La ley islámica permite a un hombre casarse hasta con
cuatro mujeres.
Una mujer tiene un marido. Un marido tiene hasta cuatro mujeres. Esta es la
realidad en algunos hogares del mundo árabe, donde la poligamia es simplemente
una opción legal más. En los territorios palestinos, la mayoría de los hombres
optan por convivir con una sola mujer, pero la sharia, la ley islámica que rige
para el derecho de familia permite casarse hasta con cuatro mujeres. En Hebrón,
la mayor ciudad de Cisjordania, los matrimonios polígamos son el 10%.
Para los hombres, la poligamia es una opción que les permite satisfacer sus
apetencias a medida que surgen durante su vida. Para muchas de ellas, casarse
con un hombre que tiene otras esposas o aceptar que su marido se case de nuevo
es solo fruto de la resignación y de la falta de alternativas, en una sociedad
que ofrece escasas salidas a las solteras y divorciadas. Las menos, están
convencidas de que la poligamia es un sistema que funciona y que tiene la
ventaja añadida de que respeta los preceptos islámicos.
En Cisjordania, el debate es intenso y las bromas constantes. Amenazar con
casarse con una segunda mujer es un chascarrillo recurrente entre algunos
hombres palestinos. Para las mujeres, la broma deja de tener gracia el día que
sucede de verdad.
Um Mohamed Abu Zeinab tiene 39 años y todavía no se ha recuperado del
disgusto. Un buen día, después de 13 años de matrimonio, la familia de su
marido le lanzó la noticia bomba. Su esposo, abogado de profesión, se había
vuelto a casar. Cuando el recién casado llegó a casa, dio pocas explicaciones;
aquello fueron más bien instrucciones. A partir de ahora, en lugar de vivir en
la parte de arriba de la casa familiar, Um Mohamed debía trasladarse al sótano con
sus cuatro hijos. El piso de arriba lo ocuparía la nueva esposa. Allí,
enterrada en vida, sin luz natural ni ventilación, Um Mohamed se planteó qué
podía hacer. Qué alternativas tenía. No podía volver a casa de sus padres,
porque viven en Jordania, y allí los niños no tendrían pasaporte ni derecho a
escuela pública. ¿Divorciarse? “No. Aquí el divorcio es un estigma para la
mujer. Nadie te ayuda. Por eso, por la presión social y por mis hijos, decidí
seguir casada”, relata esta mujer, que ahora se gana la vida vendiendo
maquillaje y lencería que trae de Jordania.
Luego todo se complicó bastante más y el caso acabó en los tribunales. Um
Mohamed, con semblante entristecido y vestida con abaya, la bata islámica
tradicional, todavía no entiende por qué su marido decidió casarse con una
segunda esposa. “Económicamente y moralmente era incapaz de mantener a las dos
familias”. Su relación con la segunda esposa era correcta, pero dice que en
realidad, no se fiaba de ella. “No son relaciones sanas”, piensa esta hebronita.
El caso de Um Mohamed es muy extremo por las condiciones a las que su
marido la sometió. Pero sus razonamientos e interrogantes son bastante
representativos de los dilemas a los que se ven sometidas las mujeres que de
repente se ven atrapadas en esta situación. ¿Qué hacer? Es lo primero que se
preguntan. Las respuestas dependen en gran medida de las circunstancias
económicas y familiares de cada mujer, pero la presión social, como dice Um
Mohamed, también juega un importante papel.
Las mujeres que se divorcian, lo tendrán más complicado para volver a
casarse, pero además, es muy probable que pierdan la custodia de sus hijos si
lo hacen. Divorciarse además, equivale a volver a casa de los padres. Vivir
sola es inaceptable en casi toda Cisjordania. Para colmo, es muy frecuente que
los padres tiendan a culpar a las hijas en caso de divorcio. “Algo habrás
hecho”, “no te has cuidado lo suficiente”… son algunos de los latiguillos
obligadas a soportar.
Saida Bader, directora de un orfanato de Hebrón, representa la otra cara de
la moneda. Para ella lo de que su marido tenga más de una mujer son todo
ventajas. Es la segunda mujer del doctor Maher Bader, un parlamentario del
movimiento islamista Hamás, que tiene seis hijos del primer matrimonio. Con
Saida, quien además es su prima, ha tenido de momento dos. “Mi marido está
feliz con su primera esposa”, arranca. ¿Y por qué se casó con usted? “Porque le
gusta cambiar de ambiente, de casa, de amigos, caras nuevas… su primera mujer
al principio se enfadó un poco, pero ahora lo ha aceptado porque se ha dado
cuenta de que nos puede tratar igual de bien a las dos familias”. El programa
es el clásico en estos casos. El parlamentario pasa una noche en casa de Saida
y la siguiente en la de la otra mujer. “Mi hijo Ibrahim sabe qué día le toca
venir a su padre y amenaza con no dormir si no viene”, dice Saida en su
despacho del orfanato.
La directora enumera las que a su juicio son las ventajas del modelo
polígamo: “si por ejemplo una de las mujeres cae enferma, la otra puede cubrir
las necesidades sexuales del hombre. O si no puede tener hijos. O si sólo puede
tener hijas y no varones… Además, algunos hombres tienen un poder sexual
increíble y para ellos, una mujer no es suficiente. Por eso, el islam lo
soluciona con una segunda mujer, en lugar de que el hombre se vaya a buscar
novias por ahí”. Y detalla cuáles son las instrucciones de dios a cumplir en el
caso de los matrimonios múltiples. “El marido tiene que ser justo, es decir
cubrir las necesidades de las dos familias y la segunda mujer nunca tiene que
pedir al marido que se divorcie de la primera. Si el marido desatiende sus
obligaciones, quedará paralizado de medio lado”.
Saida presume de mantener una relación “excelente” con la primera esposa de
su marido. ¿No tiene celos? Yo de ella no; ella de mí me temo que sí”. Su
respuesta delata que incluso en los arreglos familiares mejor avenidos, el
margen para la discordia es inevitablemente mayor cuanto más contratos
matrimoniales haya por medio.
Todos esos argumentos no acaban de convencer a Inshirah Zeitun, una de las
coordinadoras del orfanato, que escucha con atención mientras la jefa habla.
“Yo no quiero ofender a dios, pero la realidad es que soy la tercera mujer de
mi marido y soy muy infeliz”, confiesa esta mujer de 30 años, vestida con hiyab
negro. “A mí lo que me hubiera gustado es tener un marido sólo para mí. Un
marido que sólo tenga una casa”. Ella al principio se negó a casarse, cuando
supo que el pretendiente en cuestión ya estaba casado dos veces. “Me costó años
aceptar, pero insistió tanto…”. Terminó por aceptarlo, pero a su manera. “No me
llevo bien con las otras. No quiero si quiera reconocer su existencia”. Su
marido, herrero, se casó con Zeitun porque sus otras mujeres no podían tener
hijos. Ahora Zeitun, con tres abortos espontáneos anda al borde de la
desesperación.
Desde el punto de vista legal, ha habido grandes avances en los últimos
tiempos para las palestinas. Hace aproximadamente un año, una nueva
interpretación de la ley existente estableció que un palestino no puede casarse
por segunda vez hasta que la primera mujer no haya sido informada. El
presidente del tribunal de sharia de Hebrón, el jeque Abdelkadrer Idris ofrece
detalles y razonamientos de toda índole en su despacho, situado en pleno casco
histórico de Hebrón, ocupado por cientos de colonos y patrullado día y noche
por el Ejército israelí. “Ahora el marido no puede actuar espontáneamente. Si
la primera mujer no lo sabe, el juez enviará a un funcionario a comunicárselo
antes de autorizar el segundo matrimonio”.
Con barba recortada, chaleco, corbata y el tradicional gorro blanco y
granate, el juez de sharia informa de que el máximo legal es cuatro esposas,
aunque la mayoría de los polígamos en Cisjordania optan por dos o tres, excepto
aquellos que tengan mucho dinero. Y termina explicando por qué la sharia
permite el segundo, tercer y cuarto matrimonio: “Se trata de resolver los
problemas de nuestra sociedad. En Hebrón tenemos 37.000 solteras de más de 27
años. Y dios les dice a los hombres: casaos con esas mujeres para que no tengan
que pecar y hacer cosas en contra del matrimonio. Es una ley preventiva, que
evita el pecado”.
Maysun Qawasmi, una periodista metida a política de Hebrón, que acaba de
formar una lista electoral compuesta exclusivamente por mujeres, las palabras
del juez le parecen casi una broma mala. Al margen de cuestiones legales,
morales o religiosas, Qawasmi considera que en la práctica es “imposible, que
en las condiciones económicas en las que viven al mayoría de los palestinos y
bajo ocupación militar los hombres sean justos y sean capaces de mantener a dos
familias como dice la sharia”. Lo de la poligamia lo considera propio de
hombres sin cultura que quieren alardear de poderío. “¿Y lo del apetito
sexual?, pues el que no tenga suficiente con su mujer, que haga deporte, que
falta les hace”, se burla.
A Um Mohamed, la mujer confinada al sótano, la amargura
que arrastra no le permite tomárselo con humor. Sabe que es tarde para deshacer
lo sucedido y ahora trata de centrarse en el futuro, sobre todo en el de sus
hijos. “El hombre que venga a pedir la mano de mi hija tendrá que jurarme antes
que nunca se casará de nuevo. No quiero que mi hija pase lo que yo he pasado”.
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