Sánchez Piñol publica en castellano 'Victus', donde
novela el sitio de Barcelona
CARLES GELI
Barcelona 14 OCT 2012 - 17:17 CET
La tragedia perfecta: un pueblo dispuesto al sacrificio total y que obliga
a sus clases dirigentes a luchar hasta el fin; un rey y un emperador contra la
gente de la calle; miserias de alta alcurnia y heroísmo popular; personajes que
saltan al bando perdedor por convicción… Todo eso reúne el asedio de Barcelona
de 1714 por las tropas de Felipe V. “Ese episodio es de un capital simbólico
que ya querrían tener muchos países; en el siglo XIX, los niños barceloneses no
jugaban a guerras sino a ser borbónicos y austricistas… Es el Far West
de los catalanes, la tragedia perfecta”, cree el escritor Albert Sánchez Piñol,
aún hoy sorprendido de la potencialidad narrativa que contenía esa realidad.
“Tras 10 años de llevarla en la cabeza", el autor del best-seller La
pell freda y de Pandora al Congo (ambas, por cierto, también con
asedios incorporados) ha decidido novelizar el episodio histórico en Victus
(La Campana), cuyas 600 páginas ya están en las librerías.
Asegura Sánchez Piñol que quería explicar la historia “desde abajo y por
los de abajo, con la rauxa (locura) que generaban los propios
acontecimientos”. Especialmente dotado para la capacidad fabuladora, el autor
encontró la voz en la figura en principio de educación racional y cartesiana de
Martí Zuviría, personaje real pero citado sólo cinco veces y de manera muy
somera en la ingente documentación que manejó. “Aparece como ayudante general
del oficial Villarroel, en misiones especiales dentro y fuera de la ciudad,
también como traductor y, además, fue de los pocos austricistas que estuvo
luchando en la calidad que luego pudo huir al extranjero”, enumera el autor.
Con ese perfil envidiable, al que el autor hace dictar sus memorias, redondea
haciéndolo discípulo en su juventud del marqués de Vauban y sus técnicas de
fortificación y lo pespuntea con humor en un tácito homenaje a la novela
picaresca, Sánchez Piñol enlaza un relato de alto e inusual rigor histórico
(“hay mucha documentación de hechos que casi no he tenido más que arrastrar y
resituar puntos y comas de la fuerza que tenían”) y que, en consecuencia,
incomodará a algunos lectores de toda condición.
Por un lado, se refleja la extrema saña con la que actuaron las tropas
borbónicas. “El bombardeo civil al que se somete a la ciudad no era habitual en
la época, la cultura de guerra de la época obligaba a abrir brechas en
los muros y baluartes y a hacer entrar por ahí las tropas; sólo se entiende por
la efervescencia del conflicto”, defiende el escritor, con un Felipe V
especialmente molesto por la tozudez catalana a someterse. Por otro lado, en
general las clases burguesas catalanas y ciertos cargos de la Generalitat (“los
felpudos rojos”, como se les bautiza en más de una ocasión desde el pueblo y
recoge el libro) no tienen un papel muy heroico. “La burguesía catalana votó
contra la guerra pero fue la presión de los elementos populares lo que les
obligó a cambiar el sentido del voto; en Valencia y Aragón decidieron no
luchar: comprensible porque evitaron desparramar sangre pero hoy no tienen ese
capital simbólico de Cataluña”.
Encarna esa dicotomía la figura de Rafael Casanova, héroe oficial
catalán que en la novela “tiene una actitud digna pero se le ve forzado en su
papel heroico”; en el lado opuesto, el general Villarroel, “un hombre de
cultura castellana y que por eso en otras épocas ha quedado desplazado en la
historia”. El primero nunca sufrió represalias y tiene estatuas en la ciudad;
del segundo, que inicialmente luchó con las tropas borbónicas para pasar luego
a las austricistas, fue incluso torturado tras la caída de la ciudad; Sánchez
Piñol le homenajea tácitamente. “¿Por qué nos ha de incomodar hoy, en pleno siglo
XXI, que uno de los defensores más valientes de Barcelona fuera de cultura
castellana?”.
La polémica entre lo catalán y lo castellano aflora también indirectamente
en esta novela a partir de que Sánchez Piñol, uno de los grandes nombres de las
letras catalanas de hoy, ha optado por escribir, por primera vez, directamente
en castellano. “Tenía ya casi un centenar de páginas en catalán y no me
pregunten por qué pero aquello no funcionaba; la aparqué hasta que traduje la
primera en castellano y entonces vi que tenía más sentido. Creo que el simple
hecho de escribirlo en otro idioma me permitía crear cierta distancia
histórica; también está que toda la documentación consultada era en castellano…
De todos modos, un creador se ha de poder dejar ir con toda tranquilidad”.
Victus llega en plena eclosión popular de
la demanda soberanista en Cataluña, algo no demasiado ajeno según el autor a
los episodios que novela. “Felipe V se impuso pero el tema no quedó resuelto;
lo que hemos tenido es un paréntesis de 300 años; la crisis no ha hecho más que
cristalizar muchas delas cosas que se arrastran desde aquellos días”.
En cualquier caso, el libro está siendo ya traducido al
catalán por el reputado Xavier Pàmies en un proceso que “no está siendo fácil
porque el catalán no tiene tanta riqueza léxica para determinados argots, como
el caso de Zuviría”, opina Sánchez Piñol, que cree que la versión podría estar
en el mercado en abril del año próximo. También se han vendido ya los derechos
para verterse al francés, ruso, alemán y holandés. Mientras, la productora
Brutal Media ha adquirido los derechos para su traslación a la gran pantalla,
con un guion del propio autor, que en este caso juega -“por razones técnicas,
la imagen pide otros registros”- con que el narrador sea totalmente opuesto al
de la novela: el duque de Berwick, el mariscal francés que expugnó Barcelona. A
Zuviría se lo reserva para nuevas entregas que no descarta. “La posibilidad de
que este personaje explique el siglo XVIII me atrae, creo que promete”. Como Victus.
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