Narró su terrible experiencia como prisionero de los
japoneses durante la II Guerra Mundial en un libro
La etapa de la vida de Eric Lomax transcurrida durante la II Guerra Mundial
no tiene nada de particular respecto a las biografías de otros soldados aliados
que pasaron por los campos de prisioneros japoneses en Extremo Oriente salvo
por la particularidad de que se reencontró varias veces con uno de los máximos
responsables de su sufrimiento durante su reclusión, a quien acabó perdonando.
El protagonista de esa atípica historia murió el pasado 8 de octubre a los 93
años.
Los pormenores de tan inaudita reconciliación se narran en The Railway Man,
el libro de memorias de Lomax, publicado en 1995 y que se ha tomado como
referencia para producir una película con el mismo título que se estrenará el
próximo año. Nacido a las afueras de Edimburgo en 1919, Eric Lomax se enroló en
el Ejército británico como oficial experto en señales al estallar la segunda
contienda mundial. Enviado a Singapur, fue apresado por los japoneses en 1942 y
enviado a la prisión de Changi. En su estancia en la cárcel consigue fabricar
junto a otros compañeros una radio con la esperanza de recibir noticias sobre
los progresos de los aliados en la guerra. Durante un traslado de presos en el
que se encuentra incluido, consigue introducir la radio en una lata de galletas
y sacarla de la cárcel eludiendo los controles de los carceleros.
Los reclusos llegaron a Kanchanaburi, en Tailandia, después de un largo
viaje hacinados en un tren de mercancías. Allí pasarán largas jornadas de
trabajos forzados construyendo la línea ferroviaria entre Siam y Burma. Los
japoneses terminaron por encontrar la radio fabricada por Lomax. Pese a que
este argumentó que el propósito del aparato tenía una finalidad informativa y
no militar, fue acusado de espionaje y entonces empezó el verdadero calvario:
primero lo mantuvieron expuesto al sol durante horas, después le introdujeron
la cabeza en una bañera varias veces y lo apalearon con el mango de un pico
hasta romperle las costillas y los dos brazos. En aquellas sesiones Lomax tuvo
un intérprete que traducía para él las preguntas de sus interrogadores
intercalando entre ellas amenazas de muerte: era Takashi Nagase, con quien
luego se reconciliaría.
Después de la guerra el exoficial británico trató de rehacer su vida. Dejó
el trabajo como telegrafista al que se había incorporado para trabajar en el
Servicio Colonial de Costa de Oro (actual Ghana) construyendo una presa. Tras
la experiencia probó fortuna en el periodismo redactando artículos sobre
ferrocarriles para el Telegraph y dio clases en la Universidad de Strathclyde.
Pese a llevar una vida activa que lo mantenía ocupado, las pesadillas y los
ataques de pánico por la experiencia en Tailandia continuaron y se agudizaron
cuando se jubiló. En 1982 empezó a acudir al psicólogo y entró en contacto con
la Fundación para la Atención a Víctimas de la Tortura.
La sorpresa de Lomax fue mayúscula cuando un antiguo compañero de cárcel le
mostró un recorte del Japan Times donde se recogía que un antiguo interrogador
japonés —Takashi Nagase— se había dedicado desde el final del conflicto a
localizar a antiguos cautivos a los que ayudaba a localizar las tumbas de los
presos asesinados. Nagase afirmaba que todas las víctimas con las que entró en
contacto lo habían perdonado. La esposa de Lomax envió una carta a Nagase
diciendo que no todos lo habían hecho porque a su marido no le había pedido
disculpas. El nipón respondió con otra misiva donde manifestaba su deseo de
encontrarse con su antigua víctima. Los dos hombres acordaron un encuentro que
se produjo en 1993 en un lugar tan evocador para ambas partes como el puente
del río Kwai, construido por los prisioneros. Cuando se reunieron, Lomax vio a
un hombre desecho que, entre temblores y sollozos, no paraba de pedirle
disculpas.
Acordaron reunirse otra vez en 1998, cuando Nagase
manifestó que creía que no viviría mucho más. El japonés no estaba seguro de
que su víctima lo hubiese perdonado, pero el escocés siguió manteniendo la
misma postura que dejó escrita en la página habilitada por The Forgiveness
Project: “Después de nuestro encuentro me sumí en un estado de paz y
determinación. El perdón es posible cuando alguien está preparado para aceptar
la disculpa”.
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