EL PAÍS reconstruye el homicidio del 'bloguero' de Alejandría que inspiró
la protesta
GEORGINA HIGUERAS (ENVIADA ESPECIAL) - Alejandría
- 09/02/2011
"Todos los jóvenes de Alejandría llevamos su foto", afirman a
un tiempo, enseñándola en sus móviles, los tres vecinos del bloguero Jaled Said, muerto a los 28 años por la policía
secreta en junio pasado. La cara de Said aparece ensangrentada y desfigurada
por los golpes que le propinaron los dos agentes que le sacaron a empellones
del cibercafé Space.net, situado en la acera de enfrente del edificio donde vivía
el muchacho. "Vinieron a por él. La secreta nunca había entrado antes aquí",
comenta Ahmed Manduah, de 20 años, dos de ellos empleado en este cibercafé de
Alejandría.
La muerte de Said calentó los ánimos de la llamada capital del norte de
Egipto. Miles de personas protestaron durante días en la calle donde le mataron
y ahora, cuando el país parece haber perdido el miedo al dictador, uno de los
gritos que más se oyen en las manifestaciones de protesta que desde el 25 de
enero se concentran a diario en Alejandría es: "La policía secreta golpea
al pueblo". Además, casi 400.000 jóvenes se sumaron a la campaña Todos
somos Jaled Said, organizada a través de Facebook.
Mohamed Faris, el portero del edificio en cuyo portal mataron a Jaled,
dice que vio cómo los dos policías vestidos de civil le arrastraban desde el
cercano cibercafé. "Jaled se agarró a la reja de la puerta para que no se
lo llevaran, pero como está vieja, el hierro se rompió y trató de defenderse
con él. Entonces le pusieron boca abajo con los brazos sujetos a la espalda y
durante media hora no pararon de golpearle", afirma Faris, que ya ha sido
interrogado como testigo por el juez. "Cuando Jaled perdió la conciencia,
uno de los agentes llamó a su jefe. Vinieron dos coches, uno de la policía y
otro sin identificación, con agentes de paisano. Se lo llevaron y 10 minutos
después le trajeron de nuevo, tiraron su cuerpo en la calle y llamaron a una
ambulancia", cuenta Faris.
Al parecer, en ese tiempo llevaron al bloguero muerto a la comisaría
cercana y le colocaron en la boca una bola de droga con la que justificar la
brutal actuación. "Yo oí como Jaled gritaba: 'Me voy a morir' y la policía,
mientras seguía pateándole, le contestaba: 'Sí, morirás antes o después'. No
habría podido gritar así con esa bola en la boca", sostiene el testigo. Al
preguntarle si trató de defender al joven que veía que estaban matando, Faris
responde sin titubear: "Cuando la policía actúa nadie puede hacer nada. Contra
ellos no se puede alzar la voz porque entonces van también a por ti".
Nadie abre la puerta en la casa en la que Jaled Said vivía con su madre.
El vecino de arriba, Aladin Ahmed, ingeniero mecánico de 53 años, cree que la
madre se ha ido a El Cairo con su hija Zahraa, también muy activa en las redes
sociales para denunciar el salvaje asesinato de su hermano y la vergonzosa
impunidad que ampara a la policía secreta.
"La muerte de Jaled no ha sido el detonante de las actuales protestas contra Mubarak, pero no hay
duda de que ha servido para levantar al pueblo contra la policía secreta",
señala Ahmed, cuyos hijos adolescentes llevan en el móvil tanto la foto de
Jaled muerto como otra anterior de un muchacho algo introvertido, que no tenía
trabajo, pasaba largas horas en el cibercafé y comentaba en su blog la
realidad social de un Egipto donde casi el 70% de la población tiene menos de
30 años. Un país en el que, pese a que la economía ha crecido en los últimos años
a una media del 5%, más del 40% de sus 80 millones de habitantes vive con menos
de un euro al día. Un Egipto orgulloso de su historia y de la influencia que
mantiene en el mundo árabe, pero donde los jóvenes como Jaled tienen pocas
esperanzas de encontrar un trabajo que les permita vivir una vida digna.
Fue la página Todos somos Jaled Said la que convocó el Día de la
Ira, el pasado 25 de enero. Sus 400.000 seguidores fueron tal vez los únicos
que anticiparon el impacto de la protesta, a la que acudieron cientos de miles
de personas entre El Cairo y Alejandría.
Aquel primer día, la policía logró, con gases lacrimógenos y disparos al
aire, desalojar a los manifestantes de la plaza de la Liberación, en el corazón
de El Cairo, y de la plaza de Mencheia, en Alejandría. Pero los egipcios habían
roto la barrera del miedo y las ansias de libertad comenzaban a cambiar la faz
del país. "Estoy contenta de haber llegado a esta edad para vivir este
momento de liberación. No hay marcha atrás, Egipto será libre", decía ayer
Nabila Dakri, de 73 años, ya retirada de su cátedra de Toxicología en la
Universidad de Alejandría.
La aparición, el pasado día 2, de violentos defensores de Mubarak, que
reventaron el pacifismo de las manifestaciones celebradas hasta entonces y que
dejaron 1.500 heridos en El Cairo y varios centenares en Alejandría, no logró
amedrentar a quienes no se cansan de gritar "fuera Mubarak" y
"se acabó la dictadura".
Las ilusiones perdidas de Jaled renacen
cada día en la gran mezquita de Ibrahim, desde donde parten los manifestantes
de su ciudad para llegar a la plaza Mencheia, protegida por tanques, al igual
que los lugares más emblemáticos de la ciudad, como la Biblioteca de Alejandría.
También hay desplegados tanques en el entorno de las instalaciones militares,
como el cuartel general del norte de Egipto, el hospital militar y la colonia
de edificios de viviendas militares que se levanta junto a la cornisa sobre el
Mediterráneo. Pero los egipcios siguen confiando en su Ejército y muchas
familias suben a sus hijos pequeños a estos vehículos para hacerles una foto.
Del Ejército más que nunca depende hoy la democratización de Egipto.
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