La UE y
EEUU, que defienden los derechos humanos, respaldan dictaduras en el mundo árabe
por interés económico
GUILLAUME
FOURMONT MADRID 06/02/2011
Michèle Alliot-Marie, la
ministra de Asuntos Exteriores de Francia, es la encarnación de la diplomacia
occidental en el mundo árabe: mientras la Constitución de su país como todas
las de los países de la Unión Europea y de Estados Unidos consagra la
democracia y los derechos humanos como valores universales, ella viaja en el
jet privado de un amigo de Zin el Abidin Ben Alí y ofrece material
antidisturbios a las fuerzas del dictador huido de Túnez. Una actitud que
recuerda a la de Franklin D. Roosevelt, quien, mientras los Aliados
acosaban a Adolf Hitler en Berlín, se reunía con el rey Abdelaziz ibn Saud,
otro dictador y cuyos hijos dirigen ahora con mano de hierro el primer
productor mundial de petróleo, Arabia Saudí.
La defensa de la
democracia y de los derechos humanos siempre ha tenido un límite: los intereses
económicos y de seguridad de las grandes potencias occidentales. "Lo que
ha ocurrido en Túnez ha dejado con el culo al aire a los países europeos",
sentencia Bernabé López García, catedrático de Historia del Islam Contemporáneo
en la Universidad Autónoma de Madrid. Porque el Túnez de Ben Alí se
beneficiaba bajo la protección de Francia, la antigua potencia colonial de
un acuerdo de asociación con la Unión Europea; es decir, el derecho a una ayuda
de unos 90 millones de euros al año. En cambio, los grandes grupos europeos
como Orange podían hacer comercio en total libertad en el país.
Marruecos, Argelia, Libia,
Egipto, Jordania y Siria también firmaron acuerdos con la UE. Todas son
dictaduras. En el caso de EEUU, su mejor aliado en Oriente Próximo después de
Israel es el Egipto de Hosni Mubarak, que recibe de Washington unos 1.500
millones de dólares al año, 1.000 millones de los cuales son para las
fuerzas armadas egipcias. Desde 1991, Arabia Saudí compró por más de 30.000
millones en armamento estadounidense. Las revueltas en Túnez y en Egipto han
puesto en aprieto a la diplomacia occidental.
Autor de El mundo árabe
explicado a Europa (editorial Icaria), Bichara Khader explica: "Desde
la constitución de los Estados árabes poscoloniales, los países occidentales
utilizaron esos regímenes, primero contra la Unión Soviética, luego contra
posibles levantamientos religiosos, como pasó en Irán en 1979". Esos régimenes
debían ser sólidos frente a los enemigos del primer mundo: la inmigración
y el islamismo. "La relación de Occidente con el Magreb parte de un status
quo. Los países del Norte de África deben respetar un pliego: abrir sus
mercados, no molestar su política exterior en la zona e impedir el auge del
islamismo", añade Hasni Abidi, director del Centro de Estudios e
Investigación sobre el Mundo Árabe y el Mediterráneo de Ginebra. Era
precisamente todo lo que prometía Ben Alí a los europeos en Túnez; hasta el
embajador de Francia en el país norteafricano no creía en la fuerza de las
revueltas ni en la caída del tirano.
Una realpolitik' errónea
Reunido el viernes para
hablar de la economía de los países árabes, el Consejo Europeo habló de la
situación en Egipto. Pero nada. No presionó a Mubarak y llamó al respeto de
manifestaciones pacíficas. En total contradicción con los tratados europeos,
que basan la acción de la UE en el escenario internacional en "la
universalidad e indivisibilidad de los derechos humanos". ¿Mala fe? "Hay
una incoherencia entre el discurso de Europa, en sus textos, y la práctica.
Pero no se trata de mala fe, sino de una mala concepción de realpolitik",
responde Khader.
Mientras la Casa Blanca
respaldó al pueblo tunecino, el dircurso estadounidense sobre la situación en
Egipto fue menos contudente. Porque "el petróleo árabe, la seguridad de
Israel, el Canal de Suez y el terrorismo internacional son factores
importantes para la política estadounidense hacia su gran aliado en la zona",
responde el investigador argelino Aomar Baghzouz. Una visión que comparte
Khader: "Egipto permite a EEUU proteger las relaciones con Israel y dejar
que éste ocupe Líbano o Gaza sin que nadie haga nada". "Washington sólo
ha conseguido neutralizar Egipto", concluye.
Desde los atentados del 11
de septiembre de 2001, el islam se ha convertido en el supuesto enemigo de las
sociedades occidentales. La Revolución Islámica en Irán en 1979 y la victoria
anulada con el apoyo de Occidente de los islamistas en Argelia en 1992 habían
dejado un mal recuerdo en las cancillerias occidentales. "Es mejor
respaldar a un dictador que animar procesos democráticos que supuestamente
permitirían a los radicales alcanzar el poder. EEUU y los europeos dicen que
promueven los valores democráticos en el mundo árabe, pero no quieren de las
consecuencias de la democracia que amenazarían sus intereses económicos y
geopolíticos", explica Bagzouz.
Un error, según Bernabé López
García, porque "el islamismo radical es un fantasma; el yihadismo existe,
pero es muy marginal". Las agrupaciones islamistas de Túnez el partido
Ennahda y Egipto los Hermanos Musulmanes "han tenido un perfil bajo en las
revueltas y nunca sacaron los pies del plato", continúa el catedrático.
"Es difícil saber si los Hermanos Musulmanes serán la principal fuerza política
en Egipto porque, aunque sea una formación preparada, el fin de la era Mubarak
no significa el fin del autoritarismo", añade Hasni Abidi.
Mientras
el diario argelino Le Quotidien d'Oran insiste en que "el Magreb no
debe esperar nada de Europa", los expertos consideran que la crisis actual
en el mundo árabe es la oportunidad para la UE y EEUU de dar un giro diplomático.
Para Bichara Khader, hay que "acompañar la revolución tunecina para
fortalecer la democracia, tratar de igual a igual con los países árabes".
El novelista egipcio Alaa El Aswany escribió con cierta ironía el pasado fin de
semana esta frase: "Francia nos dio el ejemplo con escritores como Camus y
Sartre, comprometidos por la libertad". Y Egipto grita a Mubarak:
"¡Váyase!".
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