Ánxel Grove 13 marzo 2014 20minutos.es
Ahí la tienen, montada en un vagón de tren para hacer la foto que deseaba
hacer. Con la misma técnica de escalada logró tomar la primera imagen
en los EE UU de una sesión de un juicio por asesinato, escenario entonces
vedado para los fotoperiodistas: se subió a una pila de cajas y retrató la
vista desde una ventana hasta que la descubrieron y detuvieron.
A Jessie Tarbox Beals (1870-1942) no le
faltaban descaro y agallas para ejercer como reportera a principios de
siglo, cuando ser mujer convertía la tarea en doblemente complicada —la
discrimanación era masiva y el vestuario canónico de faldones, corsé y sombrero
no era precisamente cómodo—. Superó las trabas, se enferntó a los prejuicios, regañó
a los moscones, se enfrentó con los agentes de policía y fue allá donde su
instinto le recomendaba ir para que las revistas y diarios le comprasen las
fotos que hacía con el equipo de casi 30 kilos que cargaba a cuestas: una cámara
de placas, un cuarto oscuro portátil fabricado con tela negra y los líquidos químicos
que necesitaba para revelar in situ.
Nacida en Ontario (Canadá), había comprado su primera cámara a los 18 años
tras vender subscripciones de revistas de puerta en puerta. Cinco años más
tarde viajó a Chicago, donde se celebrara la Exposición
Universal y logró, por insistencia y tozudez, que los
organizadores la nombrasen fotógrafa oficial del evento. Pocos meses después
fue aceptada como reportera en plantilla por dos diarios, el Buffalo
Inquirer y Courier. Fue la primera mujer contratada en un medio
impreso como fotógrafa.
Casada con Alfred Tennyson Beals, que la ayudaba como asistente, la pareja
se estableció en Nueva York en 1905. Abrieron un estudio estable en la Sexta
Avenida, pero la fotógrafa seguía prefiriendo la calle: documentó la vida de la
ciudad con una sensibilidad abierta y desprovista de prejuicios. De la educación
crsitiana que había recibido en casa —dos de sus hermanos eran misioneros en
Sudamérica— aprendió que las verdades sólo admiten los decorados naturales.
Estas fotos pertenecen a la serie que Tarbox Beals hizo en los años veinte
del barrio neoyorquino del Greenwich Village, ya por entonces refugio de
bohemia y excentricidad. Le gustaron tanto la ilusión y las ganas de vivir que
encontró en las librerías, estudios de arte y tiendas de curiosidades que
decidió establecerse en la zona. El nacimiento de una hija extramarital,
Nanette, había roto el matrimonio unos meses antes.
Aunque los archivos de la primera fotoperiodista estadounidense se han
conservado con bastante decencia y están disponibles [Universidad de Harvard, Biblioteca del Congreso, Sociedad Histórica de Nueva York], los
historiadores no suelen mencionarla y, cuando lo hacen, le hurtan la
importancia debida. Es cierto que no se trataba de una superdotada como Margaret Bourke-White, la primera reportera
que, unos años más tarde, fue tratada como superestrella, y que la mirada de
Tarbox Beals no tenía pretensiones porque hacía fotos testimoniales como
necesidad vital y no con la pretensión de crear arte, pero el olvido es
injusto.
Después de gastar todo lo que ganaba en los cuidados médicos
que requería la artritis reumatoide de Nanette y de buscar mitigar las
consecuencias de la Gran Depresión iniciada en 1929 trasladánsose a California,
la primera mujer fotoperiodista de los EE UU regresó al Greenwich Village en
1933. Los tiempos eran otros, la fotografía estaba explotando como medio de
expresión y el gran coraje con que se había enfrentado al mundo en el pasado ya
no era el mismo. Jessie Tarbox Beals murió en la ruina a los 61 años en un
hospital de beneficencia.
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