El historiador Felipe Nieto ahonda en los años de militancia
comunista de Jorge Semprún en el ensayo que ha ganado el Premio Comillas de
memorias
JUAN CRUZ
Madrid 24 FEB 2014 - 00:47 CET
Fue Bustamante, Larrea, Artigas, y fue sobre todo Federico
Sánchez… Fue todos esos alias, pero en realidad se llamaba Jorge
Semprún.
Semprún (1923-2011) se fue
al exilio con sus padres cuando era un adolescente y aquí estalló la guerra;
luchó en la resistencia antinazi y fue recluido en Buchenwald.
La experiencia fue peligrosa y traumática y lo dejó mudo sobre ella durante
quinquenios. Se salvó, eso decía, gracias a “la familia comunista” cuya fe
abrazó como si alquilara su conciencia. Y en virtud de ese compromiso atendió
la orden del Partido de Dolores Ibárruri (y de Santiago
Carrillo) y volvió a España como clandestino para poner en orden la
gestión de su partido en el interior.
Esa aventura española de Semprún se inició en 1954; a Federico (y a
Fernando Claudín, y a otros) Carrillo y Pasionaria terminarían expulsándolos
del PCE. Esa aventura, que terminó en 1964, devolvió a Semprún a la literatura.
Felipe Nieto (Santander, 1948), profesor de Historia
Contemporánea en la Uned, ha escrito esa historia (La aventura
comunista de Jorge Semprún. Exilio, clandestinidad y ruptura, Tusquets), y
con ella ganó el último
premio Comillas de memorias.
En 1954 aquel Semprún decidió, dice Nieto, “que la mejor manera de seguir
luchando contra el fascismo era viniendo a España”. A él “le habían arrebatado
la patria, venía a recuperarla. Estaba loco por volver, me dijo. Era su
naturaleza española la que lo llamaba, la experiencia atroz del desarraigo que
vivió en su primera juventud”. En Francia ya era conocido y podía haber
consolidado su éxito político y literario, “pero le faltaba España”. Como
ocurre en sus libros, un destello activa su memoria, “y él contó que fue la
contemplación de la mercería La Gloria de las Medias, que había sobrevivido a
la guerra, la que le devolvió toda la atmósfera del Madrid que él amaba con
todas sus fuerzas”. Todo se había empobrecido, “pero esa pequeña tienda le
permitió sentirse de nuevo en lo que él había imaginado que seguiría siendo
Madrid”.
Pero venía a trabajar por el comunismo. Diez años más tarde se produjo la
ruptura, Federico fue expulsado y la ruptura con el partido lo convierte de
nuevo en el exiliado Semprún. Fue después de un “un proceso de distanciamiento
político” que protagonizan él y Fernando Claudín y que concluye “con graves
enfrentamientos personales con Carrillo, cuya política hacia España había
fracasado”. Fue una época “virulenta” que acaba, dice Nieto, en rabia “por el
modo como han sido condenados al ostracismo”. Con La Pasionaria, sin embargo,
esa ruptura no fue tan abrupta; en el caso de Semprún, aquella mujer “había
producido en él sentimientos filiales…; él mismo había perdido a su madre, y
Dolores había perdido a un hijo en la guerra. Era lógico, en su juventud,
cuando más entusiasmo le producían Stalin y Pasionaria, que hacia ellos fueran
sus poemas más fervorosos”.
La crueldad estalinista está en primer plano en el PCE. ¿Cómo vivió Semprún
esa crueldad? “Con ambigüedad y con duplicidad, probablemente”. Él dice que
estaba “enajenado”. “Lo reconoce. Alienado voluntariamente con la causa del
comunismo. Hasta 1956 la doctrina vigente era estalinista, no reconocía errores
ni represiones, Semprún expresa su adoración por Stalin en un poema que él
mismo divulgó… Kruschev reconoció luego los errores, la crueldad. Y a
partir de ahí empieza una evolución cada vez más crítica hacia el estalinismo”.
Semprún reclama del partido una actitud menos autoritaria y propone “objetivos
democráticos”. Nieto cuenta que dos de los interlocutores que tuvo para su
libro, Javier Muguerza y Julio Diamante, “me dijeron que ellos no hubieran
imaginado nunca que aquel Federico que dialogaba con ellos para saber cómo iban
la universidad y la cultura fuera un estalinista”.
-¿Podemos decir, pues, que había varios Semprún en aquel Federico?
-Sí, yo creo que sí… No tanto porque tuviera varias personalidades, sino
porque aquí no podía aplicar los dogmas que caracterizaban a la cúpula del
comunismo internacional de matriz soviética imperante entonces.
¿Era un comunista raro o un comunista raro que a veces parecía ortodoxo?
“Es que se pueden ser las dos cosas… Era un comunista jerárquico que fue viendo
posibilidades, abiertas por Kruschev, de negociación y apertura. Pero aquí,
sobre todo, tenía que aplicarse a la tarea de luchar contra la dictadura para
que viniera un estado que ellos querían democrático”.
Era tantos. “Lo que me maravilla fue que no cometiera errores”. Tenía
inteligencia y frialdad, no conocía el miedo, “pero tenía miedo por los otros”;
su expulsión del partido “lo condenó de nuevo a vivir fuera de España, eso le
provocaba rabia y melancolía. Abandonar la cercanía de amigos como Javier
Pradera o Claudín, o de otros que seguían en el partido, como Simón Sánchez
Montero, que no eran dogmáticos... Esa era lo que él llamaba ´la familia
comunista`…”
¿Qué quedó del comunista en Semprún? Él mismo explicó,
cuenta Nieto, “que había perdido las convicciones pero le quedaban las
ilusiones”. Y abominó, sobre todo, de una frase suya que alguna vez fue un
moto: “todo por el partido, nada sin el partido”, aquel fe del carbonero de la
que tantas veces habló Pasionaria… “Sintió vergüenza cuando comprobó, con sus
compañeros, que habían dado gran parte de su vida por una idea que, puesta en
marcha en la URSS, amparó a un régimen abyecto y cruel”. Muchos de ellos “con
la mejor voluntad y con el mejor de los deseos” compartieron con Federico
Sánchez la aventura comunista de Jorge Semprún. Nieto la ha desmenuzado; el
martes próximo, en la Residencia de Estudiantes, se la presenta su colega José
Álvarez Junco.
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