tres mujeres camerunesas,
Yalande Christelle Yango, Sarah Koumassok Barrack y Laure, la que habla por
teléfono desde Tamanrasset, se dieron cita por la tarde con sus hijos, de entre
diez y cinco meses, en un piso adyacente al Ayuntamiento, en pleno centro de
Orán. "Somos católicas y fuimos allí para rezar juntas en casa de una
amiga", cuenta.
El rezo no duró mucho. Un vecino las denunció.
"Un ejército de policías rodeó el edificio y los agentes irrumpieron en el
piso sin mandato judicial", se indigna el sindicalista Hassem. Todas ellas
fueron trasladadas con sus bebés a la comisaría central y, tras pasar dos días
en los calabozos, ingresaron con sus hijos en la cárcel de Gdyel, hasta que el
20 de noviembre comparecieron ante el juez. "Tardó 45 segundos en juzgar a
cada una de ellas", asegura Hassam. Tuvieron un intérprete árabe-francés
durante el juicio, pero carecieron de abogado. El veredicto fue el habitual,
pero no volvieron al penal, sino a la comisaría.
En las comisarías de Orán, los detenidos no son
alimentados, sostiene Laure. "Nuestros niños necesitaban leche y tuvimos
que suplicar a los funcionarios y darles el dinero para que nos la
comprasen", recuerda. Un varón subsahariano, compañero sentimental de una
de las camerunesas, se acercaba también a diario por las dependencias
policiales para suministrarles comida.
El 24 de noviembre un agente anunció a las
camerunesas que empezaba su deportación. Mostaganem, a 80 kilómetros de Orán,
era la primera etapa de un largo recorrido que pasaba por Relizane, Tiaret,
Laghouat, Ghardaia, In Salah, Tamanrasset y, al final, al cabo de dos semanas,
la frontera de Malí. En cada parada subieron nuevos candidatos a la expulsión.
Las madres se plantaron en Orán. Gritaron a los
policías que estaban dispuestas a suicidarse para no subir al vehículo.
"Llevar a nuestros hijos con nosotros significaba sacrificarlos",
sostiene Laure. "No habrían soportado tantas penalidades durante el trayecto",
añade. "No es excepcional que algunos niños pequeños fallezcan, tras una
larga agonía, de hambre, de frío, de agotamiento o por falta de medicamentos
para tratar cualquier enfermedad", confirma Hassam.
La determinación de las mujeres desconcertó a los
policías. Llegó el propio comisario jefe, recuerda Laure. "Nos propuso un
trato: nos deportaban a nosotras, pero los niños se quedaban". Les costó,
pero acabaron aceptando. Los agentes llamaron por teléfono a Roger, el
subsahariano que llevaba comida a las madres, que acudió a las dependencias
policiales con dos amigos. Los tres hombres se llevaron a cuatro bebés. Las
camerunesas embarcaron rumbo a Mostagadem.
A los cuatro bebés entregados a Roger en comisaría
se añade una quinta niña abandonada, Nawal, de 18 meses, que Michelle Gono dejó
en casa de unos conocidos cuando acudió, el 12 de noviembre, a dar a luz al
hospital universitario. Cuatro de los cinco niños están en manos de familiares
cameruneses, algunos en situación irregular y que podrían también ser
expulsados. El quinto se ha quedado con una familia nigeriana.
Pese a su sufrimiento, Laure no se arrepiente de
haber dejado a Brunette en Orán. "Aquí pasamos mucha hambre, no sé si
hubiese resistido", afirma desde Tamanrasset. "Para comer nos dan a cada
uno, al día, dos barras de pan, y un litro de leche para compartir entre cinco
personas", añade. "Carecemos de mantas y de colchones para dormir.
Nos tumbamos sobre cartones y nos abrigamos con cartones". Pocos días
después de esta conversación, las mujeres llegaron a Malí, según informó el
viernes la Liga Argelina de Derechos Humanos.
"El hambre es una de las
principales características de la experiencia que viven los expulsados" de
Argelia, escribe Clara Lecadet, del Centro de Estudios Africanos de París, en
un largo estudio titulado Itinerarios de hambruna. En Ghardaia, una
ciudad del sur de Argelia, Laure enfermó y perdió el conocimiento. "Me
recetaron unas medicinas que tuve que pagar", se lamentaba. "Salí
adelante". "Ojalá llegue viva a Douala", la ciudad camerunesa de
la que es originaria.
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