Por: Inmaculada de la Fuente | 21 de
septiembre de 2012
Venirse a España en 1936 fue su gran decisión, su aventura definitiva.
Aunque no supiera que iba a ser, además, su aventura final. Gerda Taro, joven y osada,
murió en 1937 en España, en el frente de Brunete. Ahora puede verse su trabajo
en La maleta mexicana, una exposición que se muestra en el Círculo de
Bellas Artes (Madrid) hasta el 30 de septiembre y que luego se exhibirá en
París. Junto a los dos rollos de película de Taro, La maleta mexicana
incluye una importante cantidad de fotos de Robert Capa, su maestro y
pareja sentimental, y de Chim (David Seymour).
Las probabilidades de morir en aquella guerra terrible eran muchas; las
modalidades de tropezarse con esa muerte, variadas; los bombardeos franquistas
sobre Madrid no daban tregua y los tiros fratricidas acribillaban a veces al
enemigo, o sencillamente al otro, al que pasaba por el sitio equivocado. Un
espectáculo brutal trufado de idealismo que la fotógrafa de guerra
inmortalizó con emoción. Mientras tomaba imágenes de republicanos que,
aun en la retirada, repelían a los insurgentes o iban cayendo heridos, encontró
la suya. No fue eso que llaman una muerte heroica, sino un accidente, la
maldita fatalidad. Pero a raíz de esa muerte azarosa, innecesaria e injusta
-aunque eso fuera algo corriente en aquellos años-, su corta vida adquirió
tintes heroicos. Porque si Gerda Taro perdió la vida mientras huía del avance
de las tropas franquistas encaramada sobre un automóvil que trasladaba heridos,
fue porque estaba allí con su cámara. Porque había pedido con insistencia a las
autoridades republicanas que la dejaran ir al frente para captar el latido de
la confrontación. Mientras el coche se alejaba, en medio del caos de la
retirada, un ataque de aviación propició que un tanque republicano golpeara al
vehículo. Taro cayó al suelo y las cadenas del tanque la arrollaron. Solo
entonces dejó de disparar imágenes. Aunque fue llevada a un hospital de El
Escorial con vida, falleció en la madrugada del 26 de julio de 1937. María
Teresa León y Rafael Alberti fueron algunas de las figuras que fueron a
visitarla al hospital. En la España republicana y en los medios informativos
occidentales su muerte causó una honda conmoción.
Así murió la que tal vez haya sido la primera fotoperiodista que ha perdido
la vida en primera línea de fuego. Pocos días después, el 1 de agosto, habría
cumplido 27 años. El cadáver fue trasladado a París y allí recibió el homenaje
de la izquierda ilustrada. Comenzaba la mitificación de su figura, aunque
su labor de fotógrafa quedara entonces en penumbra, relegada a un segundo
plano. La fuerza de sus imágenes quedó en parte sepultada por la tragedia.
Gerda Taro mandaba sus reportajes gráficos a Le Soir y Regards y
el eco de su trabajo y su simpatía por el Frente popular francés facilitó
que el PCF la arropara como a una camarada más, caída en la lucha contra el
fascismo. Taro no tenía carné, pero sus fotos evidenciaban su compromiso,
siquiera moral, con la España legal, un referente para los europeos que
combatían el fascismo. Ahora, setenta y cinco años después de aquella tragedia,
su recuerdo, nunca olvidado, pero ligado a su trágica muerte y a su vinculación
con Capa, reaparece con fuerza. Por fin ella misma. Por fin.
Su carrera de reportera de guerra había sido tan efímera como intensa: poco
más de un año cubriendo la Guerra Civil española. Había llegado a la fotografía
de la mano de un gigante, Robert Capa. Formaban pareja en lo personal y lo
profesional, con la consiguiente doble mezcla de dedicación y romanticismo
cruzándose en ambas parcelas. Después de todo, ser fotógrafo en la España
republicana no dejaba de ser una apuesta arriesgada y no exenta de
romanticismo.
Se llamaba Gerta Pohorylle en realidad y nació en Stuttugart (Alemania) el
1 de agosto de 1910. Su familia era judía de ascendencia polaca, y ese
hecho le empujó a buscar un reconocimiento social que le alejara de la
precariedad de la que partía. Muy pronto comenzó a interesarse por la política,
a través de los círculos juveniles de oposición al ascendente movimiento
nazi. En 1933, la llegada de Hitler al poder la empujó a marcharse a Francia,
desde donde mantenía contacto con el SAPD (Partido Obrero Socialista de
Alemania). Tras varios trabajos de subsistencia, en 1934 empezó a realizar
funciones administrativas para el fotógrafo de origen húngaro André Friedman
(Robert Capa). A través de él se inició en la fotografía y empezó a colaborar
con él y un año después, en 1935, entró a trabajar en la agencia Alliance
Photo. Por las mismas fechas decidieron adecuar sus nombres profesionales al
entorno francés: él firmaba como Robert Capa y ella aligeró el suyo y
optó por Gerda Taro. En ese tiempo la relación profesional había dado paso a la
vinculación sentimental.
Al principio firmaban las fotos indistintamente con el nombre genérico de
“Capa”, como si se tratara de un fotógrafo real. Una estrategia de márketing que
encerraba también la necesidad de ocultar su origen judío. Poco después, la
firma se desdobló: “Capa & Taro”. Y finalmente Gerda empezó a
moverse sola, sobre todo en España, y a firmar reportajes gráficos propios como
“Taro”.
La Guerra de España, imán para reporteros intrépidos, y más si eran
conscientes de lo que allí se jugaba, fue el principal escenario en el que Taro
desarrolló su carrera. Había obtenido el carné de prensa en febrero de
1936, meses antes de que estallara la contienda, y en julio dejó su puesto en
la agencia. Poco después, en agosto, viajó por primera vez a Barcelona, junto a
Capa. Fue un tiempo de crecimiento interior y profesional para la fotógrafa,
una época convulsa en la que su vida ganó intensidad y autonomía.
Milicianos en las calles de Barcelona, mujeres adiestrándose para la guerra
en la playa, huérfanos recogidos en un orfanato de Madrid… Heridos en un
hospital de Valencia o instantáneas del Congreso Internacional de Escritores en
Madrid y en la capital del Turia. Y fotos de campesinos en las
proximidades del frente de Aragón, de civiles huyendo en el frente sur, junto a
Córdoba y, desde luego, testimonios de la vida en la trincheras en el cerco de
Madrid, o en el frente de Segovia. Además de imágenes de las batallas de Guadalajara
y Brunete… Ese es el legado de Gerda Taro sobre la guerra de España, su
testimonio fundamental. La mítica foto de Robert Capa plasmando la muerte
del miliciano en Cerro Muriano ha dado la vuelta al mundo y forma parte,
junto con otras instantáneas del gran fotógrafo, del patrimonio universal. La
obra de Taro, por el contrario, se ha dado a conocer con cuentagotas. En parte
porque solo en los últimos tiempos se ha descubierto su autoría en fotos atribuidas
inicialmente a Capa. Algunas de ellos en función de la cámara
utilizada: al principio ella una Rolleiflex y él una Leica. Aunque, para
complicar algo más las cosas, en algún momento Capa le pasó a ella su Leica y
él se habituó a llevar una Contax. Es difícil por tanto, hablar de un estilo
Taro. Pero algunos especialistas consideran que registraba los hechos “desde
dentro”, implicándose. No solo como fotógrafa, lo que la empujaba a arriesgarse
y a superarse, sino como extranjera sin fronteras que se sentía próxima al
espíritu solidario de los brigadistas.
El papel de Capa en su devenir como fotógrafa ofrece una lectura ambigua:
sin duda, él fue quien la introdujo en la profesión, pero la producción de
Taro, por fuerza escasa frente al ingente material de su compañero fue
considerada en algunos momentos un apéndice. Y la prematura muerte de Taro
favoreció que ella pasara a ser la mártir y él el mítico fotógrafo testigo de
la Historia. Solo hay que evocar sus imágenes de la Segunda Guerra Mundial. En
1938, una marca de chicles de Filadelfia evocó su accidente mortal en una
colección que denominó Historias verdaderas de la guerra. El dibujo
dedicado a Gerda Taro recreaba justamente el momento en que su coche fue
arrollado por el carro de combate. Lo estelar era su muerte. Pero, ¿dónde
estaban sus fotos?
Pero a la postre, conforme se ha estudiado y valorado mejor la obra de
Capa, se ha podido deslindar la que corresponde a Taro. Una labor en la que
colaboró inicialmente el propio biógrafo de Robert Capa, Richard Whelan.
Aunque hubo que esperar a 1994 para que el libro Gerda Taro. Una fotógrafa
revolucionaria en la guerra de España, escrito por la alemana Irme Schaber,
pusiera al día su vida y su obra. En 2007, la misma autora, junto con
Whelan y Kristen Lubben, promovió una exposición en el Center of Photography de
Nueva York, que reunió unas ochenta imágenes de Taro, la mitad de ellas
inéditas. Unos años antes, en 1999, el Museo Reina Sofía expuso la
retrospectiva Capa: Cara a cara, inicio de una recuperación pictórica y
literaria de la pareja que todavía continúa. Una de las biografías más documentadas
sobre Capa, Sangre y champán, de Alex Kershaw, arroja también luz sobre
su pareja. Al igual que la novela de Susana Fortes, Esperando a Robert Capa,
en la que la protagonista es Gerda Taro, aunque gire en torno al mundo de su
compañero.
François Maspero, autor de un nuevo ensayo biográfico sobre Taro, La
sombra de una fotógrafa (La fábrica editorial), afirma que ella manifestaba
su posición política en cada clic. Como si todo en ella fuera
política: “Su vida, su comportamiento, sus fotos. Política en el sentido más
amplio y más justo, que es sentirse concernido por su tiempo”. No ha sido la
última obra sobre la heroína. Fernando Olmeda también le ha dedicado un
libro a Gerda Taro. Sin contar las publicaciones dedicadas a Robert Capa o a
otros corresponsales de guerra que indirectamente retratan o evocan a su
compañera. El más conocido es de Idealistas bajo las balas, del
historiador Paul Preston, una obra por la que desfilan los grandes cronistas de
la Guerra Civil española.
El reciente hallazgo de La maleta mexicana, con imágenes de Capa,
Taro y Chim (David Symour), ha corroborado que la fotógrafa es la autora
de fotos atribuidas a su compañero en un primer momento. En realidad, la propia
maleta encierra en sí un gran relato: en 1939, bajo el fantasma de la Segunda
Guerra Mundial, desaparecieron del estudio parisino de Robert Capa unos
negativos de la Guerra Civil Española. Pero no se perdieron: viajaron desde el
sur de Francia a Ciudad de México en una maleta que se entregó para su custodia
a Indalecio Prieto y que por avatares del exilio no fue analizada ni pudo
volver a España hasta fecha reciente. En la maleta había más de un centenar de
rollos de película, no sólo de Capa, sino también de Gerda Taro y de David
Seymour. En ese sentido, la exposición es clarificadora, en cuanto que atribuye
a cada uno de los fotógrafos, una aportación decisiva sobre la historia
española.
Gerda Taro perteneció a la elite de corresponsales que vinieron a informar
o a desentrañar las claves que habían empujado al país al enfrentamiento civil.
Grandes cronistas como André Malraux, Antoine Saint Exupéry, Ernst
Hemingway, Martha Gelhom, Jay Allen, Indro Montanelli, Dorothy Parker, Virginia
Cowles… Y Gerda Taro y Robert Capa. Aunque los medios enviaron reporteros
tanto a la zona rebelde como a la legal, un buen número de los que trabajaban
en esta última se sentían comprometidos con la causa de la República. En clave
interna entendían que el Gobierno republicano no había podido contener la
sublevación y se había visto arrastrado a una guerra que necesitaba ganar y que
los atacantes, ayudados por Alemania e Italia, no estaban dispuestos de ningún
modo a perder. En clave internacional, interpretaban la pugna como una
prolongación del avance nazi en Europa. Constancia de la Mora, jefa de la
Oficina de Prensa extranjera en Valencia, captó pronto la necesidad de que
estos corresponsales pudieran transmitir sus crónicas en el tiempo adecuado,
aunque se cuidara al mismo tiempo de que no pusieran en peligro la estrategia
bélica republicana ni dieran pistas al enemigo franquista. “La Oficina de
Prensa Extranjera empezaba a tomar el aspecto de un departamento conducido con
orden y de funcionamiento eficaz, sin entorpecimientos burocráticos. Los
corresponsales eran atendidos con prontitud y cortesía”, escribe De la Mora en
su autobiografía, Doble esplendor, con cierta autocomplacencia. Ganar la
opinión pública mundial era importante en una Europa jugaba a la neutralidad
aun sabiendo que Alemania e Italia no cumplían el pacto. Aquel tiempo atroz e
inolvidable fue el que captó la cámara de Gerda Taro para siempre.
Irme Schaber ha estudiado bien el fenómeno Taro: durante
mucho tiempo se la ha valorado por haber muerto joven y ser la pareja de un
hombre famoso antes que por lo que pudiera haber hecho. Por fortuna, su
obra ha salido a la luz. Ya no es solo una heroína, sino una fotógrafa con
factura propia, los ojos asombrados de una España que resistía incluso bajo los
peores presagios.
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