Una biografía analiza el legado del historiador ferrolano
Santiago Montero Díaz
ÓSCAR
IGLESIAS Santiago 9 OCT 2012 - 13:24
CET
“Los dos grandes cánceres de nuestro
tiempo son la falta de fe en los altos destinos nacionales y la esclavitud de
las masas por el capitalismo”. Esto escribía con 21 años el historiador
ferrolano Santiago Montero Díaz, 10 de diciembre de 1932, culminando su
decepción con la causa de la autonomía de Galicia. En el verano de ese año, el
joven bibliotecario, todavía de orientación comunista, había sido designado
para formar parte de la comisión redactora del anteproyecto de Estatuto.
Una semana después, como “delegado técnico” de la comisión redactora que
habría de sancionar el anteproyecto, en la Facultad de Medicina de Santiago,
respondió primero en gallego a las cuestiones jurídicas (eso hizo creer a más
de uno que Montero hablaba por el Partido Galeguista, según relató Carvalho
Calero). Después, en castellano, expuso su teoría sobre el supuesto
“bilingüismo natural” de los gallegos, con una única lengua como idioma
oficial. Por el PG, Víctor Casas criticó los “argumentos capciosos, los
sofismas y las contradicciones del señor Montero Díaz”, que sin embargo le
merecía respeto “por su forma de hacer y su capacidad intelectual”.
Pero la réplica en aquel debate se la dio Alexandre Bóveda, asesinado, como
Casas, por los fascistas poco después de que Montero Díaz se convirtiese —primavera
de 1936— en uno de los catedráticos más jóvenes de España. Entonces se impuso
el parecer de Bóveda y Montero decidió abandonar la asamblea “por una cuestión
de principios y no de transigencia política”. La guerra lo encuentra en Madrid.
Sobrevive como refugiado en una legación y después como quintacolumnista en la
CNT. Nunca habló mucho de aquello, ni lo utilizó para ganar favores.
En La sombra del César. Santiago Montero Díaz, una biografía entre la
nación y la revolución (Granada, Comares), del catedrático de la USC —y
pronto de la Universidad de Múnich— Xosé Manoel Núñez Seixas, este capítulo —Un
autonomismo incomprendido y el camino al fascismo— ocupa apenas veinte
páginas de un trabajo por el que Núñez Seixas comenzó a interesarse hace veinte
años, “fruto de una cierta fascinación por un personaje singular”. Por una
parte, un reto biográfico: un intelectual próximo, primero, a algunos
postulados del galleguismo cultural (fruto de su amistad de tiempos
estudiantiles compostelanos con Seoane o Cunqueiro). Y después socialista
republicano, comunista del PCE antes de que el partido (a partir de enero de
1936) se empezase a nutrir de jóvenes burgueses, agnóstico desde 1928, jonsista
sin una pasión práctica por la violencia, opositor al franquismo…
Del fascismo antiestático de Montero Díaz, autor de un mussoliniano Alejandro
Magno (1944) o de Cervantes, compañero eterno (1957), a Núñez Seixas
le interesó toda la encarnadura. Un pliegue extraño en España, no tanto en los
fascismos francés, alemán o italiano: “En el ámbito español, Montero evoluciona
hacia el fascismo siguiendo dos ejes: izquierda-derecha y
galleguismo-españolismo. Pero también es de los pocos que va y vuelve, sin
pasar además por el catolicismo. No hay muchos como él”. Un nacionalista español
a la búsqueda de un ideal “que combine el realce de la nación, a partir de una
fuerte afirmación “regional” gallega, con el ardor revolucionario”. Eso lo
conduce a la izquierda y al PCE, para después hallar en el fascismo, según
argumenta Núñez, “la síntesis perfecta de los opuestos aparentes, nacionalismo
y marxismo”. La nación como sujeto de la revolución y el concepto de imperio,
“fuese este español, universal o gallego, con todos los matices que se
quieran”, como objeto de devoción.
Su evolución durante el franquismo, que podría haberle emparentado con
Dionisio Ridruejo u otros falangistas conversos, no llegó a tanto:
“Primero fue un fascista radical desencantado con la evolución del régimen;
luego, a través de su prédica de la reconciliación nacional con los vencidos, a
acercarse a la oposición antifranquista, y a seguir simpatizando con los
oprimidos en sentido amplio”. Catedrático de Historia Antigua en Madrid desde
1941, pregonó hasta el final la apuesta por el Eje, lo que le valió un
confinamiento temporal. En 1944, ante la vieja guardia falangista, los animó a
manchar las camisas azules con su propia sangre. Después de 1945, sin embargo,
ya no era peligroso.
“No podía conspirar más con los servicios secretos alemanes, no tenía
facción en Falange ni clientelas… Como político siempre fue poco habilidoso”. A
partir de entonces se dedica a invocar al Duce inexistente, aunque
escribiese sobre Alejandro o Trajano. En 1965 es apartado de su cargo durante
dos años, tras los incidentes en la Universidad de Madrid, donde sí contaba con
una cohorte de admiradores jóvenes. Tampoco optó por el consenso en 1977.
“Jamás da el paso hacia la conversión a la democracia… Era un elitista
intelectual profundo: creía que las grandes personalidades deciden el destino
de los pueblos y las naciones”. No se convenció de ello en Alemania durante los
cinco meses que pasó en ella en 1933, en los que vio el incendio del Reichstag,
las piras de libros y las primeras medidas antisemitas. Sus “esencias”
revolucionarias habían cuajado antes vía las JONS de Ledesma Ramos, y siguió
rechazando la fusión con Falange Española.
En el actual contexto de revuelta identitaria a la
española, el libro de Núñez Seixas sirve también para preguntarse, a la luz
del ejemplo del biografiado, “si las complejidades de la cuestión nacional en
España permiten igualmente alumbrar un modelo de deriva fascista particular, en
el que la ambigüedad entre la nación y las naciones, la apelación al
patriotismo y a la regeneración nacional frente a los adversarios exteriores,
pero sobre todo internos, cobraron una importancia fundamental”. El momentum
en el que habría que situar la pregunta no apela ya a Santiago Montero Díaz:
“No creo que podamos hablar seriamente hoy de un resurgir de un fascismo
español como el de los años 30 ó 40, los ingredientes ideológicos no están
presentes”. Otra cosa, continúa Seixas, es si al amparo del enfrentamiento
dialéctico entre nacionalismo español y nacionalismos subestatales, “en el
contexto de crisis actual, se abona el terreno para un discurso neopopulista,
antieuropeísta y antiinmigración, retroalimentado con la oposición a los
nacionalismos catalán y vasco”. Pero eso, afirma, “no sería necesariamente
fascismo”. “Sería otra cosa”.
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