Decenas de tribus del Amazonas viven sin contacto con la civilización,
pero también sin acceso a la sanidad y la educación. ¿Es justo? Brasil ha
optado por defender el derecho de los indígenas al aislamiento. Los pocos que
saben de ellos narran su experiencia
FRANCHO BARÓN 06/02/2011
Indíxenas aillados localizados na selva do Amazonas |
Seis de junio de 2004. El indigenista brasileño José Carlos dos Reis
Meirelles, investigador de grupos indígenas aislados de la Fundación Nacional
del Indio (Funai), pesca apaciblemente en un punto indeterminado de la selva
amazónica en el Estado de Acre (noroeste de Brasil, en la frontera con Perú)
cuando de repente le atraviesan el cuello de un flechazo. El rudimentario
proyectil se abre camino bajo la oreja izquierda y el investigador tiene el
primer reflejo de romper la flecha de madera y extraérsela con sus propias
manos. Minutos después se debate entre la vida y la muerte mientras es evacuado
de la zona en un helicóptero. Según el experimentado especialista en tribus
amazónicas aisladas, no se trató de un ataque fortuito: "Había madereros
furtivos en esa zona, que incluso llegaron a matar a algunos indios. Para estos
indígenas no existen diferencias entre los blancos. En su concepción, los
blancos somos pocos y de la misma familia. Decidieron vengar a sus muertos y me
atacaron", recuerda sin rencor, casi cinco años después del ataque.
La sobrecogedora experiencia de Meirelles es un ejemplo anecdótico de los
efectos perniciosos que las presiones económicas y políticas provocan en las
tribus indígenas que han vivido durante siglos sin contacto con la civilización
exterior. Las concesiones petroleras, la permanente carcoma de la industria
maderera, las kilométricas haciendas agrícolas y ganaderas que poco a poco le
van ganando terreno a la exuberante vegetación amazónica o las carreteras que
llevan el progreso allá donde solo existían naturaleza y paz, conforman un cáncer
que se extiende lentamente, con incalculables consecuencias.
Meirelles también se encontraba a bordo del helicóptero de la Funai desde
el que fueron realizadas recientemente las imágenes difundidas por la ONG
Survival International y que prueban una vez más la presencia de tribus indias
aisladas. Según los indigenistas que conocen el área sobrevolada, es muy
posible que los individuos que aparecen en las fotos pertenezcan a la etnia
pano. Han llegado a esa conclusión por las pinturas de sus cuerpos, el tipo de maloca
(casa comunal), las huertas o los arcos y las flechas empleados. En una de las
fotografías también se aprecia un pequeño cazo de metal en el suelo y un niño
que sujeta un machete. Ambos objetos podrían llevarnos a sospechar de un
eventual contacto de esta comunidad con el mundo exterior, pero Meirelles lo
niega tajantemente: "Consiguen estos objetos robándolos de nuestras bases
de operaciones, instaladas en los márgenes de sus territorios. También se ha
dado el caso de que nosotros mismos los hemos lanzado desde vuelos de inspección".
Los investigadores tienen evidencias de que en Brasil existen 77 grupos
aislados repartidos entre los Estados de Rondônia, Roraima, Amazonas, Acre,
Mato Grosso, Pará y Maranhão. De este total, siete ya han sido contactados en
alguna ocasión. Tras años de estudio, existen pruebas irrefutables de la
presencia de otros 30 grupos, aunque nunca se ha establecido contacto con
ellos. Según la Funai, hay 40 grupos que se encuentran aún en fase de observación.
Un grupo aislado no es un colectivo indígena sin conocimiento de que
existe vida humana más allá de las fronteras de su territorio. De hecho, puede
haber tenido algún contacto puntual con el exterior, aunque nunca prolongado.
El Coordinador General de Indios Aislados y Recién Contactados de la Funai,
Elias Bigio, afirma: "No dependen de nosotros para sobrevivir y viven con
sus propios recursos. Tienen pocos conocimientos de nuestros códigos lingüísticos
y morales, y están en una situación de vulnerabilidad".
El Gobierno brasileño ha destinado hasta el momento a las reservas indígenas
más de 105 millones de hectáreas de su territorio, el 12,41% de la superficie
nacional, aunque sus fronteras son sistemáticamente violadas por los madereros
furtivos y los terratenientes del agronegocio. Pese a que la Constitución ya
reconoce y protege a estos pueblos en varios de sus artículos, la Funai decidió
en 1987 dar un golpe de timón a su política de contacto con las tribus
aisladas. "Llegamos a la conclusión de que buena parte de los indios no
contactados evitaban ese contacto y comenzamos a garantizarles el derecho a
vivir aislados. Por tanto, nosotros no los aislamos. Ellos quieren vivir así",
comenta Bigio.
La decisión de proteger a estas minorías étnicas del contacto externo se
apoya en varios argumentos. El primero y más poderoso es que el sistema inmunológico
de los indios que siempre han permanecido aislados es muy diferente del de las
personas que viven más allá de sus fronteras. "La salud de estos grupos
está íntimamente ligada a la protección de su territorio. El contacto con gente
extranjera puede desembocar con facilidad en un brote de gripe, hepatitis u
otra enfermedad en la comunidad. Si se llega a producir el contagio, el
escenario se convierte automáticamente en grave, ya que ellos no tienen
defensas para enfrentarse a estas enfermedades y probablemente se produzca la
muerte de mucha gente", explica el responsable de la Funai. "De la
misma manera, los contactos con estas comunidades también han provocado que
nuestros equipos de investigadores hayan contraído enfermedades desconocidas
para las que el hombre blanco no ha desarrollado defensas", añade.
Meirelles, de 62 años, ha trabajado 40 años en la Funai y vivió la época
en la que las expediciones para entablar contacto con indios aislados eran
habituales: "De la misma manera que a los indios les da miedo ver un avión
sobrevolando su territorio, a un grupo de cuatro o cinco investigadores también
le da miedo verse frente a 50 o 60 hombres de una tribu totalmente aislada con
los que no te puedes comunicar verbalmente. Un primer contacto con una
comunidad aislada es algo imprevisible, nunca sabes lo que va a suceder",
explica. "Raramente es positivo y siempre son ellos los que salen
perdiendo", concluye.
Los 245 investigadores de campo que trabajan en la identificación y
protección de grupos aislados evitan el contacto físico a toda costa. Los
funcionarios se internan en la selva durante semanas recopilando restos de
comida, cacería o huellas. Toman coordenadas con aparatos GPS y observan los más
mínimos detalles hasta obtener una idea más o menos precisa de la etnia que
habita el territorio. Las fotos aéreas de los vuelos de monitoreo terminan de
confirmar las hipótesis de los grupos que trabajan en el terreno. ¿Y si la
expedición se cruza con indígenas de manera fortuita? "En ese caso ellos
salen corriendo para un lado y nosotros para otro", contesta Meirelles.
"El Gobierno brasileño ha tomado decisiones correctas. Pero se puede
hacer mucho más para proteger a estos pueblos. La Policía Federal y el
Ministerio del Medio Ambiente deberían estar más presentes para evitar los
abusos de alcaldes, diputados y senadores, que tienen intereses económicos y
políticos en estas áreas y que captan votos de empresarios y terratenientes a
base de permitirles la depredación de estos territorios", denuncia Fiona
Watson, Directora de Campañas de Survival International.
Las últimas fotografías aéreas realizadas por Funai demuestran que en la
zona fronteriza del Estado brasileño de Acre con Perú existen comunidades
aisladas de las que se conoce muy poco. Las pinturas corporales realizadas con
tinte de semillas de annato, los tocados tradicionales o los arcos y las
flechas muestran que mantienen intactas sus tradiciones ancestrales. Según
Survival Internacional, las personas que aparecen en las imágenes pertenecen a
una comunidad "sana y próspera, con cestos llenos de mandiocas y papayas
frescas de sus huertos". La ONG estima que en esta zona puede haber unas
600 personas que viven aisladas. La Funai eleva esta cifra a 1.000 individuos.
La ONG indigenista denuncia lo que está ocurriendo en la frontera entre
Perú y Brasil. "En el lado peruano existen grandes explotaciones mineras
ilegales, plantaciones de coca y multinacionales petrolíferas que están
ocupando los territorios indígenas. En su huida, los indios atraviesan una
frontera que no existe para ellos (la que separa Brasil y Perú), pero sin
embargo, sí saben perfectamente donde está la frontera que delimita su
territorio y cuándo están invadiendo la tierra de otro grupo. Y la historia
demuestra lo que sucede cuando un pueblo invade el territorio de otro:
normalmente se desencadena una guerra", abunda Meirelles, que lleva 22 años
estudiando esta región indígena.
El Ministerio de Asuntos Exteriores de Perú no ha tardado. En un
comunicado anuncia que "establecerá contacto con la Funai para preservar a
estos pueblos y evitar la incursión de madereros ilegales y la destrucción de
la Amazonia". "El presidente Alan García negó hasta hace algunos años
la existencia de los pueblos aislados afirmando que era una invención de las
ONG para evitar que Perú obtenga concesiones petroleras y madereras",
arremete Watson.
Los indigenistas están especialmente preocupados con la situación en el
valle de Jabari, al suroeste de la triple frontera entre Brasil, Perú y
Colombia, donde se sabe que viven unas 4.000 personas repartidas en siete
grupos indígenas aislados. Es aquí donde la etnia korubo se ha visto diezmada
durante las persecuciones de los madereros hasta quedar reducida a unos 100
miembros. Frente a etnias mayoritarias como la tikuna, que cuenta con unos
30.000 miembros, la yanomami (unos 32.000 entre Brasil y Venezuela) o la makuxi
(20.000), corren el riesgo de desaparecer los akuntsu, de los que solo se
conoce la existencia de cinco miembros en el Estado de Rondonia. Los kawahiva,
que habitan la ribera del río Pardo, en el Mato Grosso, no llegan a los 50 y no
paran de huir de los madereros, que permanentemente invaden sus territorios. En
el Estado de Rondonia queda un indígena considerado el último superviviente de
su tribu.
En el centro del debate sobre la necesidad de establecer contacto con
estas comunidades ha estado tradicionalmente la cuestión de la salud. Hay quien
opina que las condiciones de vida de las tribus aisladas podrían mejorar
considerablemente si tuvieran acceso a la medicina del mundo desarrollado. Es
una tesis que rebate el grueso de los indigenistas. "Todos los pueblos indígenas
tienen sus propios métodos para cuidar de su salud", explica Bigio.
"Cuando se trata de curar enfermedades transmitidas por el hombre blanco,
entonces está justificado el uso de nuestras medicinas. Pero hay estudios
etnobotánicos que demuestran una sabiduría extraordinaria de los indígenas en
ese terreno", concluye Watson.
Brasil anunció el pasado agosto que la
deforestación en el Amazonas ha disminuido casi la mitad en el último año.
Lamentablemente, el área devastada ocupa más de 1.800 kilómetros cuadrados,
algo más del 70% de la superficie de Luxemburgo.
Ningún comentario:
Publicar un comentario