xoves, 21 de xuño de 2012

Cultivando el miedo


Por: Carolina García | 11 de junio de 2012
Las violaciones, la humillación, el hostigamiento, los tocamientos. Son algunas de las vejaciones que, en Estados Unidos, convierten el trabajo agrícola de la mujer en un calvario. Muchas veces estas conductas agresivas e hirientes son ejecutadas por la misma persona que sacía su apetito con varias víctimas. Estos hombres, según un informe elaborado por Human Rights Watch, tienen el poder -como supervisores, dueños de compañías o encargados entre otros- de despedir a las trabajadoras o dar mejores horarios y permisos de descanso a quienes cumplen con los requerimientos.  “Escúchame yo soy el supervisor y tu tendrás un trabajo”, relata Patricia M., mujer mexicana que prefiere mantener el anónimato, en el estudio.
Estos premios son la moneda de un intercambio sórdido ya que, en la mayoría de los casos, las mujeres del campo dependen totalmente de sus jefes para conseguir alojamiento y transporte. Y así, los responsables de repartir las tareas, beneficios o castigos llegan a favorecer a unas personas frente a otras que son más vulnerables. Estas situaciones de chantaje convierten a sus compañeros de trabajo en cómplices. Porque callan, porque tienen miedo.
Casi la totalidad de las mujeres del mundo agrario de Estados Unidos que fueron entrevistadas durante la elaboración del informe afirmó haber sufrido acoso o abuso sexual en su trabajo o conocer casos de compañeras que habían padecido este tipo de vejaciones. Las diferencias de poder entre los supervisores y sus víctimas fomentan que en muchas ocasiones los casos no se denuncien y muy pocos lleguen a los juzgados, según narra el documento.
El estudio además incluye entrevistas con distintos profesionales del sector agrario como granjeros, productores y proveedores. Esto empleadores sostuvieron, casi sin excepción, que la violencia sexual  en el campo es una preocupación real, evidente e importante sobre la que el Gobierno de EE UU debería trabajar con más ahínco, alerta el estudio.
Los expertos aseguran que conocer el alcance real de este problema es muy complicado, ya que la mayoría de estas mujeres se encuentran en situaciones excepcionales. Son muchas las que trabajan únicamente en ciertas estaciones del año mientras otras, además de no tener su situación legalizada en el país, se mueven con mucha rapidez de un Estado a otro, según explica este informe. 
Los datos recogidos por Human Rights Watch apuntan que las personas más sensibles a sufrir este tipo de abusos son las mujeres jóvenes, las inmigrantes recién llegadas, las solteras y las indígenas. Pero el problema de la violencia sexual no se produce solo en el campo. Una de cada cinco mujeres en EE UU ha sido violada en algún momento de su vida. El gran problema es que muy pocas denuncian a las autoridades. En 2008,tan sólo el 41% de las víctimas alertó del episodio violento a la policía. En 2010, tan solo un cuarto de los casos que fueron investigados llevó al arresto.
Una encuesta de 2011 elaborada conjuntamente por el diario The Washington Post  y la cadena ABC concluyó que una de cuatro mujeres y uno de cada diez hombres sufrían acoso en su trabajo y que tan sólo un 41% de ellos llegó a informar a su supervisor.
El impacto de una agresión sexual puede ser devastador. Muchas de las víctimas sufren secuelas muy importantes tras la agresión. Éstas suelen padecer trastornos depresivos y ansiosos, dolor físico y deterioro en sus relaciones interpersonales con familiares y amigos empeoran.
A pesar de que algunas jornaleras llegan a denunciar estos actos violentos en centros de crisis o agencias de ayuda a las víctimas- organizaciones presentes en muchas comunidades rurales de EE UU- algunas no pueden recurrir a ellas, fundamentalmente por el idioma. Cuando los propios trabajadores del sector rural quieren alertar sobre este tipo de abusos hacia sus compañeras, muchos aseguran que son sometidos a una reducción del horario del trabajo, reciben un trato abusivo e incluso algunos pueden llegar a perder su trabajo, según relata el estudio.
En EE UU, la industria agraria ha sido durante mucho tiempo tratada de forma muy diferente a otros sectores. Por ejemplo, en el mundo de la agricultura, los trabajadores no cobran horas extra y no pueden organizar colectivos que luchen por sus derechos. Además, según han concluido estudios anteriores al presentado ahora, este sector se ha visto salpicado por casos de trabajo infantil y de exposición a pesticidas peligrosos para la salud. Estas lagunas legales hacen que para las víctimas de abusos sexuales sea muy difícil  denunciar  porque no confían en que vayan a ser protegidas.
Además, en este país los trabajadores ilegales no pueden ser representados jurídicamente. Existen abogados que afrontan este tipo de retos, aunque son los menos. La gran mayoría de los trabajadores agrícolas en EE UU han nacido en otros países,  según indica la Encuesta Nacional de Trabajadores Agrícolas (NAWS) del periodo 2007-2009.
Y aunque la policía está obligada a investigar cada caso de violencia que se denuncia, los agentes de la autoridad deben verificar siempre si los demandantes tienen los papeles en regla. Este requisito dificulta que las mujeres  agredidas -sobre todo inmigrantes irregulares- informen sobre el suceso.  “Tenía miedo de denunciar y que me metieran en la cárcel, de que me enviarán a México porque era ilegal”, dice Patricia M. en el informe. Otras no tuvieron la fortuna de denunciar y siguen callando.

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