xoves, 25 de outubro de 2012

Paul Goldberger: “Los miles de edificios sin calidad acabaron con la economía”


El crítico de arquitectura del 'New York Times' presenta su nuevo ensayo sobre la disciplina
En él indaga en la capacidad de las construcciones para mover al pensamiento y la emoción
Premio Pulitzer por su labor como crítico de arquitectura en el New York Times, el historiador Paul Goldberger (Nueva Jersey, 1950) ha explicado Por qué importa la arquitectura (Ivory Press. Traducción de Jorge Sainz) en un ensayo que lleva ese título y que presenta a esa disciplina como un vehículo para sentir y pensar. Dueño de una mirada ecléctica y “poco puritana para ver las cosas” —como él mismo la define— reconoce que cuando eligió la Universidad de Yale para aprender de sus grandes edificios modernos lo que más le sorprendió fue el neogótico de la torre que James Gamble Rogers había levantado en el campus y que nunca había visto en un libro de arquitectura. “No soy dogmático. Hay muy pocas cosas en la vida de las que piense que solo se pueden hacer de una manera. Eso ha condicionado mi mirada. Todavía me cuesta entender a los talibanes de la arquitectura que solo admiten una manera de actuar”, explica en la galería madrileña donde ha venido a presentar su libro.
¿Cómo demostrar que la arquitectura importa a una sociedad como la nuestra, que la relaciona con la avaricia y la especulación? Goldberger sostiene que a veces los edificios mediocres son los que más cosas dicen. “La especulación tiene más que ver con la mala arquitectura que con la buena. En la última generación hemos construido demasiado. Ni nuestros recursos ni nuestras necesidades justifican lo que se ha erigido”, comenta. Con todo, su ensayo habla más de emociones, que de necesidades. “Creo en la arquitectura sostenible como en una necesidad, pero también en el poder de afectar nuestra vida que tiene la arquitectura”. A pesar de esa mirada que juzga el largo plazo de la disciplina, Goldberger acepta reflexionar sobre la culpa de la crítica en las burbujas arquitectónicas. “Hemos hecho demasiado para favorecer y promover la arquitectura espectáculo. Pero aunque sean muy visibles, los edificios de las estrellas no son los causantes de la crisis económica. Por cada edificio excesivo de un arquitecto famoso hay miles de inmuebles sin calidad. Esos miles de edificios sin calidad acabaron con la economía. La prensa no habló de ellos. De eso somos culpables. No de apoyar la arquitectura-espectáculo”.
El autor estadounidense prepara la biografía de Frank Gehry —“autorizada porque él coopera, pero no porque pueda opinar”— y no comparte que el autor del Guggenheim de Bilbao haya terminado parodiando su propia creatividad. “Gehry es autor de un idioma propio y todo lo que haga va a tener un aire de familia, pero rechaza encargos cuando considera que no son oportunidades para exigirse un poco más. Es difícil ser un arquitecto creativo. Si tus trabajos cambian te acusan de inconsistente. Si no lo hacen, de autoparodiarte”, defiende.
El cambio es, admite, la única manera de mantener vivas las ciudades. Sin embargo, las metrópolis se parecen cada vez más ¿Qué se puede hacer? “No es la primera vez en la historia que esto sucede. La monocultura se vence con esfuerzo por mantener las identidades. Cada vez hay más interés en lo original, por eso los lugares que no borren el pasado serán más atractivos. En el último siglo las ciudades han crecido de manera muy parecida entre ellas y muy diversa a como lo habían hecho hasta entonces”, explica. Goldberger piensa que Internet ha cambiado el sentido de la palabra comunidad y por eso “la arquitectura ha dejado de ser el único escenario para la vida humana”. Con todo, asegura que su función sigue siendo antigua: “La creación de lugares y de memoria, lo que constituye lo auténtico en la era virtual, es un reto que deberemos entender”.
Sostiene Goldberger que los arquitectos solo pueden construir lo que la sociedad les permite hacer. Pero admite que “existe un grupo cada vez mayor de profesionales interesados en dejar más huella en el tejido social de la sociedad que en el cultural”. Y es consciente de que ese grupo “se encuentra muy incómodo pensando que su profesión solo les permite firmar espacios para gente rica. Quieren utilizar su talento para mejorar la sociedad”. Frente a ese cambio, el crítico se muestra optimista. Y aunque recuerda que en los sesenta y los setenta hubo movimientos en esa dirección “que generaron mucho diálogo, algunos beneficios y no mucha arquitectura de gran calidad”, los ve regresar más informados y conocedores de las consecuencias de actuar solo planteando problemas. “Hoy hay más posibilidades de hacer las cosas bien. Esta es una de las buenas consecuencias del desastre económico de los últimos años. Estábamos alcanzando un exceso muy peligroso. Corregir eso es doloroso. Pero también lo es seguir construyendo demasiado”.
Sobre las elecciones en Estados Unidos, explica que lo que más le preocupa es la paulatina desaparición de la clase media “en EE UU y en el mundo”. ¿Puede la arquitectura hacer algo? “Como profesión y sola, no. Pero si los arquitectos se atreven a hablar, si colectivamente deciden decir algo y si algunas veces rechazan encargos inapropiados, las cosas pueden cambiar. La construcción ha sido una excusa perfecta para esconder dinero negro y mucha corrupción”. Cuenta que hay quien, sin ser corrupto, diseña o construye pisos para que los clientes blanqueen dinero. “Ese proceder no ayuda a sanear la sociedad ni la economía. No hacerlo rompe un círculo vicioso. Muchos pisos levantados para blanquear dinero permanecen vacíos, destrozan las ciudades y encarecen el coste de los otros pisos. Hay muchas circunstancias hoy en las que creo que el mejor edificio es no hacer ningún edificio. No necesitamos más”.

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