xoves, 25 de outubro de 2012

Españolizar ya lo hizo Franco... y fracasó


La enseñanza en la escuela y el idioma no son los únicos medios ni los más poderosos para fomentar la identidad nacional
El ministro Wert ha querido añadir un par de argumentos al debate político a lo largo de la última semana como si la actualidad careciese de los condimentos necesarios. Uno, que “hay evidencias” de que el crecimiento del independentismo catalán está relacionado con la enseñanza que se da en la escuela [entrevista en Telemadrid]. Y dos, que el propósito del actual Gobierno (y suyo) es “españolizar a los catalanes” [respuesta en el Parlamento]. A tenor de ambas declaraciones, cunde la especie de que los ciudadanos de Cataluña pueden ser catalanizados o españolizados a conveniencia de las leyes educativas o de los programas de los partidos políticos. Las palabras del ministro inducen una pregunta: ¿puede la escuela ser un foco de adoctrinamiento que convierta a los españoles en catalanes o viceversa?
La relación entre escuela e identidad nacional viene de lejos, tanto como de la Revolución Francesa, donde la escuela se concibe como un instrumento del Estado, una de cuyas finalidades es formar la conciencia nacional: la escuela es la que tiene que domar la barbarie y hacer nacer la ciudadanía. Uno de los autores más citados por los expertos es el filósofo alemán Johann Gottlieb Fichte, quien enfatizaba en su Discurso a la nación alemana la importancia que para el Estado tiene la instrucción de las masas para enseñar a los alemanes a ser buenos alemanes. Influido por estas reflexiones relativas a la creación de un sentimiento de unidad nacional, el Estado prusiano aumentó los impuestos para fomentar una red de escuelas de primaria.
Desde entonces subsiste cierto debate en torno a Fichte: hay quienes creen que ha sido mal interpretado, que en realidad nunca preconizó el adoctrinamiento de las masas (lo que sucedió en Alemania algo más de un siglo después tardará en olvidarse) sino una educación que permitiera a los hombres ser libres. ¿Dónde está la frontera entre educar para ser libres y adoctrinar para adquirir una conciencia nacional? María José del Hierro, doctora en Ciencia Política, remite la respuesta al profesor de Yale Keith Darden quien considera que las únicas generaciones que han sido nacionalizadas por la escuela han sido aquellas sometidas a campañas de alfabetización, por una razón muy sencilla: los padres analfabetos no estaban en condiciones de discutir las enseñanzas que recibían sus hijos. El debate es muy extenso, pero no se discute que exista una relación entre la lengua y el sentimiento de identidad.
En cualquier caso, para buscar un ejemplo de adoctrinamiento con una lengua como materia prima no hay que irse muy lejos ni buscar bibliografía entre sesudos expertos internacionales. “La mejor evidencia empírica es el yugo y las flechas”, señala José Ignacio Vila, catedrático de Psicología Evolutiva y Educación por la Universidad de Girona.
España fue objeto de la aplicación de un sistema educativo que durante 40 años trató de adoctrinar a sus ciudadanos. La dictadura de Franco magnificó los elementos unitarios del Estado español de tal manera que cualquier otra cosa, cualquier manifestación de diversidad, fue reducida a una simple anécdota costumbrista. Se identificaba centralismo con modernidad y fortaleza frente a las peculiaridades regionales, revestidas siempre de un aire entre folclórico y étnico: costumbres, trajes regionales, fiestas y bailes típicos, refranes... Existió un integrismo lingüístico unido a un concepto de raza.
Sirva como ejemplo un artículo del eclesiástico catalán Josep Montagut en el diario Solidaridad Nacional poco después de finalizada la Guerra Civil: “Quedará proscrita toda publicación, libro, folleto, periódico, revista, diario que no se redacte en el lenguaje oficial de España, que es el verbo de la raza y de todos los hijos del orbe hispánico”.
Lo importante durante el régimen era desarrollar una conciencia nacional bajo la idea de que todos los españoles forman una sola nación y un único Estado. Para ello había una asignatura denominada Formación del Espíritu Nacional y un profesorado mayoritariamente adicto al Régimen. Muerto el dictador, la realidad dejó en entredicho los efectos de tal sistema de adoctrinamiento.
Durante ese periodo, el catalán sobrevivió como una lengua de uso privado cuya enseñanza se transmitió de padres a hijos. No hubo hasta muy al final del régimen una posibilidad de enseñanza reglada en la escuela. El catalán fue considerado durante esa época como el idioma de las élites catalanas. De hecho, algunos autores destacan que los inmigrantes castellanohablantes procuraban que sus hijos aprendiesen catalán como una forma de lograr mayor estatus social y poder integrarse en la élite. Era una lengua identificada con el poder económico.
Todo eso cambió con la democracia. Nació en 1983 la Ley de Normalización Lingüística en Cataluña, que permitía el empleo del catalán como lengua de instrucción y que promulgaba que todos los estudiantes deberían dominar ambos idiomas al terminar la enseñanza general básica aunque la Generalitat defendía que para conseguir ese objetivo era necesario que toda la enseñanza se hiciera en catalán.
La citada ley fue evolucionando con el paso de los años: fue en 1992 cuando la Generalitat decretó que toda la enseñanza primaria fuera en catalán. Más tarde se amplió a la secundaria. Y hubo un impulso (discutido en algunos sectores) para imponer el uso del catalán en todas las actividades de la vida cotidiana. Y un discurso nacionalista que utilizó, en algunas ocasiones, el término “catalanizar”.
Casi 30 años de experiencia de una enseñanza en catalán contemplan un proceso de normalización lingüística y de identidad nacional que ha sido analizado por expertos. ¿Describen esos estudios la evidencia a la que se refiere el ministro Wert? No hay respuestas unánimes y sí conclusiones que no son coincidentes. Y ello a pesar de que se acepta que el plan inicial de la Generalitat gobernada por Convergencia era el de transformar el sentimiento nacional de los habitantes de Cataluña.
“La identidad catalana no se puede entender fuera del conocimiento del catalán”, afirma el catedrático José Ignacio Vila, autor de varios estudios sobre identidad nacional y escuela. “Recuerdo una frase de Puigcercós [presidente del Parlamento catalán de Esquerra Republicana] que dijo algo así como que 300 años de convivencia nos han hecho muy semejantes. El hecho de usar el sistema educativo posibilita un conocimiento del catalán y por tanto que se haya promovido una identidad catalana. Ha hecho que la gente se sienta más cercana a lo catalán, pero no ha servido para catalanizar. Y no hay que perder de vista que el castellano tiene mucha importancia en el sistema educativo. Son otras las razones que han propiciado una manifestación como la del 11 de septiembre, donde por otra parte había mucha gente que hablaba castellano”.
En el mismo sentido se expresa Rebeca Soler, doctora experta en psicopedagogía, de la Universidad de Zaragoza: “A efectos de ideologización, no podemos pensar que el sistema educativo, por sí solo, lo puede todo; tiene un enorme influjo en la interpretación de la realidad social que se quiera transmitir a las jóvenes generaciones, y esto ya no se discute en ningún foro. Pero en la actualidad, mucho más que en épocas anteriores, hay que valorar el tremendo potencial respecto de los medios de comunicación y de las modernas tecnologías de la información y la comunicación: sus mensajes penetran fácilmente en los ciudadanos, sobre todo en los jóvenes; son muy eficaces a la hora de crear opinión, de promover voluntades, de alimentar actitudes… de un signo o de otro, según quién mueva los hilos. El poder de estas vías de educación informal no ha sido todavía suficientemente estudiado y evaluado”.
Uno de los autores que ha generado mayor controversia es Thomas Jeoffrey Miley, de la Universidad de Cambridge, que realizó en 2006 su tesis doctoral sobre la enseñanza del catalán (Nacionalismo y política lingüística: el caso de Cataluña). Miley entrevista a políticos catalanes, utiliza estudios sociológicos, pero establece una novedad en forma de entrevista a los profesores que imparten materias relacionadas con la lengua y las ciencias sociales.
Es Miley quien introduce el argumento de que hay un cierto éxito en la catalanización de las jóvenes generaciones por un impulso decidido de las élites políticas nacionalistas y por un profesorado que es más nacionalista que la media de la ciudadanía. “Todas las partes están interesadas en un control sobre la escuela como una herramienta de socialización de la identidad nacional. Los catalanes tratan de hacer país, pero hay otros factores que inciden, la educación no es el único. Investigué si los programas de catalanización en la escuela tenían consecuencias. Mostraba que sí de forma clara. ¿Hasta qué punto es efecto de la lengua o el perfil del profesorado? En mi tesis hice encuestas con élites y profesores de lengua, historia y ciencias sociales y se ve claramente que el profesorado es más nacionalista que la media. Así que, hoy por hoy, el que estudia puede tener un perfil más cercano al nacionalismo”.
“Pero, en general”, termina Miley, “que la identidad vaya ligada al auge del independentismo no se puede explicar por esta cuestión: hay un problema demográfico que no le gusta al nacionalismo catalán por mucho que lo intente: no consigue que el hijo del obrero andaluz apoye la independencia".
Más lejos que Miley llega un estudio más reciente (2008) elaborado por tres economistas (Oriol Aspachs-Bracons, Irma Clots-Figueras y Paolo Masella) que hace un pormenorizado análisis de todas las encuestas registradas sobre el sentimiento nacional y establece su relación con el sistema educativo y las jóvenes generaciones que han estudiado en catalán. Estudia el efecto de la lengua en la identidad nacional y en la opción política y establece que “el tamaño del efecto es grande y se extiende a los individuos cuyos padres no tiene orígenes catalanes. La educación a través de la lengua puede equilibrar el papel de la familia”. Una de las conclusiones más sorprendentes de un estudio que discurre entre fórmulas matemáticas y tablas es la afirmación de que el uso de la lengua “incrementa el voto hacia los partidos catalanes”.
Finalmente, están los estudios de la doctora en Ciencia Política María José Hierro, que datan de 2011 y repasan los ensayos anteriores. Hierro apuesta firmemente por la influencia de la familia y del barrio, además de la escuela. “Hay trabajos y un debate abierto”, afirma. “El efecto de la escuela es más limitado, más moderado de lo que se piensa. No se tiene en cuenta la familia ni el barrio donde viven los individuos. Y esto es así porque los niños acaban teniendo contacto en la escuela con otros niños que se asemejan a ellos y que tienen unos padres con unos sentimientos de identificación nacional similares. Solo en aquellos barrios en el que los hijos de inmigrantes están en minoría, la estancia en la escuela puede influir más en que terminen sintiéndose más catalanes”.
¿Qué pasaría cuando los hijos abandonan el hogar? “En principio, podemos pensar que una vez se marchan, los padres pierden su influencia, mientras gana la de las parejas. Si salen una vez que la identidad nacional ha cristalizado totalmente, cosa frecuente dado que salen tarde, es difícil que esta cambie”. Sin embargo, Hierro termina aceptando que años de educación puedan incrementar la probabilidad de que los descendientes se autoidentifiquen como más catalanes que españoles en vecindarios en los cuales el porcentaje de nacidos en otras regiones de España sea moderado.
Hay coincidencia entre los expertos acerca de que no hay síntomas de una ruptura social a causa del uso de la lengua, ni de un daño serio en la convivencia en Cataluña. Por otra parte, los estudios que cuantifican el nivel de conocimiento de ambas lenguas (el castellano y el catalán) por parte de los estudiantes coinciden en señalar que es homogéneo.
Todo ciudadano de Cataluña es susceptible de ser interrogado sobre sus sentimientos nacionales en función del test de las cinco respuestas (más catalán que español, más español que catalán, igualmente español que catalán, solo español o solo catalán). Y es el crecimiento del “solo catalán” lo que ahora preocupa a ministros como Wert que creen que ha sido consecuencia de un adoctrinamiento en la escuela y no producto de otras circunstancias. Adoctrinar lo hizo el régimen de Franco y fracasó. Y, según los expertos, esa es la única evidencia indiscutible en esta materia.

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