El suicidio de Bouazizi marcó el principio del fin de la dictadura en Túnez
TRINIDAD DEIROS MADRID 17/12/2011
Tariq Tayyib
Mohamed Bouazizi era sólo uno de los muchos jóvenes tunecinos a quienes la
dictadura de Ben Alí había privado de su futuro. Bouazizi, de 26 años, empezó a
vender fruta por la calle para mantener a su familia a los 10 años; a duras
penas había logrado terminar el bachillerato y su único sueño conocido era
modesto: comprarse una furgoneta.
Una persona
tan humilde, excluida del sistema como el 30% de tunecinos que subsiste en la
economía sumergida, tenía pocas bazas a su favor para enfrentarse a una policía
corrupta que, día sí y día también, le hostigaba por vender fruta y verdura sin
licencia.
El 17 de
diciembre de 2010, hoy hace un año, Mohamed Bouazizi arrastró su carrito de
madera cargado de plátanos, peras y manzanas hasta el mercado de Sidi Bouzid,
la población del depauperado interior de Túnez donde vivía. Allí, una agente de
policía trató de confiscarle su medio de vida; cuando el joven intentó
defenderse, la mujer le propinó una bofetada. Furioso, Bouazizi se dirigió
corriendo al edificio de Gobernación donde exigió hablar con algún responsable para
quejarse. En vano; sólo obtuvo desprecio.
Desesperado,
fue a buscar un bidón de gasolina, volvió a la plaza, se roció con el líquido y
se prendió fuego. Los testigos dicen que mientras lo hacía gritaba que no podía
más "con tanta injusticia".
Una persona
desposeída por un régimen corrupto había hallado un último reducto de dignidad:
su propia muerte. Bouazizi arrojó su atroz suicidio al rostro de quienes le
habían humillado y el resultado fue, no sólo el final de la dictadura con la
huida de Ben Alí el 14 de enero, sino un anhelo de libertad que pronto alcanzó
a Egipto y a Libia: la Primavera Árabe había empezado.
La
solidaridad de los vecinos
Los
habitantes de Sidi Bouzid se solidarizaron inmediatamente con la desgracia del
joven. Esa misma tarde, una manifestación en la ciudad degeneró en batalla
campal con la Policía. En palabras del psicólogo tunecino Fethi Benslama en su
obra ¡De repente, la revolución!, la inmolación de Bouazizi fue la
"gota que hizo desbordar el vaso" de la pobreza, la exclusión y la
represión, y "volvió insoportable lo que había sido soportable".
Para el politólogo
Rafael Bustos, jefe de la misión de observación electoral en Túnez de la
Universidad Autónoma de Madrid, este suicidio cayó en terreno abonado: "La
gente se preguntaba cómo era posible que se hubiera intentado privar de su
medio de vida a un joven que vende fruta por la calle. El suicidio se inscribió
además en un contexto de tres o cuatro años de protestas sociales, como las de
la cuenca minera de Gafsa [en 2008] que habían ido in crescendo, al igual que
la conciencia de la enorme corrupción del régimen".
En la
revuelta que provocó la muerte de Bouazizi, internet tuvo un papel clave, ya
desde la primera manifestación, grabada por un primo del joven con su móvil. En
un país que tiene la tasa de penetración de la red más alta de África (más del
30% de la población), Twitter y Facebook sirvieron de vehículo para los vídeos
que documentaron la feroz represión.
En unos días
las protestas se extendieron a Kasserine, a Sfax y a Gafsa; luego a Túnez
capital. El 24 de diciembre, el régimen mata de un disparo a un primer
manifestante. Ya no había vuelta atrás.
El
4 de enero, Mohamed Bouazizi sucumbe a sus quemaduras; más de 5.000 personas
acuden al día siguiente a su funeral. Puede que en su memoria estuviera una
foto distribuida por el régimen el 28 de diciembre. Ese día, un Ben Alí casi
petrificado visitó por fin a su víctima: cubierto por las vendas, Mohamed
Bouazizi era un monumento a la dignidad, postrado inerte frente a su verdugo.
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