Erika,
Celina y Sandra dejaron a sus niños en Latinoamérica para cuidar de los vástagos
de otras mujeres en España
LUCÍA VILLA
MADRID 14/02/2011
Si yo no estuviera aquí,
mi hijo no podría ir a un colegio con buenos profesores", explica Celina,
con el rabillo del ojo pendiente de las migas que cocina para la cena. Tiene 37
años y, desde que llegó a Madrid desde Bolivia, en 2002, su vida sólo tiene una
meta: "Ahorrar para el futuro de mi hijo", insiste. Vive en la
casa donde trabaja: cocina, limpia, plancha y vigila a los niños. En su día
libre, trabaja en un supermercado hasta la medianoche.
Su caso no es aislado.
La última encuesta sobre inmigrantes del Instituto Nacional de Estadística
(INE) señala que la mayoría de mujeres que vive sin su familia es
latinoamericana. Un 94% tiene algún tipo de formación. Sin embargo, un alto
porcentaje trabaja en el hogar.
"Tenemos servicio
porque lo necesitamos para poder trabajar fuera de casa", asegura
Mar, la mujer que contrató a Celina. Es economista, madre de dos niños y pasa
12 horas al día fuera de casa. Mar reconoce que hacer compatibles la vida
laboral y familiar sería imposible sin Celina: "Más que una empleada, es
como la madre de la familia".
Para las inmigrantes,
traer a sus hijos no es siempre una alternativa viable. Las dificultades
económicas, sumadas a la indefinición legal y laboral que atraviesan son los
principales escollos. Celina lo intentó, pero tuvo que mandar a su hijo de
vuelta por el gasto extra y la falta de tiempo para atenderlo. No se rinde: con
el dinero ahorrado abrirá un negocio de vidrieras cuando regrese a Bolivia en
2012.
El principal sustento
La mayoría de estas
mujeres son el sustento principal de sus familias en sus países de origen. En
2007, las remesas enviadas por latinoamericanas superaron los dos millones de
euros. Erika, boliviana de 25 años, lleva cinco manteniendo a su hija a más
de 9.000 kilómetros de distancia. La niña tenía cinco meses cuando ella
emigró y sólo se conocen a través del teléfono y fotografías. "Cuando
hablamos me dice hola, mamá', pero a mi hermana le dice también mamá",
cuenta con resignación. Erika trabaja ocho horas diarias como empleada de hogar
y vive en un piso de alquiler por el que paga 900 euros y que comparte con su
segunda hija (fruto de una relación en España) y tres personas más.
Erika aprovechó su último
fracaso sentimental para aprender a conducir y titularse como auxiliar de jardín
de infancia. No quiere saber nada de novios: "Aquí yo trabajo, yo mando,
tengo mi dinero, he estudiado y soy un ejemplo para muchas personas".
El tono reivindicativo de
Erika no es casual. También las razones de género son un impulso para vivir en
España. Sandra dejó Paraguay, un trabajo y tres hijos cuando rondaba los
cuarenta porque su matrimonio se hizo insostenible. "Él me amenazaba y
llegué con la autoestima por los suelos. No podía traerme a mis hijos
porque necesitaba encontrarme a mí misma", repite una y otra vez. Un
estudio de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) señala
que hasta un 40% de las mujeres es víctima de la violencia física en la región,
un 60% en el caso de maltrato psicológico.
La otra cara de la
historia se escribe en los hogares españoles que conviven con mujeres
inmigrantes desde la década de 1990, con la creciente incorporación de la mujer
al mercado laboral. A fuerza de horas, la convivencia crea fuertes vínculos
afectivos.
Susana
es periodista y el pequeño de sus tres hijos convive con Sandra desde que era
casi un recién nacido. "A mis hijos les marco mucho, les digo que ella no
es de la familia y algún día se irá", explica. Pese al tiempo que sus
hijos pasan con otras mujeres, Mar y Susana afirman que ellas llevan la batuta.
"Con mis hijos he intentado que me sustituyan lo menos posible, pero ellas
han sido sus ojeadoras y eso es una función importante", dice Mar, que
deposita en Celina la confianza para evitar que sus hijos pasen el día frente a
la consola o se llene la casa de amigos. Susana es contundente: "La madre
soy yo. Necesito a alguien capaz de quedarse con mis hijos, pero no de
educarles".
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