MARÍA SERRANO / Sevilla
/ 21 Feb 2014 eldiario.es
Cruzó por la Estación de Cèrbere apenas con lo puesto: un traje de chaqueta
desgastado, unas pocas pesetas republicanas que guardaba de su último artículo
publicado en La Vanguardia y un bastón de madera que le ayudó
a caminar en tan largo viaje. Machado se marchó de España vencido por la
causa perdida. El poeta Félix Grande recordó años después a un hombre “muerto
de pena, derrota y despedida”. Había perdido su propia guerra y la de muchos
que cruzaban la frontera. En aquel camino de no retorno lo acompañó su madre,
Ana Ruiz, su fiel y desconocido hermano José Machado y su cuñada Matea. En el
frío mes de enero de 1939, el poeta andaluz caminó bajo la lluvia en dirección
a Port Bou. Ya en otro país y en una lengua muy familiar para él, el francés,
conoció a tres personajes anónimos que no lo olvidaron el resto de sus vidas.
Como uno de los episodios más enturbiados y tristes de la guerra civil
española, comienza el destierro forzado de don Antonio, que terminó con su
brillante carrera literaria y su propia vida el 22 de febrero de 1939. La
angustia de la familia era una radiografía repetida junto a miles de hombres y
mujeres hacinados en los últimos rincones de la España republicana. A pesar del
cansancio y la extenuación del momento, Antonio se atrevía a bromear. Soñaba
con una guerra no perdida, como señala Monique Alonso, biógrafa del poeta y
autora del libro Machado: su último peregrinaje hacia la Mar. Recuerda
cómo “los Machado se abrían camino entre miles de personas y baúles
abandonados”.
Ante tal estampa don Antonio comenzó a perder los ánimos. Monique habla de
una anécdota de su padre, también de aquellos días como hija de exiliados
españoles: “Mi padre recuerda cómo en el Castillo de Figueres, los exiliados
pasaban por encima de lingotes de oro de la República”. Nadie se atrevía a
coger ningún bulto. En la entrada a Francia esperaban los gendarmes y el
equipaje era una carga demasiado pesada.
El mismo Machado calificó de “lamentable” aquel exilio, en un carta a su
amigo José Bergamín, pasada ya la frontera. Tenía solo 64 años y una enfermedad
en los pulmones que se empeoraba cada día más por culpa de aquella humedad.
Al cruzar a Francia, ni el poco dinero que llevaba encima le sirvió.
Leonor Machado, sobrina aún viva del poeta rememora en su mente octogenaria
cómo “tío Antonio y la abuela no tenían unos pocos francos para pagar el
café con leche que tomaron al llegar”. Solo gracias a la ayuda de Corpus
Barga, escritor republicano, pudieron conseguir una carta de la Embajada
Española en París, que cubrió los gastos hasta encontrar un sitio seguro.
COLLIOURE
En la mañana del 28 de enero, encontraron refugio en el pueblo pesquero de
Collioure. “Un lugar tranquilo donde Machado esperó para tomar una decisión”,
según destaca el hispanista Iab Gibson. Aquel Machado solitario y abandonado
por la incertidumbre no se hallaba en otro país y otro lugar que no fuera el
suyo. Sin embargo, a su llegada encontró a sus últimos amigos. Jacques
Baills, un joven ferroviario francés, que acompañó a Machado durante largas
tardes en el hotel Bougnol Quintana. Su dueña, Madame Quintana, que acogió a la
familia Machado en sus habitaciones, y Madame Figueres, que le dio al poeta su
diaria ración de tabaco, sin pedir nada a cambio ni saber de quién se trataba.
A medidas que pasaban la semanas, los pulmones de don Antonio fueron
empeorando al igual que su semblante frío y lleno de soledad. El miércoles 22
de febrero Machado amaneció muy grave. Murió horas más tarde en el mítico hotel
Quintana.
Fue amortajado con una sábana blanca y una bandera republicana. En tan
modesto entierro, sus nuevos y eternos amigos Baills, Madame Figueres y Madame
Quintana, lo acompañaron junto a la poca familia que allí tenía. Solo días
después acudiría su hermano, Manuel Machado, que coincidió con José por última
vez antes de marcharse a Chile para siempre.
Poco se conoce del eco de la noticia en la asediada
prensa republicana. Ya no quedaban apenas focos de resistencia a un mes de
terminar la guerra. El Gobierno de Franco inició un expediente de depuración a
la ilustre figura de don Antonio en 1941. Lo dejó sin derecho a ejercer la
enseñanza en su país y detalló su muerte en el campo de concentración de
Argèles. Hoy, este expediente, sigue vigente, como muchas otras causas de
aquella etapa gris de la historia en la justicia española. Su
literatura se leyó en la clandestinidad y tardó 40 años en conocerse su triste
historia: la de un poeta que estaba condenado a morir a y a ser enterrado en el
exilio.
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