martes, 30 de abril de 2013

Cuestión de vida o muerte


Por: José Andrés Rojo | 23 de abril de 2013

En septiembre de 1975, el periodista polaco Ryszard Kapucinski se instaló en el Hotel Tívoli de Luanda. Quería contar qué pasaba en Angola poco antes de que el país declarara su independencia. Y lo que pasaba era una guerra civil. Los acuerdos de Alvor, de enero de ese año, establecieron que los últimos contingentes portugueses iban a abandonar el país el 11 de noviembre y que, hasta entonces, estaría al frente un gobierno provisional con representación de los distintos grupos que llevaban tiempo luchando y preparándose para ese momento: el Movimiento para la Liberación de Angola (MPLA), de tendencia comunista; y el Frente Nacional para la Liberación de Angola (FNLA) y la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), escorados hacia la derecha. No duraron mucho juntos: a los cinco meses, los dos últimos grupos abandonaron el gobierno, cuando las grescas entre unos y otros ya habían empezado. Cuando llega Kapuscinski, Luanda y la mayor parte del territorio de Angola están en manos del MPLA, pero tanto las fuerzas del FNLA como de UNITA combaten para arrebatarles ese dominio. Un día más con vida (Anagrama, 2003; traducción de Agata Orzeszek), que muchos consideran el mejor libro del reportero polaco, sintetiza en tres partes y una coda aquellos vertiginosos días. En la primera, Kapuscinski describe Luanda, una ciudad casi fantasmal, medio abandonada a la deriva, donde miles y miles de portugueses hacen sus cajas para irse para siempre, y donde cada vez escasea más la comida y los servicios indispensables dejan de funcionar (policía, bomberos, basureros). En la segunda va al frente: primero al más próximo, donde ya advierte que buena parte de los combatientes son niños, y luego al sur. Es allí donde se entera de que fuerzas sudafricanas van a invadir el país para echar al MPLA. La tercera parte recoge lo que va pasando durante las últimas semanas: el avance sudafricano, la llegada de los cubanos, la fiesta de la independencia. Kapuscincki abandona Angola poco después. Su trabajo ha terminado: "Ganarán los del país pero la cosa aun durará lo suyo, y yo estoy al límite de mis fuerzas", escribe en un telex que envía a la PAP, la agencia polaca para la que trabaja. La coda del libro aporta algunas pistas para acercarse a aquella terrible guerra, que se prolongaría aún muchos años.
No hay en el libro ningún análisis detallado sobre las fuerzas políticas que se baten, ni tampoco le preocupa a Kapuscinski dibujar las líneas internacionales que gravitan sobre lo que está ocurriendo. Lo que quiere transmitir es lo que está pasando sobre el terreno, cómo son los hombres y las mujeres que se están batiendo a muerte para romper con el círculo infernal de la colonización (en la imagen, una fotografía que Kapuscinki hizo durante su estancia en Angola en 1975, y que formó parte de la exposición África en la mirada, de la Asociación de Periodistas Europeos), cuán duro es el terreno, de qué pertrechos disponen, cómo un par de tipos pueden ser indispensables en una situación desesperada. La guerra en estado puro. "Sólo puedes sobrevivir si no te apartas de la carretera, aunque si vas por ella, te expones a morir", le explica uno de sus acompañantes. "Hay que aferrarse a la carretera a pesar de que, evidentemente, es ahí donde se puede caer en una emboscada. Así es, pero no hay otra salida, es decir, las salidas ideales, perfectas, no existen".
Los adversarios solo se reconocen en el último momento, no hay información, se puede morir de la manera más estúpida, reina el desorden. Así que cualquier puesto de control puede ser fatal. Los destacamentos son minúsculos, hay lugares que se toman y se pierden varias veces en unas cuantas jornadas, la violencia es brutal. "En Europa", le cuenta al periodista otro de los jefes, "me enseñaron que el frente significa trincheras y alambradas que marcan una línea clara y nítida".  Y luego le dice que en esa guerra "el frente está en todas partes y en ninguna", que "no forma líneas sino puntos, que además son móviles". "Ahora somos un frente potencial de tres personas que se dirige al norte", añade.
"Una guerra pobre, ataviada con una traje de percal barato", así la definió Kapuscinski. Un día más con vida tiene la intensidad del relato de un superviviente: las cosas pudieron ocurrir de una manera más trágica. Ahora que en la Casa del Lector se exhiben las fotos del reportero sobre su viaje a la antigua Unión Soviética, no viene mal volver sobre este y otros de sus libros. "Uno de sus rasgos más característicos", dijo sobre el reportaje de guerra en una entrevista, "es que exige de su autor un enorme grado de implicación personal". Es decir: "Para poder escribir sobre la guerra, el reportero tiene que hallarse en el centro de la misma y, por consiguiente, exponerse a todas sus consecuencias. A las situaciones de gran tensión, al fragor de las batallas, etc., se añade la incuestionable necesidad de 'escoger bando', con lo cual su objetividad queda excluida por definición. Es cuestión de vida o muerte". Seguramente ese es el precio que hay que pagar para acercarse al corazón del infierno.

luns, 29 de abril de 2013

Francia se convierte en el país número 14 en aprobar el matrimonio homosexual


La ley impulsada por el gobierno socialista obtiene el voto de 331 diputados tras un debate social intenso y crispado
EFE / eldiario.es

"A las cinco y cinco de la tarde de este 23 de abril de 2013, la Asamblea Nacional aprueba el matrimonio entre personas del mismo sexo", ha dicho solemne el presidente de la cámara legislativa gala, Claude Bartolone. La mitad del hemiciclo ha roto en aplausos. Con 331 votos a favor, Francia aprueba definitivamente el proyecto de ley que permitirá casarse a las personas del mismo sexo.
La igualdad de las uniones legales ha encontrado finalmente la oposición de 225 representantes. La derecha francesa ha anunciado que recurrirá el texto ante el Consejo Constitucional, que deberá pronunciarse en las próximas semanas, antes de la entrada en vigor de la ley, prevista para los próximos meses.
Francia se ha convertido en el país número 14 que autoriza a casarse a personas del mismo sexo (el noveno estado europeo), opción que se abrió en 2001 en Holanda y que posteriormente adoptaron Bélgica, España, Canadá, Sudáfrica, Noruega, Suecia, Portugal, Argentina, Islandia y Dinamarca.
Uruguay y Nueva Zelanda se han sumado este año y el Reino Unido tiene muy avanzado el trámite parlamentario para unirse al grupo, en el que también están una decena de estados de Estados Unidos, algunos de Brasil y de México.
Los diputados dan así luz verde a una ley polémica e impulsada por el presidente socialista, François Hollande, y que ha provocado una intensa protesta entre sus detractores, que se han ido radicalizando a medida que se agotaba el debate parlamentario.
Al goteo de manifestaciones que han tenido lugar cada día en las últimas fechas hay que sumar algunos incidentes, como la carta con pólvora que recibió ayer el presidente de la Asamblea, el acoso que han sufrido algunos ministros en sus domicilios o en actos públicos, y algunas agresiones a homosexuales y periodistas favorables al cambio legislativo.
Además, quienes se oponen a que se autorice el matrimonio homosexual han convocado una nueva concentración para el próximo día 5, víspera del aniversario de la elección de Hollande como presidente, y otra para el 26 de mayo, día de la madre en Francia.
Los conservadores de la UMP, por su parte, han anunciado que recurrirán el texto ante el Consejo Constitucional y que, de ganar las elecciones de 2017, convocarán un referéndum sobre el asunto.

La niñera escondía un tesoro


El legado fotográfico de Vivian Maier abre la puerta de su apasionante y secreta historia
Los 100.000 negativos fueron rescatados por casualidad por un joven de Chicago en una subasta

A pesar de que contamos con al menos 100.000 certezas sobre cómo y qué miraba, hay demasiadas preguntas sin respuesta sobre quién era Vivian Maier. Niñera durante 40 años, murió en 2009, pobre, sola y sin saber que su secreta y obsesiva pasión, la fotografía, la sacaría del anonimato hasta convertirla en una enigmática y fascinante figura. El legado de Maier, a quien algunos llaman la Mary Poppins de la fotografía (solo se entendía bien con los niños que cuidaba), se ha convertido en una genuina sorpresa para los especialistas, que asisten atónitos a un corpus fotográfico de 100.000 negativos dotados de una modernidad, personalidad y calidad insólita para los años y las circunstancias en los que fue concebido. Ahora, y por primera vez de manera exhaustiva, una exposición itinerante producida por Dichroma Photography, comisariada por Anne Morin y programada en la sala San Benito de Valladolid a partir del 8 de mayo —viajará después a Tours y Gotemburgo—, muestra 120 de sus fotografías y nueve películas en Super 8.
Envuelta en incógnitas, la historia de Maier es de esas cuya veracidad cuesta creer. En 2007, en una modesta subasta en Chicago, un veinteañero llamado John Maloof compró por 300 euros un archivo desconocido que podía servirle de ayuda para un libro en el que trabajaba acerca de su barrio. El vendedor del material, guardado en un armario, era el dueño del guardamuebles donde había sido abandonado a su suerte hacía años. Cuando Maloof desempolvó el contenido lo desechó para su investigación, pero decidió revelar una parte y revenderla en Internet. Fue entonces cuando el reputado crítico e historiador de fotografía Allan Sekula se puso en contacto con él para evitar que siguiera dispersando aquel material prodigioso.
Sekula dio la voz de alarma: aquellas instantáneas callejeras tomadas en los años cincuenta y sesenta no eran cualquier cosa, estaban cargadas de talento. ¿Quién había capturado a esos hombres borrachos tirados en una playa o en una acera? ¿A los niños de ojos grandes y cara sucia? ¿A las ancianas con mandiles y mirada desafiante? ¿A las bellas mujeres reflejadas en aún más bellos edificios? ¿Quién era aquella fotógrafa que no temía romper la composición para ir más allá de lo que alcanza el objetivo?
Maloof, consciente del tesoro rescatado prácticamente de la basura, empezó un minucioso trabajo de investigación, recuperación y protección del archivo de Vivian Maier. Averiguó que era de origen francés, que había vivido entre Chicago y Nueva York cuidando niños y fotografiando de manera compulsiva los suburbios y las aceras de las dos ciudades. Mientras todo esto ocurría, Maier aún malvivía en el apartamento que tres de los niños que había criado le pagaban por caridad y en el que finalmente murió en 2009, a los 83 años, en la más absoluta soledad. “Cuando intenté buscarla ya era demasiado tarde, al principio y durante bastante tiempo solo supe su nombre”, explica Maloof en conversación telefónica desde Chicago. A punto de cumplir 32 años, y con un documental sobre la fotógrafa en ciernes, reconoce que el creciente interés por Maier le está desbordando. “Mi vida ha cambiado, no puedo solo con tanto material. Quiero hacer este trabajo con extremo cuidado, preservar su obra con cabeza. Ella ha sido un ejemplo para mí, una artista que trabajó solo para sí misma, sin ninguna presión externa, probablemente de la manera que muchos desearían y no pueden”. Asesorado por el célebre galerista y coleccionista Howard Greenberg, Maloof cree que quedan años de estudio por delante. “Cada negativo requiere un trabajo detectivesco”.
 “Se sabe muy poco de sus orígenes”, relata la comisaria Morin. “Su madre era francesa y ella nació en Nueva York. Pasó su infancia entre Francia y Estados Unidos. Cuando el padre las abandonó, la madre convivió una temporada con una pionera de la fotografía, la surrealista Jeanne J. Bertrand. Es posible que ahí naciera su interés y su vocación”. Cuando la historia de Maier empezó a conocerse en los circuitos de arte, Morin decidió estudiarla. “Todo el ruido generado alrededor de este hallazgo me acercó a ella, pero luego, cuando comencé a conocer a fondo su trabajo, sentí una enorme atracción: una niñera que en sus ratos libres había construido un mundo paralelo totalmente secreto y oculto. Grababa sonidos callejeros, sacaba fotografías y filmaba en Super 8. Y lo hacía con una modernidad absoluta. Era una vanguardista”.
Lo primero que Maier pidió en la casa donde trabajó más de 20 años fue un cuarto propio y una cerradura. Como tantas mujeres soñaban, a lo Virginia Woolf, le bastaba con una habitación propia para crear. Nadie sabe a ciencia cierta qué pasó durante lustros entre aquellas cuatro paredes, pero lo cierto es que los niños a los que cuidó jamás conocieron el secreto de su querida nanny. Por desgracia, también explica el muro de silencio (y opresión) que hasta no hace tanto separaba a las familias burguesas de sus empleadas de hogar. “Maier representa la quintaesencia de una figura de la ficción victoriana, la nanny, la gobernanta, es decir una outsider, pero con un acceso privilegiado a una vida doméstica en la que se le permite desarrollar un solo don: la capacidad de observación”, escribe el novelista británico y especialista en fotografía Geoff Dyer.
 “Ella estaba a gusto con los niños porque era uno de ellos. No quiero hacer psicología, pero fue una niña grande, alguien que no creció y que solo se sentía bien en ese mundo perdido de la infancia”, prosigue Morin, que de todo el trabajo de la fotógrafa se queda con sus autorretratos. “En ellos se está buscando permanentemente desde una frontalidad rota, ya sea a través de espejos, ventanas o de su propia sombra. Pero nunca frente a la cámara. Nunca la podemos identificar del todo. Era una poeta de la sombra, no necesitaba tener luz. Vivía en la periferia de las cosas”.
Maier no revelaba sus carretes, no se lo podía permitir. Solo tomaba fotos sin descanso y sin que aparentemente le importara el resultado final. También coleccionaba libros de arte y las esquelas de los periódicos. De una de ellas sacó el relato de una de sus películas en Super 8. Es la historia de una madre y un hijo asesinados. Maier fue con su cámara y rodó primero el supermercado donde la madre trabajaba, luego la casa donde vivía con el hijo, y así, uno a uno, todos los lugares a los que aquellas pobres almas jamás volverían. En una de las cintas que John Maloof encontró, Vivian Maier había grabado su idea del paso de la vida: “Tenemos que dejar sitio a los demás”, se dijo. “Esto es una rueda, te subes y llegas al final, alguien más tiene tu misma oportunidad y ocupa tu lugar, hasta el final, una vez más, siempre igual. Nada nuevo bajo el sol”.
Se especula con su timidez aguda, con el uso de la cámara como un escudo para acercarse a las personas y poder mirarlas, con su fuerte conexión con los más débiles, con su sosiego alrededor de los niños, los únicos que saben estar en el presente porque no tienen conciencia ni del pasado ni del futuro, y con las posibles patologías de su personalidad esquiva y obsesiva. Pero lo cierto es que nadie podrá flanquear jamás el cuarto con cerrojo de aquella impenetrable mujer que, al menos 100.000 veces, se asomó a la vida con su secreto al hombro.

domingo, 28 de abril de 2013

El secreto de Hitler era el odio


Laurence Rees analiza en su nuevo libro el “oscuro carisma” del líder nazi

Creemos saberlo prácticamente todo de Adolf Hitler, pero quedan secretos irreductibles de su personalidad y su liderazgo. Para el célebre historiador y documentalista británico Laurence Rees (Ayr, Escocia, 1957), ninguno como de qué manera consiguió arrastrar tras de sí, en la terrible espiral de la guerra y el genocidio, a millones de alemanes. A tratar de dilucidar eso y a explicar las claves de la fatal atracción del líder nazi, el autor de Auschwitz, El holocausto asiático, Una guerra de exterminio y A puerta cerrada, ha dedicado su nuevo libro, El oscuro carisma de Hitler (en Crítica, como todos los anteriores). Rees destaca en los rasgos de Hitler "su ilimitada capacidad de odio". Y advierte: "El poder del odio está infravalorado. Es más fácil unir a la gente alrededor del odio que en torno a cualquier creencia positiva".
 Como persona, señala Rees, Hitler era bastante lamentable. Un tipo psíquicamente “muy dañado”, incapaz de amistades y afectos verdaderos, bañado en odio y prejuicios. “Solitario y con una visión de la vida como lucha y de los seres humanos como animales". Pero tenía carisma. "Solemos creer que el carisma es un valor positivo, pero lo pueden poseer personas despreciables", reflexiona. Rees "Lo más importante que hay que entender del carisma de Hitler es que dependía de la gente. El carisma no existe sin conexión. No se puede ser carismático en una isla desierta. Buena parte lo pone el otro". Vaya, como el amor. "Sí, la idea es que cuando sentimos una conexión especial con alguien creemos que depende de ese alguien pero en realidad depende en parte de nosotros. El carisma de Hitler procedía tanto de la gente que lo seguía como de él. Por eso ahora no lo percibimos en fotografías o películas. No nos habla a nosotros. No somos de su tiempo. Lo que ha cambiado no es él, sino la percepción que tenemos de él".
Rees explica cómo entre los propios alemanes fue cambiando la influencia del carisma de Hitler. "Personas que lo veían como un personaje ridículo o perturbado en 1928 pasaron a considerarlo un salvador en 1933". Siempre hubo, sin embargo, gente inmune a su carisma. Philipp Von Boeselager, que se conjuró para matarlo, lo encontraba indigno y decía que era repugnante verlo comer: un patán. "Bueno, pero hay que recordar que para muchos alemanes los políticos educados eran los que les habían llevado al Tratado de Versalles y al desastre: tiempos no convencionales requerían líderes no convencionales".
Había que estar predispuesto para seguir a Hitler, dice Rees, aunque él, el líder, aportaba su intransigencia, su absoluta seguridad de su papel como figura providencial, su habilidad para conectar con las esperanzas y los deseos de millones de alemanes, su descontrolada emotividad y, sobre todo, su contagioso odio. “Una de las cosas más difíciles del mundo es asumir las culpas y responsabilidades propias, todos estamos predispuestos a proyectar nuestras frustraciones sobre el otro, en forma de odio”.
¿Dependía el carisma de Hitler del éxito? "Sí, ese aspecto fue vital. Si alguien dice que va a hacer algo extraordinario y lo hace, la siguiente vez es más fácil tenerle fe. Hitler jugaba fuerte, al todo o nada, y cada triunfo fortalecía su carisma. Muchos militares, por ejemplo, que lo miraban con suspicacia, se rindieron a su genio, a su intuición, el famoso Fingerspitzengefühl, tras la larga serie de victorias que parecían inexplicables. Aunque hoy retrospectivamente no lo veamos así y Montgomery dijera que la regla número uno de la guerra era no invadir Rusia, para la mayoría parecía mucho más increíble vencer a Francia que a la URSS".
Entonces, ¿cómo sobrevivió su carisma a las derrotas a partir de Stalingrado? "Al revés que Mussolini, Hitler desmanteló las estructuras del estado, así que era más difícil apearlo del poder, además, a los alemanes se les había inculcado el miedo al Ejército Rojo y su venganza, que se iba a producir con la derrota aunque se deshicieran de Hitler, y por supuesto, Hitler incrementó el terror de su aparato represivo en proporción directa a la pérdida de su liderazgo carismático".
Hitler cultivaba su carisma. "Absolutamente, de muchas maneras pequeñas incluso. Usaba gafas pero nunca se dejaba ver y retratar con ellas. Cargaba una lupa. Hasta fabricaron una máquina de escribir especial con caracteres muy grandes para escribirle los textos que tenía que leer, la Führeschreibmaschine. También estudiaba mucho su imagen en el espejo y practicaba su famosa mirada penetrante”.
Rees señala las diferencias entre Hitler y Stalin en términos de carisma. "Stalin practicaba el carisma negativo, toda la imagen de Hitler le parecía una sandez. Con Stalin no había reglas para evitar ser asesinado. Nadie estaba seguro. En la Alemania nazi estaba claro quienes iban a ser perseguidos por el régimen, en la URSS estalinista no. Stalin unía con el miedo como Hitler con el odio".
Rees es un hombre afable, acostumbrado a tratar con la gente. Ríe y bromea a menudo pero debajo de esa capa alegre y aparentemente desenfadada se percibe la profundidad de un hombre que lleva años, toda su carrera, enfrentándose a lo peor del ser humano. Para sus libros y famosos documentales de la BBC ha entrevistado a innumerables personas que vivieron la II Guerra Mundial, soldados y civiles, víctimas y verdugos. Cuando le pregunto cuál de todos esos testigos de la barbarie le ha impresionado más, pensando que me dirá que algún miembro de Einsatzgruppen o Kenichiro Oonuki, el piloto kamikaze fracasado, se ensimisma un buen rato antes de contestar: "Toivi Blatt, un judío polaco deportado en 1940 al campo de exterminio de Sobibor, donde toda su familia fue asesinada. Blatt participó en la revuelta de prisioneros de 1943 y logró escapar con un balazo en la mandíbula. Hablábamos sobre lo que son capaces de hacer los seres humanos, y le pregunté qué había aprendido de su experiencia. Me contestó: ‘Solo una cosa, nadie se conoce de verdad a sí mismo'”.