domingo, 7 de abril de 2013

Los reportajes que Kapuscinski escribió con su cámara de fotos


Una exposición en la Casa del Lector descubre la faceta como fotógrafo del periodista polaco durante los últimos años de la URSS

Han pasado más de seis años de su muerte y sigue siendo el principal maestro de varias generaciones de reporteros, pero la figura del polaco Ryszard Kapuscinski sigue deparando sorpresas. Hace tres años, una biografía ponía en duda la veracidad de las historias que documentaba en todo el mundo y abría la posibilidad a un incierto pasado como espía. El último motivo de asombro que rodea su figura estuvo escondido durante años en sobres marrones: su faceta como fotógrafo, que, durante años, a la vez que escribía sus crónicas, escondió escrupulosamente. Una treintena de estas instantáneas, las que documentan los años del ocaso de la Unión Soviética, se exhiben ahora en la Casa del Lector de Madrid.
Viajaba siempre acompañado por su cámara fotográfica, que le ayudó a retratar, sobre todo, la realidad de los países africanos y de América Latina; aunque el Kapuscinski de El ocaso del imperio, muestra abierta hasta el 2 de junio, no se veía como un escritor que hace fotos. Ni tampoco veía en sus instantáneas meras ilustraciones que acompañaban a sus textos. “Siempre marcó una división muy clara. Y un principio: no unir esas dos facetas. A Kapuscinski le embargaban emociones distintas cuando trabajaba como periodista y otras cuando lo hacía como fotógrafo”, dice en la inauguración Karolina Maria Wojciechowska, presidenta de la Fundación Kapuscinski y comisaria de la exposición, encargada de dejar claro, en todo momento, que estas no son las fotografías con las que asociar las páginas de El Imperio, el libro que recoge las crónicas de estos años convulsos en el régimen soviético.
Pero las imágenes dejan entrever algo que también tiene el Kapuscinski escritor: ambas facetas comparten la misma mirada, la del que se acerca, comprende lo que pasa a su lado y lo muestra sin ambages, ya sea la desolación de un cementerio moscovita o las manifestaciones de agosto de 1991 que precedieron el fin de la URSS.
Al Kapuscinski fotógrafo, igual que en sus textos, le interesa poner el foco en la historia de la persona que encuentra frente a él. Ellos son quienes, en último término, captan el protagonismo. Según la comisaria de la muestra, “en todas sus fotos el punto central es el ser humano”. “Me he fijado en que a estas mujeres que extienden sus brazos para enseñar las fotografías de sus hijos muertos les gustaría que la gente se parara ante ellas”, dice Kapuscinski en un pasaje de El Imperio. La misma dureza documenta una de sus instantáneas: en plena manifestación ciudadana, una mujer porta sendas fotos de su hijo como soldado y en un ataúd. junto a ella, una pancarta que reza “mataron a mi hijo en el ejército”. “Casi todas las fotos que hizo eran de África. En ellas se ven miradas felices. Creo que en estas no”, opina la comisaria.
Sabedor de que era, esencialmente, un escritor, ¿para qué hacía estas fotografías? ¿Le servían como trabajo de campo que ayudaba a su ocupación principal? “Estas imágenes quizá funcionaran como un diario de apuntes mentales. No usaba las fotografías a diario, pero las tenía guardadas en algún lugar de su cabeza”, afirma la comisaria.
La pulsión por dar cuenta de lo que acontece a su alrededor le hizo cruzar la frontera desde Polonia para recorrer el –extenso– país vecino. Y el suyo, al fin y al cabo: un cartel solitario en medio de una carretera que anuncia su localidad natal, Pinsk (actual Bielorrusia), es una de las instantáneas que tomó cuando regresó a su tierra natal. Ya sea en el fulgor de una muchedumbre encendida en las calles de Moscú o a través de los ojos de un niño en Azerbaiyán. En negro sobre blanco o a través del objetivo de una cámara. Todo se trataba de contar lo que ocurre.

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