La coproducción japo-americana Emperador cuenta cómo el general
MacArthur perdonó la vida a Hirohito tras la IIGM. Como no la hemos visto, te
contamos lo que pasó de verdad
Marta Peirano 07/03/2014 - eldiario.es
MacArthur e Hirohito |
Cuando Japón firmó la rendición oficial el 2 de septiembre de 1945, el
general Douglas MacArthur llevaba ya dos días allí. Truman le había nombrado
comandante en jefe de las fuerzas aliadas para la supervisión de la ocupación
de la isla y, desde Washington y Potsdam, esperaban que convocara inmediatamente
al emperador. Pero el general decidió esperar. "Obligarle a venir -explicó
años más tarde- habría ofendido los sentimientos de los japoneses y habría
convertido en mártir a su emperador". El 27 de septiembre, Hirohito se
subió a su Daimler y recorrió la distancia que le separaba del edificio de la
compañía de seguros Dai-Ichi, donde el norteamericano había puesto su sede por
estar a medio camino entre el palacio imperial y la embajada.
El general había ordenado que se le recibiese con toda la pompa, respeto y
cordialidad al que el 124º emperador del Japón estaba naturalmente
acostumbrado.
"MacArthur saludó al emperador a la entrada de la recepción,
estrechando su mano y diciendo "Es usted muy, muy bienvenido, señor".
Y el emperador se inclinaba y se inclinaba cada vez más hasta que MacArthur se
encontró a sí mismo estrechando su mano por encima de su cabeza. Sólo el
emperador, MacArthur y el intérprete Okamura entraron en la recepción. Entonces
la puerta se abrió y el teniente Gaetano Faillace tomó la famosa foto del
emperador y MacArthur desde fuera de la habitación."
Okamoto Shiro, El hombre que salvó el Kabuki, Faubion Bowers y la censura teatral en el Japón ocupado
El teniente sacó tres fotos; en una MacArthur sale con los ojos cerrados,
en otra el emperador sale con la boca abierta. La tercera salió bien y fué
publicada en la prensa dos días más tarde, con gran escándalo local. La imagen
del emperador era sagrada, hasta el punto de que sus propios súbditos
escucharon su voz por primera vez cuando dio su discurso de rendición por la
radio, y el general ni siquiera se había puesto corbata para la ocasión.
Ninguna de esas humillaciones preocupaba ya a Hirohito, que estaba resignado a
sacrificarse para salvar lo que quedaba de su país. "Vengo hasta usted,
general MacArthur -le dijo- para entregarme al poder que usted representa como
responsable único de todas y cada una de las decisiones políticas y militares
tomadas y ejecutadas por mi gente durante el transcurso de la guerra".
MacArthur dice en sus memorias que quedó impresionado por su coraje.
"Ese valor al asumir una responsabilidad que llevaba implícita la muerte,
una responsabilidad que estaba en contradicción con hechos que yo conocía bien,
me conmovió hasta la médula de los huesos". Genuinos o no, sus
sentimientos no reflejaban los de su país, que le consideraba el monstruo
sanguinario que había retratado Frank Capra en sus famosos largometrajes
propagandísticos Why we fight. El 70% de los norteamericanos pensaba que
el emperador Hirohito debía ser castigado (un eufemismo) por crímenes de
guerra; los periódicos rusos, australianos y británicos exigían su cabeza. Pero
MacArthur tenía otros planes.
El general Bonner Fellers, su especialista en Japón, le había convencido de
que acabar con una figura de culto en un país de fanáticos desquiciado por la
guerra y masacrado por dos bombas atómicas tendría consecuencias, y que era
mejor utilizar el carisma natural del hijo del Sol para gestionar la
ocupación sin más contratiempos. En su mensaje a Eisenhower, MacArthur aseguró
que el papel de Hirohito en la guerra había sido estrictamente ceremonial, un
pacifista cautivo en su palacio, víctima de una conspiración. Así empezó el
segundo viaje del emperador: de criminal de guerra a pequeña flor de loto.
De la Edad Media al mundo contemporáneo
MacArthur convenció a Washington de que matar al emperador de Japón impondría
grandes responsabilidades sobre el Gobierno norteamericano, incluyendo una fuerte
inversión de recursos. "Necesitaría un millón de soldados en refuerzos
para llevar a cabo una acción semejante. Habría que instaurar un Gobierno
militar, y surgirían guerrillas en todas partes".
En su lugar, propuso reconstruir el país a imagen y semejanza de EEUU,
cambiando la sociedad medieval por un Estado democrático con una Constitución
moderna regulada por un Gobierno elegido democráticamente. El primer ministro,
Hideki Tojo, y otros seis miembros fueron juzgados y ejecutados. Hirohito se
salvó.
No fue un perdón. Las fuerzas militares japonesas fueron desmanteladas y
sus líderes desterrados de la vida pública para siempre. Los monopolios que habían
alimentado el esfuerzo bélico fueron despojados de todos sus bienes. La religión
nacional de Japón, el shintoísmo, dejó de ser la religión de Estado y algunas
de sus consignas más ultracionalistas fueron prohibidas. Pero las dos medidas más
significativas fueron puramente simbólicas y poéticamente gemelas.
La primera tuvo lugar el día de año nuevo de 1946, cuando el emperador fue
obligado a renunciar públicamente a la divinidad. "Los lazos que nos unen
han estado siempre sustentados por la confianza y el afecto mutuo -dijo en su
comunicado-. No dependen de las leyendas y los mitos. Ya no están basados en la
falsa idea de que el Emperador es divino y que los japoneses son superiores a
otras razas y destinados a dominar el mundo".
La segunda fue el artículo 9 de la nueva Constitución, donde "el
pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como nación soberana y al uso
de amenazas como medio para resolver disputas internacionales" y el
emperador sólo es "un símbolo del Estado y de la unidad del pueblo".
El 22 de febrero, Hirohito la declaró oficial.
Corrección: en una edición anterior el artículo decía que la religión
shintoísta fue prohibida en 1945. Sólo dejó de tener el estatus de religión
oficial. Sí fueron prohibidas sus enseñanzas más ultranacionalistas y la
consideración divina del emperador.
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