En el Caixa Forum del Gran Hotel de Palma se exhibe una
pionera muestra en España del pintor antifascista, emigrado a Estados Unidos
para huir de Hitler
Dibujó la guerra de España, desnudó a Queipo, evocó un
fusilamiento de Goya y un caballo 'picassiano'
ANDREU
MANRESA Palma de Mallorca 8 JUN 2012 - 17:00
CET
El arte descarnado y cáustico de George Grosz (Berlín, 1983-1959) echa humo
y emociona. Deslumbra por sus temas y capacidad expresiva adherida a la
realidad y los estilos que fluyen con el siglo XX. Radical y talentoso, muy
hábil, Grosz es uno de los pintores alemanes más significativos. Sus miradas
que cruzan medio siglo XX y tres guerras en Europa, están colgadas en el CaixaForum
del Gran Hotel de Palma de Mallorca: De Berlín a Nueva York.
Obras 1912-1949. Es una presentación inédita en España. Acabará el 2 de
septiembre.
De su plumín, caña, lápiz, dedos y pincel nacen papeles en negro o lienzos
iluminados en los que flotan el horror a la muerte en las batallas, el fulgor
de la belleza y la mezquindad social. La muestra se compone de 180 piezas
(dibujos, litografías y telas) trabajadas entre 1912 y 1949, en las dos
capitales mundiales en las que habitó. El eco dramático de la guerra civil
española fue captado por Grosz. Es "un tema que me toca muy de cerca",
dijo este amigo del escritor John Dos Passos -que le introdujo en la revista Esquire-
y seguidor del fotógrafo Robert Capa.
En España desaparecieron, posiblemente fusilados por Franco, dos de los
alumnos de Grosz en Nueva York, los brigadistas internacionales americanos
Edward Deyo Jacobs y Douglas Taylor. Le escribieron desde el frente
disculpándose porque seguían su estilo en octavillas y carteles de propaganda
republicana. Le imitaban. Grosz creó una
efectiva marca. “Con su lenguaje visual nuevo y contemporáneo era
capaz de sacar al público de su indiferencia y llamar su atención sobre la
injusticia y los abusos políticos y sociales”, opina la comisaria Annette
Vogel.
“Por desgracia parece claro que, también allí [en España], después de una
resistencia heroica, acabará imponiéndose una dictadura fascista”. Observó
Grosz desde EE UU, en septiembre de 1936, a los tres meses del golpe de Franco
contra la República. En Alemania vio guerras, caídas de régimen y el ruido del
ascenso del nazismo. Intuyó la tragedia y se salvó la vida.
“La guerra civil española me impresionó; me acordé de Alemania y por eso
pinté aquellos cuadros”, explicó sobre una serie de óleos, de los que salvó dos
o tres porque el resto lo lijó y pintó encima. No siempre triunfó. En Nueva
York quedó consagrado en 1941 al exponer en el MoMA y en 1954 en el Whitney
Museum. Fue becario de la fundación Guggenheim.
Dejó dibujos que son sarcasmos de denuncia del general Queipo de Llano
–borracho con una botella y un micrófono de radio en cada mano-. “El jefe
fascista”, lo titula. Evoca el fusilamiento de Goya en el homenaje a sus dos
seguidores brigadistas. De 1936 es su Jinete de la apocalipsis, un
caballo que grita, relincha con la lengua fuera, que recuerda al que Picasso
pintó, al tiempo, en el retablo del Gernika.
En el Caixa Forum un guardia de seguridad recorre, inquieto y sin cesar,
las salas de luz muy tenue. El vigilante marca el paso, va y viene, entre
estampas de mala vida nocturna, desnudos de mujeres, figuras de
dictadores macabros, pobres y ricos, obreros en orden, miserables y gente en el
lujo, sables y cadáveres.
George Grosz fue un joven soldado trastocado por la primera guerra mundial.
Panfletario, poeta fugaz, figurinista, se integró en el movimiento dadaísta y
anarquista de Berlín. Militó en el partido comunista hasta 1923, se borró tras
estar cinco meses en Rusia. Adoptó la forma inglesa de su nombre, a los 19
años, por su atracción americana, y rechazó de lo alemán de entonces.
Caricaturizó a Hitler -en vida- y dibujó a Chaplin toreando en el sur de
Francia. Tomó muchas ideas en París de los grandes cronistas de café y cabarés.
Grosz reflejó tiburones financieros y señores perfectos, junto a mujeres
exuberantes. Construyó composiciones cubistas de primera factura con cuerpos en
campos de batalla e imágenes vanguardistas de calles pobladas entre rascacielos
de metrópoli.
En sus tres décadas de vida norteamericana su temática y estilo dieron un
vuelco, retrató de lejos el ascenso del fascismo en Europa y las guerras de
medio siglo. Pero en su segundo país –se nacionalizó norteamericano, en 1938-
pasó a los paisajes dulces, con alguna series de figuras vanguardistas.
Experimentó el desencanto del emigrante forzado, el desmoronamiento del mito,
tras su diáspora y su angustia política.
“Mi arte ha de ser fusil y sable”, explicó y es la lápida de su biografía.
Comprometido, fue condenado, perseguido en los tribunales alemanes por
uniformados, el Ejército y la Iglesia, por atentar contra la moral y el orden.
Replicaba al poder desde el arte y la prensa, con punzantes alegatos
antimilitares, anticlericales y anticapitalistas. En Palma se expone un dibujo
de un Jesucristo con máscara antigás.
Dejó Alemania antes de que la Gestapo asaltara su casa.
Pintaba y dibujaba “para llevar la contraria”. El nazismo destrozó una parte de
su obra y la estigmatizó por “arte degenerado”. La especialista Annette Vogel
cree que el arte de George Grosz "es un reflejo de lo que fue su vida,
marcada por la militancia, la pobreza y el apocalipsis”.
Ningún comentario:
Publicar un comentario