El historiador analiza en su último libro las características fascistas de
la Falange y del franquismo entre 1936 y 1950
Jose Oliva / EFE Barcelona 16/03/2014 publico.es
El
historiador Ferran Gallego analiza en su último libro, El evangelio fascista,
la evolución del fascismo español desde la República hasta 1950, que, según ha
explicado el autor, denota que "el caso español no fue muy diferente
del de otros fascismos europeos de los años 30". La única peculiaridad
que Gallego señala para el régimen que arranca en 1936 es que "conquista
el poder a través de una guerra civil, pero en ningún caso se puede negar su
naturaleza fascista".
Gallego
indica que "decir que no hubo fascismo en el régimen franquista es
tanto como negar el antifascismo que combatió en la Guerra Civil española y el
espíritu de las Brigadas Internacionales, que vienen a España a luchar
contra el fascismo".
Rompe
asimismo Gallego la vieja idea de la historiografía de que el fascismo español
llegó tarde y mal: "Es verdad que cuando quiere ganarse adeptos, la mayor
parte de sus potenciales clientes se han hecho de la CEDA o del carlismo, pero
el fascismo como fenómeno de masas es en Europa un fenómeno de los años 30, con
la única excepción de Italia".
En El
evangelio fascista (Ed. Crítica), Gallego sitúa el embrión de ese fascismo
ya en plena República, porque "no deben confundirse el partido y el
espacio cultural de fascinación por el fascismo" que ya se encuentra en Calvo
Sotelo y el Bloque Nacional, que "se declaraban fascistas pero no
militaban en Falange".
Para el historiador
barcelonés, Falange, un partido minoritario durante la República, se
convierte en el partido hegemónico a partir de 1936 porque "es
congruente con el momento de guerra civil, ya que era un partido militarizado,
no pedía la vuelta de ningún rey, tiene un discurso populista, cree en la
movilización de la masas y su ideario da por superada la democracia
parlamentaria". Además, "su doctrina se ajusta a la situación de
violencia extrema que hay en España y está dispuesta a aceptar un caudillaje
carismático".
A su juicio,
el golpe de Estado del 18 de julio propició el surgimiento de un movimiento de
masas a favor de fascismo: "No es un mero golpe militar, puesto que se
suma un poder civil con 60.000 milicianos falangistas y 30.000 requetés".
Falange, añade Gallego, proporciona un ideario al ejército, cuyos oficiales
tendrán la obligación de militar en Falange, algo que no sucede en la Alemania
nazi.
La Guerra
Civil permite a los fascistas además "una unidad del mando", que no
se produce en el bando republicano. La diversidad de fuerzas que se integraron
en la sublevación de 1936 acabó más adelante facilitando la oportuna
desfascistización del régimen, convertido en un estado nacional-católico.
"Cuando el fascismo europeo cae, el español aguanta porque se muestra
como garante de un catolicismo glorioso y ya en 1944-45 plantea una especie
de vía española hacia el estado católico huyendo del totalitarismo
alemán".
Opina
Gallego que, por esa razón, no es exacto hablar de una antítesis entre
católicos y fascistas en el período analizado, ya que "el falangismo es
desde su formación un partido profundamente católico", que encuentra
en el Imperio de Carlos V el referente simbólico de la defensa de la sociedad
católica frente a protestantes y turcos.
El
autor de Todos los hombres del Führer y El mito de la Transición
cierra su análisis en 1950 porque poco antes se produce el último debate
cultural de la España de la posguerra sostenido por Pedro Laín Entralgo y
Antonio Tovar, partidarios de "incorporar a la Generación del 98, a
Machado y Ortega, a la idea de España", frente a intelectuales como
Rafael Calvo Serer que "rechazan hablar de varias Españas legítimas".
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