Una
retrospectiva rescata los 'westerns' del lado comunista rodados durante la
Guerra Fría
RUBÉN ROMERO
ROTTERDAM 30/01/2011
Lemonade Joe (1964), western checo |
Durante la Guerra Fría, el
mundo era demasiado pequeño para dos superpotencias. La rivalidad entre EEUU y
la Unión Soviética sobrepasaba la frontera del Telón de Acero, llegaba hasta el
espacio exterior (Sputnik vs. Apolo) e iba más allá Al Este
del Oeste, el público exigía películas de vaqueros, a pesar de la opinión
de los gobiernos comunistas.
"Desde los años
treinta, el régimen se había encargado de asociar el género con un mensaje
contrarrevolucionario en el que los invasores blancos (léase el capitalismo)
acababa con los pacíficos indios (léase el comunismo)", explica Ludmilla
Cvikova, comisaria (sin estrella de sheriff, eso sí) de la retrospectiva
que bajo el título Red Western. La respuesta comunista al western
norteamericano, se celebra estos días en Rotterdam (Holanda).
El poder predicaba en el
desierto: el pueblo amaba el género casi tanto como la nomenklatura.
Como señala el historiador Serguey Lavrentyev, los dirigentes comunistas eran
fieles espectadores de los westerns: "Stalin ordenaba que le
proyectaran una del Oeste cada tarde, siendo sus preferidas las de Ford; Tito
las adoraba y Ceaucescu las empleó para dar una imagen de dirigente joven y
moderno". Desbordado por su popularidad, el Kremlin tuvo que
replantearse su posición con respecto al género.
"La fecha clave para
el western comunista fue 1962. Ese año, tras la visita de Kruschev a
EEUU, se estrenó Los siete magníficos. Tuvo tanto éxito que se
habilitaron no sólo salas, sino estadios enteros para su exhibición", señala
Cvikova. Hollywood había desenfundado más rápido, pero Moscú entonó aquello de
"por encima de mi cadáver".
La copia fue retirada de
la distribución y al más puro estilo comunista, planificador y quinquenal, se
dio la orden de producir en masa westernspropios, con alguna que otra
variación: frente a Hollywood y su Custer, los indios siempre eran víctimas
inocentes de los vaqueros; ante el individualismo de un John Wayne, siempre se
subrayaban las bondades del colectivo para superar cualquier obstáculo.
Más allá de eso, había
pocas diferencias entre lo que se hacía en una superpotencia y otra. Las
localizaciones, teniendo en cuenta el amplísimo territorio de influencia soviético,
eran realmente similares. Carecían de indios autóctonos, pero nada se le ponía
por delante a los camaradas ¡por Manitú! "En Alemania del Este, el actor más
famoso de la época era Gojko Mitic, un deportista serbio que encarnó al líder
de una tribu dakota en 12 películas, coproducidas por países comunistas y
rodadas en Bosnia, Montenegro", cuenta otro de los responsables de la muestra,
Miroljub Vuckovic.
El tema de los indios
traería cola, pues ponía sobre la palestra uno de los grandes problemas de la
URSS: la dispersión étnica y el racismo soviético. "A los moscovitas no
les gustaban las películas protagonizadas por héroes de las repúblicas caucásicas",
apunta Cvikova. Ello no era óbice para que filmes protagonizados por uzbekos,
kazajos, lituanos o eslovacos fueran grandes éxitos fuera de la URSS debido
a los tratados comerciales, como bien sabe la comisaria, checoslovaca de origen:
"Los países socialistas estaban obligados a estrenar películas de otros
regímenes hermanos y había una tabla de equivalencias: una película rusa
equivalía a cinco húngaras, por ejemplo. Distribución (controlada por el
Estado) y taquilla no siempre iban de la mano".
Con
la caída del comunismo, cayó también el Red Western. Las sucesivas
revueltas han provocado la pérdida de numerosos negativos, hasta el punto que
hay películas de las que sólo existen copias dobladas. Casi al mismo tiempo, el
género dejaba de ser producido en EEUU. El sol se puso por el Oeste pero
también por el Este.
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