La ciudad repara el olvido de la mujer que cuidó 200 hijos de prostitutas
CRISTINA HUETE - Ourense - 29/01/2011
Tenía esa fortaleza que solo da el desapego por lo material. Esas anchas
espaldas que se labran acarreando el peso feroz de la nada. Obdulia Díaz -la señora
Obdulia- cargó con ese fardo como sin querer (esto es, con supino corazón y
conciencia) en el Ourense mísero de la posguerra. Una viuda con tres hijos y
sin ingresos que crió a lo largo de varias décadas, entre el rugido de los
tablones resecos de su vivienda, a cerca de 200 niños, hijos de prostitutas. Lo
hizo en silencio, hasta que en los años sesenta el periodista ourensano Álvarez
Alonso la entrevistó para La Región, y ella contestó con la sobriedad de
su entereza y de sus 63 años que de qué iba a vivir: "Pues de lo mismo que
ellos. Yo no tengo pensión". Ayer, el Ayuntamiento de Ourense - "en
reconocimiento a la labor silenciosa de los ciudadanos con más méritos que
algunos insignes con calles", en palabras del alcalde, Francisco Rodríguez-
colocó en el entorno de aquella vivienda una escultura de "la señora
Obdulia". Se murió en los ochenta.
Manuel Penín, el autor de la obra, está casi sobrecogido. Él visitó con
frecuencia aquel piso al que iba a jugar con compañeros del colegio que vivían,
en los últimos tiempos, con la "abuela" Obdulia (los de décadas
anteriores vivían con "mamá" Obdulia). "Eran unos hijos, o
nietos más. No había trato de diferencia con los suyos", explica el
escultor y promotor de esta iniciativa municipal que premia con la memoria la
grandeza que tiene la solidaridad ejercida. "Les daba un hogar y trabajó
duro por sacarlos a todos adelante", insiste Penín en las razones del
homenaje. Las madres de los pequeños contribuían en la medida de sus
posibilidades, aportando algún dinero. Cuando les iba bien.
En el pequeño Ourense de la posguerra, el piso de la señora Obdulia
estaba en el corazón de la ciudad, pero más próximo al barrio de las putas que
a ningún otro. Hoy, pleno casco histórico.El piso tenía una ubicación
privilegiada, con vistas a una miseria mayor que la de Obdulia Díaz y ella, una
disposición esmerada para la ayuda. "Un corazón tremendo, enorme",
puntualiza Penín.
Hasta que la entrevistaron en el periódico local, nadie sabía de su
labor. Y la noticia quedó aplastada por las siguientes. En realidad, hasta
2011, nadie supo de la existencia y la labor de la señora Obdulia. Ayer, al
menos uno de sus hijos, el biológico, asistía emocionado al homenaje.
Obdulia Díaz se las apañaba como podía para sacudir la miseria de los
suyos. Conseguía unas pesetas -que sumaba a las aportaciones maternas de los niños-
lavando sábanas para otros en la fuente de As Burgas. Pero tuvo la inteligencia
con la que suele premiar la necesidad y buscó la colaboración de otros
ourensanos que, como ella, arrimaban el hombro sin dar la nota.
Ayer, ante su propia obra, el escultor y promotor del homenaje a una
ciudadana sin el doña por delante, citó la lista de los solidarios que
manejaba Obdulia Díaz para sobrevivir y garantizar las otras supervivencias que
dependían de la suya: el doctor Gallego (médico al que el bipartito local también
ha reconocido, que no cobraba por sus consultas a quienes no podían darle
nada), el padre Silva (fundador de Benposta), la propietaria de la librería
Padre Feijóo, el dueño de la farmacia Bayón y el Patronato del Eenfermo Pobre
que auspiciaba María del Río, entre otros. El batallón de la minoría silenciosa
durante los años crudos de la dictadura. Gente sencilla que no alardeaba, pero
que salía de la trinchera del miedo y la comodidad para echar una mano a los
vecinos. "A ella le gustan los niños ajenos como si fueran propios",
explicaba como podía, aún en el franquismo, el periodista Álvarez Alonso la
tremenda desasistencia, el desamparo que existía.
Cuando la señora Obdulia llevaba ya 20 años
dedicada a cuidar hijos de otras, reconocía que había criado a cerca de un
centenar de los cuales solo se le habían "ido" dos. Una niña, por una
meningitis, y un niño con una bronconeumonía "que lo acachapó en dos días".
"¿Le han dado disgustos?", preguntaba el reportero. Y ella explicaba
que disgustos los daban todos, propios y ajenos. "Pero tengo uno de 19 años
que aún no me ha dado el primero".
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