Inauguran en París una gran retrospectiva que luego irá a
Madrid.
Más de 150 fotos y varias películas resumen los casi 80 años
de trabajo del mejor fotógrafo hispanoamericano del siglo XX.
"Manuel Álvarez Bravo: fotógrafo en búsqueda"
deslumbra por la capacidad del artista para condensar en una misma imagen
elementos reales y surreales.
Los agachados, 1934 |
ÁNXEL GROVE. 20.10.2012 - 08.34h
La prolongada carrera de Manuel
Álvarez Bravo, quizá el mejor fotógrafo hispanoamericano del siglo
XX, puede resumirse en una característica que acaso peque de generalista pero
no de errónea: el intento por escapar del estereotipo y el tipismo que
aquejó a buena parte del arte de los países de la zona. Rebelde y de enorme
capacidad para indagar en las lecturas múltiples de las fotos, el mexicano logró
condensar en su obra pasado y presente junto con elementos reales y surreales.
Fotogalería
Años antes de que la literatura cultivase el llamado
realismo mágico
—que entiende lo real como maravilloso—, Álvarez Bravo ya hacía fotos donde el
misterio estaba encajado en lo cotidiano y lo aparentemente milagroso se hacía
carne. Artista de enorme influencia, precursor y valiente, tenía además el
valor añadido de no darse importancia ni considerarse especial. "Soy un
fotógrafo de los domingos tomo mi cámara y me echo a la calle, por ahí, a donde
quiera, y siempre, siempre encuentro motivos interesantes. Todo está lleno de
poesía. ¡Hasta en los versos hay veces que hay poesía!", decía.
Deuda saldada
La gran retrospectiva Manuel Álvarez
Bravo. Un photographe aux aguets, 1902-2002 (Manuel Álvarez
Bravo: fotógrafo en búsqueda, 1902-2002), que acaba de inagurarse en París
y luego viajará a Madrid, es una deuda saldada de Europa con uno de los
artistas que, pese a ser adorado por sus compañeros de oficio, nunca tuvo en
el viejo continente la categoría de genio que merece.
La muestra, que se exhibe en la galería nacional
francesa Jeu
de Paume hasta el 20 de enero de 2013 y que luego podrá verse en la Fundación Mapfre de Madrid —del 11 de febrero
al 19 de mayo—, reúne más de 150 copias originales de fotos que intentan
condensar la obra vastísima del maestro mexicano, que trabajó entre finales
de los años veinte y los noventa, cuando decidió retirarse.
Emblema del renacimiento mexicano
Nacido en México D.F. en 1902, hijo de un maestro de
primaria con afición por la pintura y las fotos, Álvarez Bravo murió en la
misma ciudad en 2002, a los cien años de edad. Fue un artista imparable
(escribió libros, pintó cuadros, colaboró en murales, hizo foto fija para películas...)
y se convirtió en un emblema del llamado renacimiento mexicano posterior
a la revolución iniciada en 1910.
Para la directora del museo parisino, Marta Gili, la
exposición es el primer intento de analizar la obra del fotógrafo "más
allá de los convencionalismos" y "el concepto de lo folklórico".
La condición casi legendaria del mexicano hizo que en el pasado fuese
"inevitablemente" presentado "desde el punto de vista
complaciente de una mirada occidental que tenía la intención de revelar lo exótico
y surrealista". Es el momento, añade, de abordar "nuevos análisis y
nuevos enfoques".
Películas experimentales y Polaroid
Fiel a esa intención, Manuel Álvarez
Bravo. Un photographe aux aguets, 1902-2002 descubre aspectos no
conocidos de la actividad del artista, como sus experimentos con películas de
formato amateur (8 y súper 8 milímetros) durante los años sesenta y las fotos Polaroid que hizo en la misma época. También
se exponen diarios personales y correspondencia que mantuvo con fotógrafos como
Henri Cartier-Bresson, con quien intimó
durante un viaje de éste a México, y Edward Steichen.
Los organizadores insisten en que la obra de Álvarez
Bravo, pese a tener sus raíces "en la sensibilidad popular mexicana",
es sobre todo un "discurso poético que tiene autonomía y
coherencia" y está muy influido por la pintura, las artes gráficas, la
literatura, la música y, más que ninguna otra disciplina, el cine. Hay quien
sostiene que siempre quiso ser cineasta y recuerda su obsesión temprana por el
arte de las imágenes en movimiento: en 1934 gastó los 600 pesos que ganó en un
concurso de fotos en comprar de segunda mano la cámara que había usado el
director ruso Serguéi Eisenstein para rodar ¡Qué viva México!
(1932).
La muestra está dividida en ocho
apartados cronológicos: Creando, donde se muestran los primeros trabajos
que Álvarez Bravo consideró válidos, tras destruir sus ejercicios iniciales
porque los consideraba pictorialistas y sufrir el impacto del modo nuevo de ver
México que aprendió de Edward Weston y Tina
Modotti; Construyendo, donde se pasa repaso a sus primeros años
como fotógrafo nocturno —de día trabajaba como contable—; Apareciendo,
que se detiene en el crucial año de 1931, cuando descubrió la obra de Eugène
Atget, empezó a hacer fotos callejeras y abrió una galería en el salón
de su casa; Viendo, dedicada a sus primeras exposiciones y
publicaciones; Mintiendo, que narra los sucesos de 1934, cuando hizo la
famosa foto del obrero en huelga asesinado y entró en contacto con autores
extranjeros; Revelando, sobre el inicio de la introducción de elementos
surreales; Caminando, donde se exhiben algunas de sus fotos más
conocidas sobre la vida diaria de los mexicanos, y Soñando, dedicada a
la obra tardía.
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