Los matones
de Duvalier visitan al dictador tras su regreso y reavivan los miedos de sus víctimas
DANIEL
LOZANO ENVIADO ESPECIAL 06/02/2011
Papa Doc e Baby Doc |
Un hombre con cara
siniestra acude a visitar al dictador. Campechano, bigote a la antigua usanza
caribeña, el porte de aquel que fue y ya no es. Gesticula con sus manos,
manchadas de sangre para siempre. Se llama Louis-Jodel Chamblain y es uno de
los señores de la guerra de los Duvalier. Y también está libre en el Haití que
olvidó su memoria histórica. Esos ojos pequeños miraron muchas veces a la
muerte. Todo valía para que Jean Claude Duvalier, Baby Doc, el président-à-vie
(vitalicio), se mantuviera en el poder acelerando sus coches de carreras y
exhibiendo sus pequeñas ametralladoras último modelo.
Matones como Chamblain y
un ejército particular, la Milicia de Voluntarios para la Seguridad Nacional
(MVSM), los llamados tonton macoutes, tuvieron licencia sobre la vida y
la muerte durante los 30 años de tiranía hereditaria de los Duvalier. "En
las casas hasta los niños hablábamos susurrando. Si a alguien se le ocurría
decir que quería ser presidente y llegaba a los oídos de los tonton, le
detenían a él y a toda la familia", recuerda la periodista torturada
Liliane Pierre-Paul.
Los tonton macoutes
(hombres del saco en idioma creole) se apoyaron en la leyenda infantil para
extender sus horrores y "convertir Haití en un gran y aterrorizado
cementerio", acusa Patrick Elie, luchador izquierdista y ex ministro de
Jean Bertrand Aristide.
La milicia paramilitar
estuvo formada por 200.000 hombres, pero muchos de ellos eran tan pobres como
los pobres y lo único que pretendían era proteger a sus familias de la
violencia del Estado. Fueron cerca de 25.000 los que se emplearon con
brutalidad sin límites desde 1959 hasta 1986.
Tras la caída de la tiranía,
decenas de ellos fueron lapidados y quemados en la calle. El pueblo se vengó cortando
las cabezas de aquellos fanáticos analfabetos, siempre ocultos tras las
gafas de sol, con sus camisas azules y sus sombreros de paja, machete en
mano. Como zombies del terror, los zombies que detentaban el poder de la vida y
de la muerte.
La MVSM dejó de existir
oficialmente tras la caída de Baby Doc, pero los tentáculos del terror
duvalierista se transformaron en escuadrones de la muerte capitaneados por
Chamblain. Este consiguió la suspensión de las elecciones de 1987 tras matar a
34 votantes en la jornada electoral. Luego participó en el golpe de Estado de
Raoul Cedrás contra Aristide en 1991. Dos años después inventó una
organización terrorista, a la que bautizó sin sonrojo Frente para el
Adelanto y el Progreso de Haití, que atacó sin miramientos al gobierno de
Aristide, repitiendo golpe de Estado en 2004.
La presión de Amnistía
Internacional consiguió que las fuerzas de la ONU le detuvieran por el
asesinato del activista democrático Antoine Izmery. Pero fue absuelto y sólo
cumplió unos meses de cárcel.
Matar también es muy
barato en Haití para los discípulos de Luckner Cambronne, el temido ministro de
Interior de los dos Duvalier y cerebro de la represión durante décadas.
Cambronne movía los hilos
del terror: militares por un lado, tonton macoutes por otro. El
vampiro del Caribe se movía con tanta impunidad que fue capaz de montar una
industria de sangre y cadáveres, que suministraba a hospitales y universidades
de Estados Unidos.
Y es que los tonton
no sólo mataban y torturaban, también rendían pingües beneficios a la
dictadura, extorsionando a los empresarios para que donasen sus fortunas,
robando tierras y cobrando falsos impuestos a los pobres. Corrupción más
extorsión, así se mezclaba la fórmula mágica de la tiranía.
Haití soportó décadas de
terrorismo permanente, con el visto bueno de las administraciones de Estados
Unidos, salvo la de Jimmy Carter, que durante cuatro años maniató al pequeño
de los Duvalier.
Quemados vivos
Los tonton
sirvieron a sus jefes cubriéndose de un halo sobrenatural para amedrentar a la
gente. Incluso algunos de sus líderes más importantes fueron líderes de vudú,
lo que les dotaba de más autoridad.
El imperio del terror se
adueñó de cuerpos y almas. La descripción de sus horrores roza lo increíble,
como si se tratara de una novela de imposible lectura. Pero, por desgracia para
Haití, estas novelas sí son posibles aquí: ejecutaban al azar, apedreaban a
sus sospechosos, quemaban viva a la gente, ahorcaban a sus víctimas y las
dejaban en la calle para amedrentamiento público.
"Jamás olvidaré la
ejecución de dos muchachos del Movimiento Haití Joven, llegados desde Estados
Unidos para montar una guerrilla en el sur del país", recuerda Elie.
"Después de una resistencia heroica, 11 de ellos fueron masacrados. Les
cortaron las cabezas y las exhibieron en los periódicos. Pero los dos
supervivientes fueron ejecutados en el cementerio. Y los niños de los
colegios fueron llevados a la fuerza para presenciarlo en vivo".
Louis Cafi fue uno de esos
tonton pobres, también víctima, entre los miles que fueron amnistiados
por la gente. "Yo sólo era un funcionario, cumplía órdenes, jamás hice daño.
Si lo hubiera hecho, me hubieran matado", se defiende. Pero la vida le ha
ido tan mal que todavía añora a Baby Doc. Por eso le entregó a su hija
un pequeño trapo con los colores rojinegros del Partido Único Nacionalista y la
envió a aclamar a Jean Claude Duvalier a su regreso a Haití el mes pasado.
Pesadillas nostálgicas que no tienen ningún futuro en el Haití de hoy. Un Haití
donde Papá Doc y Cambrone ya no están; pero Baby Doc y su sicario
Chamblain, sí. Tiempo para la justicia.
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