Por: Carolina García | 11 de junio de
2012
Las violaciones, la humillación, el hostigamiento, los tocamientos. Son
algunas de las vejaciones que, en Estados Unidos, convierten el trabajo
agrícola de la mujer en un calvario. Muchas veces estas conductas agresivas e
hirientes son ejecutadas por la misma persona que sacía su apetito con varias
víctimas. Estos hombres, según un informe elaborado por Human
Rights Watch, tienen el poder -como supervisores, dueños de
compañías o encargados entre otros- de despedir a las trabajadoras o dar
mejores horarios y permisos de descanso a quienes cumplen con los
requerimientos. “Escúchame yo
soy el supervisor y tu tendrás un trabajo”, relata Patricia M., mujer mexicana
que prefiere mantener el anónimato, en el estudio.
Estos premios son la moneda de un intercambio sórdido ya que, en la
mayoría de los casos, las mujeres del campo dependen totalmente de sus jefes
para conseguir alojamiento y transporte. Y así, los responsables de repartir
las tareas, beneficios o castigos llegan a favorecer a unas personas frente a
otras que son más vulnerables. Estas situaciones de chantaje convierten a sus
compañeros de trabajo en cómplices. Porque callan, porque tienen miedo.
Casi la totalidad de las mujeres del mundo agrario de Estados Unidos que
fueron entrevistadas durante la elaboración
del informe afirmó haber sufrido acoso o abuso sexual en su trabajo
o conocer casos de compañeras que habían padecido este tipo de vejaciones. Las
diferencias de poder entre los supervisores y sus víctimas fomentan que en
muchas ocasiones los casos no se denuncien y muy pocos lleguen a los juzgados,
según narra el documento.
El estudio además incluye entrevistas con distintos profesionales del
sector agrario como granjeros, productores y proveedores. Esto empleadores
sostuvieron, casi sin excepción, que la violencia sexual en el campo es
una preocupación real, evidente e importante sobre la que el Gobierno de EE UU
debería trabajar con más ahínco, alerta el estudio.
Los expertos aseguran que conocer el alcance real de este problema es muy
complicado, ya que la mayoría de estas mujeres se encuentran en situaciones
excepcionales. Son muchas las que trabajan únicamente en ciertas estaciones del
año mientras otras, además de no tener su situación legalizada en el país, se
mueven con mucha rapidez de un Estado a otro, según explica este informe.
Los datos recogidos por Human Rights Watch apuntan que las personas más
sensibles a sufrir este tipo de abusos son las mujeres jóvenes, las inmigrantes
recién llegadas, las solteras y las indígenas. Pero el problema de la violencia
sexual no se produce solo en el campo. Una de cada cinco mujeres en EE UU ha
sido violada en algún momento de su vida. El gran problema es que muy pocas
denuncian a las autoridades. En 2008,tan sólo el 41% de las víctimas alertó del
episodio violento a la policía. En 2010, tan solo un cuarto de los casos que
fueron investigados llevó al arresto.
Una encuesta de
2011 elaborada conjuntamente por el diario The Washington Post y la
cadena ABC concluyó que una de cuatro mujeres y uno de cada diez
hombres sufrían acoso en su trabajo y que tan sólo un 41% de ellos llegó a
informar a su supervisor.
El impacto de una agresión sexual puede ser devastador. Muchas de las
víctimas sufren secuelas muy importantes tras la agresión. Éstas suelen padecer
trastornos depresivos y ansiosos, dolor físico y deterioro en sus relaciones
interpersonales con familiares y amigos empeoran.
A pesar de que algunas jornaleras llegan a denunciar estos actos violentos
en centros de crisis o agencias de ayuda a las víctimas- organizaciones
presentes en muchas comunidades rurales de EE UU- algunas no pueden recurrir a
ellas, fundamentalmente por el idioma. Cuando los propios trabajadores del
sector rural quieren alertar sobre este tipo de abusos hacia sus compañeras,
muchos aseguran que son sometidos a una reducción del horario del trabajo,
reciben un trato abusivo e incluso algunos pueden llegar a perder su trabajo,
según relata el estudio.
En EE UU, la industria agraria ha sido durante mucho tiempo tratada de
forma muy diferente a otros sectores. Por ejemplo, en el mundo de la
agricultura, los trabajadores no cobran horas extra y no pueden organizar
colectivos que luchen por sus derechos. Además, según han concluido estudios
anteriores al presentado ahora, este sector se ha visto salpicado por casos de
trabajo infantil y de exposición a pesticidas peligrosos para la salud. Estas
lagunas legales hacen que para las víctimas de abusos sexuales sea muy
difícil denunciar porque no confían en que vayan a ser protegidas.
Además, en este país los trabajadores ilegales no pueden ser representados
jurídicamente. Existen abogados que afrontan este tipo de retos, aunque son los
menos. La gran mayoría de los trabajadores agrícolas en EE UU han nacido en
otros países, según indica la
Encuesta Nacional de Trabajadores Agrícolas (NAWS) del periodo 2007-2009.
Y aunque la policía está obligada a investigar cada caso
de violencia que se denuncia, los agentes de la autoridad deben verificar
siempre si los demandantes tienen los papeles en regla. Este requisito
dificulta que las mujeres agredidas -sobre todo inmigrantes irregulares-
informen sobre el suceso. “Tenía miedo de denunciar y que me metieran en
la cárcel, de que me enviarán a México porque era ilegal”, dice Patricia M. en
el informe. Otras no tuvieron la fortuna de denunciar y siguen callando.
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