Los chistes Forges nacieron una noche de guardia en
Televisión Española
En mayo se cumplen 50 años desde la publicación del
primero de ellos en el diario ‘Pueblo’
Sus personajes y sus juegos de palabras forman ya parte
del imaginario colectivo
Un tributo a su inconfundible humor “con buena leche”
acompañado de cinco viñetas
Antonio Fraguas, Forges, no empezó con un dibujo, sino con 40.
Estaba de guardia el 19 de marzo de 1963 en su puesto de telecine en Televisión
Española y sin nada que hacer en pleno puente de San José Obrero. Se sentía
como un vigilante militar, oteando el horizonte por si aparecía algún enemigo
imposible. Así que se dio una vuelta por el departamento de decoración y
rotulación, y encontró por allí papeles y bolígrafos. Le entraron ganas de
dibujar y se largó de repente nada menos que 40 chistes.
Esas viñetas comenzaron a circular entre sus compañeros, que ya le habían
identificado antes como un tipo realmente chistoso. Lo recuerda, por ejemplo, José María Íñigo, quien
dirigía y presentaba entonces los programas estelares de TVE. En una ocasión, a
Íñigo no le hizo mucha gracia que Antonio Fraguas desatendiera sus labores como
mezclador de imagen en el control central del Estudio 1 de Prado del Rey
durante la grabación de uno de sus exitosos espacios; así que le recriminó:
“Déjate de hacer dibujitos y pon atención a los monitores, o nunca llegarás a
nada”. Íñigo se ríe ahora de aquella profecía, claro. Pero reconoce que se lo
dijo en serio, “aunque con esa familiaridad que da trabajar semanalmente
durante años en el mismo programa”, precisa.
Aquellos dibujos llegaron algún tiempo después a las manos de Jesús Hermida, quien
entonces simultaneaba su presencia en la televisión incipiente y única con un
empleo como redactor jefe de información local en el diario
Pueblo.
Este periódico vespertino y popular (grandes titulares, mucha farándula) tenía
entre sus jefes a Jesús de la Serna, a quien le gustaron las ocurrencias de un
desconocido de 21 años que trabajaba en el área técnica de TVE. Le hizo llamar,
gracias a la mediación de Hermida, y le dijo: “Haz un dibujo para mañana. Si te
sale bien, publicas todos los días”.
Parece que la prueba salió bien, porque entre Hermida y él decidieron
inventarse la sección El cómic del oso y el madroño, muy de Madrid. Y
desde entonces Forges no ha parado; exactamente desde el 13 de mayo de 1964, en
que se publicó el primer dibujo, hasta hoy. Fecha en la que ya ha celebrado los
72 años de vida y en la que tampoco piensa parar.
Ahora se cumple medio siglo, en efecto, desde aquel estreno, y con ese
motivo la editorial Espasa acaba de publicar El libro de los 50 años de
Forges, que recoge sus mejores dibujos de cada uno de esos cinco decenios,
seleccionados por el propio autor y acompañados de la contextualización
necesaria, década por década.
El éxito de esos chistes primigenios en el escaparate del diario madrileño
le sirvió para que le pidieran enseguida colaboraciones desde distintos
semanarios. La firma de Forges se expandiría así hacia otras publicaciones,
entre ellas La Codorniz.
Esa revista mítica del humor durante el franquismo (autodenominada “la
revista más audaz para el lector más inteligente”), dirigida por Álvaro de
Laiglesia, reunió a muchos de quienes hoy todavía son considerados los mejores
dibujantes del humor español, incluso a título póstumo: Mingote, Gila, Chumy
Chúmez, Perich, Andrés Rábago (entonces firmaba como Ops, ahora lo hace como El
Roto), Serafín, Máximo, Tono, Mena… y Forges, claro. A veces sorteaban la
censura, a veces se estrellaban contra ella. Un día, alguien de la empresa
editora enloqueció y los despidió a todos. Se murieron de risa y crearon otra revista,
Hermano Lobo,
que aguantó viva (como los restos de La Codorniz) hasta la llegada de la
democracia, si bien muchos de sus colaboradores (entre ellos, Forges) se
pasarían más tarde a Por Favor, también de corta vida.
De aquellas aventuras nació un grupo de humoristas que compartirían
alborotos y contraseñas, y que armaron un buen ambiente que perdura todavía hoy
entre los dibujantes españoles, amigos y compañeros a pesar de competidores. En
esa pandilla convivieron, por ejemplo, Antonio Mingote
(quien sería el humorista de referencia en Abc, diario monárquico de la
derecha) y Miguel Gila (de clara herencia izquierdista y republicana). Y se
entiende bien tal mezcla cuando lo explica el propio Forges: “Antonio Mingote
era un liberal. Pero un liberal de verdad. Sufrió muchos ataques de la
ultraderecha, que le enviaba anónimos amenazantes”. En eso podían comprenderse
y reconocerse todos.
La confusión triunfaba en aquel tiempo. El propio Antonio Fraguas colaboró
en las páginas culturales del diario
Arriba,
órgano oficial del Movimiento (el partido único durante el franquismo). Forges
todavía habla con cariño de Rufo Gamazo y Cristóbal Páez, que le llevaron a
esas páginas. Y sí, allí estaban también, en comandita, Máximo, Perich… ¿Cómo
era posible? “Es que los censores no se leían el Arriba”, recuerda
Forges. “Ese periódico no les preocupaba”.
El libro de los 50 años de Forges
permite encontrar todos los Forges que hay en Antonio Fraguas: el que juega con
las palabras, el que ironiza, el que usa la sátira, el solidario, el feminista,
el tierno… Y también invita a deducir su influencia en todos los humoristas a
los que ha ido contagiando, a la vez que ellos le contagiaban a él.
Aquellos genios que coincidieron en La Codorniz, y luego en el resto
de sus vidas, siempre estuvieron en contacto. Ahora más por teléfono (“¿te han
llamado a ti para esto?, ¿y has dicho que sí?”), porque se consultan de vez en
cuando; y también coinciden en algunos actos y encuentros, sobre todo en los
promovidos por el Instituto Quevedo del Humor,
creado por la Fundación General de la Universidad de Alcalá de Henares
(Madrid).
Así que no es de extrañar que, entre unas cosas y otras, en los primeros
chistes de Forges se vislumbren algunos similares que llegarían más tarde con
El Roto, o con Gila, incluso con los argentinos Les Luthiers. Muchos Forges
dentro de Forges.
Da la sensación de que Antonio Fraguas ha ejercido como si fuera un buen
repartidor de pizzas. A uno le entregó la de los siete quesos (quizá eran
cuatro); a otro, la margarita; a otro, la pizza hawaiana (quizá era
“tropical”); al de más allá, la de prosciutto. Y cada receptor del
producto se dedicó luego a fabricar y mejorar lo que le había correspondido en
el reparto.
Porque algo de lo que luego sería El Roto se adivina tal vez en un chiste
de Forges en el que un señor aparentemente adinerado le dice a su conductor:
–Bautista, hoy me siento caritativo. Atropelle a alguien para poder
indemnizarle.
O en otro con el siguiente diálogo entre dos hombres:
–Hoy es el día del libro.
–Sí, ya lo he quemado.
Y cómo no ver a Gila en la conversación que sostienen Blasillo y su amigo
mientras caminan por el campo:
–Hoy he ido a la Biblioteca Municipal para pasar el rato, pero resulta que
ya había leído el libro.
A lo que el otro contesta:
–Yo, tres veces.
Claro, en aquellos tiempos veraneaba Forges en El Espinar (Segovia), y la
biblioteca del pueblo solo tenía disponibles La Ilíada, La Odisea, un
libro de poemas de Manuel Machado, la edición española de la revista del
ejército alemán Signal y la Enciclopedia de la juventud.
Y quién sabe si por algún camino Les Luthiers conocieron el
siguiente chiste de los primeros años de Forges, concebido en los tiempos del
pluriempleo y referido a los procuradores franquistas (es decir, a quienes se
sentaban en el Hemiciclo que hoy ocupan los diputados de la democracia):
–¿Es usted procurador?
–Sí, señor.
–Pues a ver si me puede procurar alguna cosa para por la tarde de 4 a 9.
Porque, sí, incluso los argentinos Les Luthiers formaron parte de ese grupo
bienhumorado. Daniel Rabinovich lo recuerda desde Buenos Aires: “Conocí a
Antonio en casa de mi querido y admirado José Luis Coll. Jugábamos a las cartas
unos cuantos amigos; recuerdo a Chumy Chúmez y Manuel Vicent, entre otros. Poco
tiempo después, cuando algunos de ellos participaban en el programa de Luis del
Olmo, los miércoles, en El debate sobre el estado de la nación, fui
invitado como diputado de Argentina y me divertí mucho”.
Les Luthiers, añade Rabinovich, considerarían un honor que se viera algo de
Forges en ellos. “Siempre lo admiré a Antonio por sus ideas y la elegancia de
sus globitos, por su particular lenguaje, lleno de inventos, y por el
audaz y certero mecanismo de humor para señalar cosas de la realidad de todos
nosotros. Y no es fácil hacerlo cotidianamente… Muy a menudo abro la página web de
EL PAÍS solamente para encontrarme con él y disfrutar de sus
viñetas. Y también trato de escucharlo los fines de semana en Radio Nacional, a
través de Internet”. Rabinovich aprovecha el diálogo para enviarle un abrazo:
“Felices 50 añitos con el dibujo. Creo que ya debes haber aprendido…”.
Antonio Fraguas no cree tanto en esas influencias: “Es que el sentido del
humor es un sensus universalis. Yo también habré recogido herencias, no
sé. El humor es uno y un millón”.
Quino, Joaquín Lavado, coincide en
elogiar esa originalidad de Forges: “Todos venimos de algún sitio. Con uno
piensas: ‘Esto viene de Chumy’; con otro: ‘Esto viene de Gila’… Pero este tío
salió con unas cosas que no se parecían a nada”.
El papá de Mafalda
–y de una interminable lista de escenas geniales después de Mafalda– proclama
su “admiración inabarcable” hacia Forges desde siempre. Ahora lo sigue en EL
PAÍS (diario al que llegó Fraguas en 1995, desde El Mundo). El dibujante
argentino, que pasa una temporada en Madrid, añade: “No solo le admiro por su
discurso, no solo por el tipo de dibujo, sino también porque todo el humor que
tiene es una novedad, y la renueva día a día, es increíble. Todos repetimos ciertos
mecanismos, pero es que él se renueva siempre”.
En eso siguió Forges el consejo de su padre cuando le pidió permiso para
ser dibujante profesional: “Vale. Pero tienes que ser siempre original. Que se
vea a 15 metros que un dibujo es tuyo”. Y él se puso a la tarea:
–¿Qué, papá: se ve ya que es mío?
Eso explica los característicos bocadillosque envuelven las palabras de sus
personajes, y que se reconocen a distancia. Los comenzó a plasmar cuando Jesús
de la Serna se lo llevó con él de Pueblo a Informaciones.
También se distinguió Forges en el bocadillo mismo. Por entonces, los
dibujantes enviaban su viñeta y, aparte, el pie que la acompañaba, que se
componía luego en texto de plomo.
Sentado en una mesa del café madrileño El Espejo, lugar que dice tener como
oficina, Forges cuenta que eso respondía a una razón concreta: “Yo pensé que
les facilitaba la vida a los del periódico si el texto se lo ponía en el
dibujo. Así no tenían que componerlo en la linotipia y colocarlo en la caja de
plomo. Iba todo junto. Imaginé que si algún día debían elegir entre mi dibujo y
el de un humorista que entregara el pie aparte, elegirían el mío. Mi sistema
era más fácil y evitaba las confusiones”.
Los personajes
forgianos van apareciendo en el libro conmemorativo por orden de
creación. Ahí están Blasillo, los náufragos, y Romerales, y Mariano
(arrinconado en estos últimos años para que no se interpretara alusión al
actual presidente del Gobierno)… y Concha, esa señora gorda, vestida a menudo
con bata de andar por casa y tocada con un moño. ¿No será eso una deformación
de la imagen de la mujer española? ¿No habrá levantado ampollas entre las feministas?
“Nunca he recibido quejas”, responde Forges. “Casi todos los humoristas hemos
tenido líos por nuestros dibujos, y falsas interpretaciones… La verdad es que
yo con eso no he tenido problemas. Quizá porque se nota mucho que es un chiste.
Pero, de todas formas, Concha ha ido adelgazando, acompañando la evolución de
la mujer española. Ahora aparece delgada y con un libro en la mano”.
Y cómo no entrever a José Luis Coll en los juegos de palabras: estupendérrimo,
bocata, esnafrarse.
¿Cuál será la etimología de esnafrarse? Está clarísima: “La
etimología de esnafrarse”, contesta Forges, “es que íbamos mi amigo
Antonio y yo en una bicicleta, y se nos soltó el manillar. Yo le grité:
‘¡Tírate!’, pero no se tiró. Yo me tiré, pero él se pegó una chufa contra una pared.
Y entonces dije: ‘Se ha esnafrado’. Me salió así. Mucho tiempo después
me enteré de que en gallego existe esnafrarse, que equivale a escarallarse.
Pero mi padre, que era gallego, no hablaba nunca en gallego, y jamás le había
oído esa palabra”.
¿Y los sufijos en –ata?: bocata, cubata, tocata, segurata… Las tres
primeras han entrado en el Diccionario,
donde se anota esa formación con el sufijo jergal –ata. Forges aclara: “Bocata
sí que lo inventé yo, y tocata también. Pero cubata y segurata,
no”. Esa manera de llamar al bocadillo, al cubalibre, al tocadiscos y al
vigilante parte de los propios recursos del idioma, los mismos que nos dan
“caminata” o “perorata”, aunque tal vez un poco dislocados para la ocasión,
como sucede con estupendérrimo.
Otro apartado del léxico de Forges lo forman esos inglesismos (por
distinguirlos de los anglicismos) que aparecen en la boca de algunos de sus
personajes: formidéibol, incrédibol… ¿Y por qué? “En mi época escolar,
todos estudiábamos francés. La clase media española estudiaba francés. Pero
llegaron los superpijos y se pusieron a estudiar inglés. Entonces yo le tomo el
pelo de esa forma a ese estrato social, porque empezaban a decir palabras en
inglés sin saber a veces ni qué estaban diciendo”.
El vocabulario forgiano (cuyo diccionario se incluye al final del libro) ha
dado lugar a sesudas tesis doctorales en dos universidades extranjeras (Lovaina
y Praga) y cuatro españolas (Complutense, Autónoma de Madrid, Autónoma de
Barcelona y Valladolid; de ellas, tres en lingüística y una de enseñanza de la
historia, por la forgérrima Historia de aquí publicada en los años
ochenta).
Debió de resultarles divertido a todos los doctorandos analizar palabras
como firloyo, esforciar, muslamen o firulillo; y buscar en
sus adentros la raíz, la etimología, o más bien la chispa del genio. Antonio
Fraguas se apasiona con el idioma y la gramática, y arropa su intuición
lingüística con muchas lecturas, lo que se traslada a los siempre cuidados
textos de sus viñetas.
Cuando las termina, le gusta reírse con ellas. Su esposa, Pilar Garrido,
siempre anda cerca de los rotuladores del artista y le suelta sus opiniones con
sinceridad. Y le critica. “Pero no me hace caso”, precisa Pilar . “Y luego me
dice que tienen más éxito los dibujos que a mí no me gustan”.
Pero a ella va dedicado el libro, por algo será. Sus páginas permiten
apreciar la solidez del artista y de sus convicciones, y también la resistencia
ante la crueldad del tiempo que pasa. Qué actuales algunos chistes.
Por ejemplo, en uno de los más antiguos, publicado en el diario Arriba
en los años setenta, un hombre le susurra a otro ante una taza de café, y en
referencia a un tercero que pasa por allí cerca: “Fíjate si será rico que está
de Rodríguez García López González de Saavedra”.
Y en una viñeta titulada Ingenieros, destinada a una revista
universitaria, se lee: “Y entonces te dan un título y lo cuelgas de la pared y
ya te puedes morir de hambre”.
Y en un dibujo de los años ochenta, publicado en Diario 16,
se ve a un hombre contorsionado en un sillón, cabeza abajo y con los pelos
tiesos, que está leyendo un papel. El texto escrito a mano sobre el dibujo dice:
“Catedrático de lógica intentando descifrar el recibo de la luz”.
El veterano grupo de humoristas que se reunió en torno a La Codorniz
se ha ampliado hoy día, sin perder el viejo buen ambiente y el compañerismo.
Juan Carlos Ortega, uno de los nuevos exponentes del humor español (La mitad
invisible, en La 2, y también en la cadena Ser y en Radio Nacional),
descubrió con ocho años de edad a Forges en un libro de la colección de RTVE
dedicada al humor gráfico español. Y lo admiró ya para siempre: “Forges
representa, en el humor, algo muy parecido a la bondad. Hoy día se lleva una
suerte de humor teñido con eso que algunos, a modo de incomprensible elogio,
llaman ‘mala leche’. Antonio demuestra, por el contrario, que es más
eficaz ser crítico desde la luz. Forges es ‘la buena leche”.
Y eso también se ve desde lejos.
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